07 Oct Jubilarse entre amigos
“La manera con que mucha gente hemos soñado envejecer, con tus amigos, con tu casa, con tu huerto y con asistencia, sólo tienes posibilidades de conseguirla compartiendo”
ANTONIO ORTÍ
El sueño de jubilarse compartiendo piso con los amigos de toda la vida y, quién sabe, de seguir sintiendo en el estómago un hormigueo juvenil comienza a tomar forma. De repente, por aquí y por allá, están surgiendo empresas que animan a los recién jubilados a compartir hogar como si fueran universitarios. A empresas como Golden Girls Network, Roommates4Bombers (Estados Unidos), Colocation Adulte (Francia) o Senioren-WG (Alemania) se les ha sumado en España recientemente Joyners, después de que a Oriol de Pablo, uno de los fundadores, se le encendiera la bombillita al observar a su propia madre. Y es que su progenitora se encontró al poco tiempo de jubilarse, ya separada, con que no podía mantener la casa familiar con piscina y jardín en la que vivió mientras fue médica de la Seguridad Social. Así que en lugar de ponerla en alquiler o venderla, se le ocurrió compartirla con dos amigas, dividendo los gastos con ellas y contratando a una persona que les hiciese la vida más fácil. Y allí siguen tan contentas…
“La manera con que mucha gente hemos soñado envejecer, con amigos, con tu casa, con tu huerto y asistencia, sólo tienes posibilidades de conseguirla compartiendo”, indica De Pablo tras avisar de que para vivir con alegría y vitalidad en la etapa adulta “y poder comentar con otras personas las noticias en el desayuno, hay que acostumbrarse a ceder y que no te importe que la tapa del váter esté levantada”.
El fenómeno de los nuevos abuelos y abuelas que desafían su edad biológica está comenzando a merecer la atención del gran público. En los últimos años, películas como El exótico hotel Marigold” –donde un grupo de británicos de la tercera edad viaja a India para disfrutar de un retiro dorado–, obras de teatro como Long Life –que recrea la vida cotidiana de cinco personas mayores que conviven bajo un mismo techo– o libros como El abuelo que saltó por la ventana y se largó (Salamandra) y Se busca abuelo para compartir piso (Planeta) han retratado a su manera una máxima que ya se aplicó en vida el pintor Pablo Picasso: “Cuando se es joven de verdad, se es para toda la vida”.
Actualmente, en Estados Unidos hay un millón de personas mayores compartiendo piso. “Y algo parecido comienza a suceder en Alemania –añade De Pablo–, donde se está produciendo un verdadero movimiento antirresidencia”. En el país teutón, por ejemplo, el Gobierno subvenciona los pisos compartidos para “jóvenes viejos” –como también se les llama– con 200 euros mensuales, además de ofrecer préstamos estatales para adaptar las casas.
A pesar de las ventajas de vivir acompañado, conseguir que hombres y mujeres de cierta edad convivan no es tarea fácil. Según han descubierto las empresas que trabajan en este segmento, someter cualquier decisión –por ejemplo, elegir de qué color se quiere pintar una pared– funciona cuando ninguna de las tres personas es la dueña de la casa, pues en ese caso el propietario se cree con más derechos. Por este motivo, Joyners comercializa pisos neutrales, perfectamente adaptados, que incluyen asistencia médica, fisioterapeutas, limpieza, etcétera por alrededor de 1.100 euros por cabeza en “zonas pata negra de Barcelona y Madrid y por alrededor de 700 euros en ciudades medianas y pueblos”, cuantifica De Pablo.
Asimismo, para que los futuros compañeros de piso encajen, las empresas que operan en este mercado realizan tests de afinidad y organizan encuentros entre ellos para que se conozcan. Pero no es raro que algunos adultos no se caigan bien desde el primer momento o que, por el contrario, digan que se sienten cómodos y al día siguiente cambien de opinión. De momento, alrededor de 500 personas de lugares tan diversos como Galicia, Andalucía, Madrid, Euskadi, Canarias o Catalunya ya se han interesado por esta fórmula.
Las ventajas de compartir vivienda son mayores que los inconvenientes. La más importante, sin duda, es vivir acompañado para que los pasillos no se hagan tan largos y no haya que cerrar habitaciones conforme la casa se quede con un único ocupante.
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