07 Oct La contaminación altera estructuras del cerebro del niño implicadas en trastornos como el autismo.
Un estudio del ISGlobal demuestra por primera vez una especial vulnerabilidad a los dos y a los cinco años.
Rocío Mendoza
Hace décadas que las implicaciones que tiene la contaminación del aire en la salud de las personas es objeto de estudio científico. Se ha demostrado que vivir envueltos en niveles significativos de polución provoca desde enfermedades respiratorias (bronquitis, EPOC, asma…) hasta hipertensión arterial, infartos e ictus. También se sabe que el desarrollo de los fetos puede verse comprometido en madres rodeadas de un aire insalubre. Pero ahora, la ciencia ha dado un paso más allá para analizar otro tipo de consecuencias, concretamente, en la infancia.
Este ha sido el objeto de un nuevo trabajo de investigación que chequea el desarrollo del cerebro en niños desde que son concebidos hasta cumplir 8,5 años, al tiempo que mide los niveles de contaminación a los que han vivido expuestos.
La primera conclusión alcanzada por los autores es que respirar aire de mala calidad está relacionado con alteraciones estructurales en este órgano vital. Concretamente, estas se dan en zonas relacionadas con trastornos como los del espectro autista y los obsesivo-compulsivos, entre otros.
Seguimiento en detalle
El estudio, liderado por el Instituto de Salud Global de Barcelona (ISGlobal) y publicado en la revista Environmental Pollution, ha contado con el seguimiento de 3.515 niños de Países Bajos, a los que se les tomaron imágenes del cerebro cuando contaban entre 9 y 12 años.
Como novedad con respecto a otros trabajos, este recoge mediciones del entorno de los pequeños realizadas con más detalle, mes a mes, con lo que han podido delimitar con más precisión los periodos de la vida en los que el cerebro se muestra más sensible a elementos «estresante» externos como el estudiado en este caso, la contaminación.
«Debido a la inmadurez de los mecanismos de desintoxicación en fetos y bebés, este órgano se considera particularmente susceptible a factores que puedan alterar el desarrollo y conducir a alteraciones permanentes en la vida», versa el estudio.
Sobre la etapa del crecimiento en la que se es más vulnerable, los investigadores señalan que «los mayores cambios se dan cuanto mayor es la contaminación recibida en los cinco primeros años de vida».
Para llegar a esta afirmación, se ha medido un marcador típico del desarrollo del cerebro: la microestructura de la sustancia blanca que conecta las diferentes regiones del mismo.
Trastornos psiquiátricos como los síntomas depresivos, la ansiedad o del espectro autista están relacionados con el hecho de tener esta microestructura de la sustancia blanca anormal. Lo que viene a señalar este trabajo es que la contaminación y esta alteración de la conectividad estructural del cerebro están vinculadas.
Un putamen mayor
Además de esto, y gracias a los datos desglosados de calidad del aire que han analizado, han podido discriminar qué sustancias del aire tienen más peso en estas alteraciones cerebrales. En este sentido, han encontrado un vínculo entre el hecho de inhalar PM2,5 (partículas en suspensión menores de 2,5 micras) y el volumen de una estructura del cerebro llamada putamen.
Esta zona está implicada en la función motora y los procesos del aprendizaje en la primera infancia. Así, el estudio ha observado que cuanto mayores es la exposición a estas partículas, especialmente en los dos primeros años de vida, mayor es el volumen del putamen en el cerebro del niño.
¿Qué implica desarrollar un área como esta más grande de lo normal? «Se ha asociado con algunos trastornos psiquiátricos (esquizofrenia, trastornos del espectro autista y trastornos del espectro obsesivo-compulsivo)», aclara Anne-Claire Binter, investigadora del citado centro catalán y primera autora del estudio.
Aunque que reconoce la dificultad de desentrañar más específicamente los efectos de cada contaminante , sí afirma que «los resultados sugieren que la contaminación del aire relacionada con el tráfico está asociada con el desarrollo del cerebro».
Por su parte, Mónica Guxens, última autora del estudio y también personal de ISGlobal de Barcelona, valoró ayer la necesidad de ir más allá en esta línea de investigación que se abre ahora sobre estas alteraciones en la estructura cerebral en los primeros años de vida .
«Habría que seguir repitiendo mediciones a estos niños y niñas en adelante para intentar comprender los posibles efectos de la contaminación atmosférica en el cerebro de los niños a largo plazo», concluye.