24 Feb La convivencia intergeneracional, el remedio de Emilia contra la soledad.
Esta mujer ha recurrido a un exitoso programa de convivencia entre personas mayores y estudiantes de la Universidad de Málaga.
Efe – Andalucía
El miedo a no tener a nadie cerca por la noches tras haber sufrido un ictus fue lo que hizo a Emilia Cobo, de 73 años, recurrir a un programa de convivencia entre personas mayores y estudiantes que conoció por medio de una amiga al comienzo de su existencia entre 1992 y 1993.
Cobo, jubilada tras haber ejercido como docente, siempre ha estado rodeada de gente joven -ya fueran sus alumnos, sus cincos hijos o los amigos de estos-; pero ha asegurado a Efe que, en momentos puntuales, ha notado la soledad, que considera afecta sobre todo a ancianas que han vivido una época en la que tenían escasas relaciones sociales.
La trabajadora social encargada de este programa de convivencia intergeneracional de la Universidad de Málaga, Marisa Garfia, ha explicado a Efe que a esta iniciativa suelen acceder sobre todo mujeres entre los 75 y 80 años que se han quedado recientemente viudas.
Deben cumplir una serie de requisitos, como ser mayor de 55 años, estar desempleadas y tener una vivienda con una condiciones higiénicas adecuadas que incluya una habitación individual para el estudiante y, a cambio, recibirán una retribución económica.
Emilia ha destacado la doble vertiente social de este programa para ayudar también a estudiantes con problemas económicos a los que de otra manera «podría costarles más hacer una carrera» o «no poder hacerla», mientras que Garfia también explica que esta iniciativa les aporta a los estudiantes un hogar, «calor» y también «un poco de madurez».
Judith Thakurdas es estudiante del grado de Educación Infantil y se siente «como en casa» en la vivienda de Emilia, con la que ha llegado a definir una relación casi de «familia», basada -según la estudiante- en la «confianza» y el «respeto» y se ha referido a ella como una persona de la que aprende «mucho».
El día a día de ambas suele ser muy tranquilo, algunas veces suelen desayunar juntas, Judith se marcha a sus prácticas y Emilia suele ir andar por las mañanas; pero siempre almuerzan de nuevo en compañia y previamente la jubilada enseña a cocinar a la futura maestra de infantil, que ha admitido que esta tarea le cuesta «un poquito».
Las dos protagonistas de esta convivencia han coincidido en que la convivencia fue buena desde el principio y no ha habido ningún problema, mientras la trabajadora social señala que los acogidos a esta programa son personas que no se conocen y de dos generaciones distintas, en algunos casos de cultura diferentes.
Garfia ha explicado que el perfil de los estudiantes que solicitan este servicio está cambiando en cuanto al lugar de origen y que antes se encontraban a alumnos de la ciudad o de áreas cercanas -con problemas económicos o que querían «hacer una labor social»-, mientras que ahora suelen proceder también de Marruecos y de países de Latinoamérica o Europa.
Emilia y Judith han calificado esta experiencia como «bonita» por su doble labor social, la jubilada ha comentado que antes de Judith acogió a dos mellizas durante cuatro años y que a día de hoy sigue manteniendo el contacto con la familia de esas hermanas.
Para poder vivir con una persona mayor los interesados deben tener más de 18 años y estudiar en la universidad malagueña, a los seleccionados se le asigna un hogar y se compromete a ayudar a quien allí reside en ciertas pequeñas tareas como visitas al médico o recados.