20 Dic Javier Yanguas: «Vivir tantos años es una oportunidad histórica que no acabamos de aprovechar».
Anima a asumir riesgos también en la vejez para que la vida sea algo más que una sucesión de minutos. «nunca hemos vivido tanto tiempo, el reto ahora es dotar a esos años de contenido», indica Yanguas, el cual cree que «hay que currárselo».
Jorge Napal
¿Envejecer bien es fruto de una decisión personal?
—Bueno, hay factores intrínsecos y otros ligados al estilo de vida. Envejecer es una mezcla de todo ello. En torno a un 60% depende de esos factores intrínsecos que no están al alcance del sujeto, pero el otro 40% son variables que dependen de lo que hagamos. Tenemos margen.
¿Predica con el ejemplo?
—Me intento cuidar en la alimentación y hago deporte habitualmente pero sin llegar a ser un asceta. También me gusta de vez en cuando un gin tonic, que es un buen hidratante del alma. Intento tener proyectos en mi vida, tanto personales como laborales, porque creo que tiene que ver con el sentido, la motivación, perseguir cosas… Intento cuidar de mis relaciones familiares y de amigos. Intento estar presente en la vida de los demás. Intento estar enganchado a la vida…
Intenta hacer muchas cosas…
—Bueno, procuro tener una vida comprometida.
¿Sin compromiso, la vida carece de sentido?
—El psicólogo y escritor estadounidense Martin Seligman nos dice que una vida plena es una vida placentera y comprometida con proyectos y personas, que es lo que nos da vinculación. Por eso hay que intentar llevar una vida con sentido y significado, contingente con los valores, con lo que es valioso para cada uno. Hay que cuidarse para vivir lo más posible en las mejores condiciones sabiendo, eso sí, que esto es una lotería (sonríe).
¿Expertos en geriatría como usted son más conscientes de lo que supone el paso del tiempo?
—Quizás nos sabemos la teoría, pero también funcionamos escindidos. Trabajamos mucho sobre la vejez, pero corremos el riesgo de convertirla en un concepto abstracto. Soy consciente de que cumplo años. Noto que tengo 57, aunque a veces vea la vejez como algo lejano. Es algo que por un lado sabes que viene, y que por otro lado fastidia que venga. Nadie quiere envejecer. A mí también me gustaría tener el don de la eterna juventud…
¿El miedo a llegar a ese periodo de la vida es peor que la propia vejez?
—Tenemos miedo a la decrepitud, al deterioro y a la muerte. Es algo que se ha visto de manera clarísima durante esta epidemia, en la que ha aumentado el índice de suicidios, la depresión, el nerviosismo, el estrés postraumático, la sensación de soledad… Nos hemos sentido vulnerables, con una sensación de que la vida es finita, de que nos puede pasar cualquier cosa.
Y que nadie se libra…
—Sí, inicialmente parecía que la pandemia era cosa de mayores. Fue un planteamiento bastante edadista (discriminación por motivos de edad), pero luego vimos caer a personas de cuarenta y de cincuenta años. El otro día supimos que ingresaron por coronavirus en la UVI a un menor de doce años. Es la misma sensación de vulnerabilidad que vivimos con la vejez. No hay seguridad, no hay verdades absolutas, pero la vejez también tiene un lado positivo que tiene que ver con el riesgo.
¿En qué sentido?
—No se trata de subir al Everest sin cuerda. Se trata de salir de la zona de confort. Afrontar una etapa de cambio es asumir el riesgo de empezar nuevos proyectos, de ser capaz de enamorarse de nuevo y pensar que también algo bueno nos puede pasar. Hemos hecho de la seguridad una especie de mantra constante pero vivir entraña cierto riesgo y hay que afrontarlo también cuando somos mayores.
El título del libro alude a una «nueva vejez», pero sus reflexiones son aplicables a cualquier edad…
—El otro día me decía una mujer que con el libro se había sentido, entre comillas, un poco engañada. Y creo que la señora tenía razón. No es un libro pensado en los que son ahora mayores sino en toda la sociedad y, en particular, en quienes somos adultos y vemos que la vejez no está tan lejos. Hay que ponerse en esa tesitura, algo que a veces cuesta.
¿Vivimos a salto de mata?
—Nos pasa en la vejez y en todos los órdenes de la vida. Aquí estamos un tiempo limitado y es importante buscarle hondura a la existencia para que la vida no se convierta en una sucesión de segundos y minutos. Hay que currárselo.
Tiempo hay, desde luego, teniendo en cuenta la esperanza de vida que hemos alcanzado por aqui.
—El cambio ha sido radical. La esperanza de vida en España en 1900 era de 35 a 38 años. En un siglo hemos pasado a hablar de 84 años para los hombres y 88 para las mujeres. Transcurren dos décadas o incluso tres desde que te jubilas.
Es un cambio radical.
—Es que no solo vivimos más sino que se está trasformando nuestra vida y el reto ahora es llenar esos años de contenido. Nunca hemos tenido tanto tiempo para vivir con nuestros padres o para poder compartir experiencias con nuestros hijos. Puedes llegar a los 80 con hijas de 50 años. ¡50 años de vida compartida! A pesar de ello y, paradójicamente, nunca ha habido tanta soledad ni relaciones tan débiles. Tenemos una oportunidad histórica que parece que no acabamos de aprovechar.
¿Por qué?
—Parece que no somos conscientes de la necesidad de llenar de contenido la vida. Hay estudios interesantes al respecto. La Universidad de Harvard tiene una línea de investigación que aborda las demencias y el sentido de la vida. Creo que hace falta tener la íntima satisfacción de que tu vida merece la pena.
¿No cree que la propia sociedad exige ser práctico, productivo, y no dedicarse en exceso a reflexiones ni vidas contemplativas?
—Sí, en la medida que paras y reflexionas, parece que adoptas un comportamiento sospechoso. En términos de vejez, el paradigma del buen mayor lo podemos ver a diario: a las 8.00 horas una vuelta por La Concha, a las 9.30 horas hay que aprender inglés; a las 11.00 horas vamos a la universidad de mayores. No es una vida activa sino hiperactiva. Parece que el buen mayor tiene que ser hiperactivo, y eso no nos deja tiempo para abrir una ventanita a la mismidad. Hace falta parar y darse cuenta de dónde estás, con quién…
Vamos, vivir el momento.
—Sí, tenemos un modelo de vejez pensado en hacer y hacer. Por eso durante la pandemia, sin nada que hacer, no sabíamos cómo gestionar nuestra vida. No había gimnasio, ni compras, ni excursiones. Una vida sin aderezos parece que hoy en día no es vida, cuando no es así. Hace falta tirar de actitud y aprendizaje.