24 Sep Javier Yanguas: «El envejecimiento es un desafío de la misma magnitud que el cambio climático»
* Director científico del Programa de Mayores de la Obra Social ‘La Caixa’.
* El experto en Geriatría advierte sobre un futuro bastante pesimista si no se alcanza un pacto social para afrontar las consecuencias de una sociedad cada vez más envejecida.
TERESA FLAÑO
El Eustat acaba de publicar un estudio donde muestra una sociedad cada vez más envejecida y con una de las natalidades más bajas. El donostiarra Javier Yanguas, presidente de la Sección de Ciencias Sociales y del Comportamiento de la International Association of Gerontology And Geriatrics for the European Region (IAGG-EU) y director científico del Programa de Mayores de la Obra Social ‘la Caixa’, reflexiona sobre cómo debe prepararse la sociedad actual para atender a una población longeva y habla de la necesidad de un pacto intergeneracional que ponga en valor aspectos como compasión, empatía o esfuerzo no remunerado, «reflejo de una sociedad sana».
– ¿El problema del envejecimiento es algo común a todas las sociedades avanzadas?
– Sí y eso nos sitúa en un momento muy interesante. Se están dando unas circunstancias, algunas de ellas recogidas en el informe del Eustat, que marcan el momento actual y condicionan el futuro. Se está alargando la vida y dentro del envejecimiento están surgiendo etapas distintas. Hace un siglo la esperanza de vida estaba entre los 50 y los 60 años y ahora en Euskadi la media en los hombres es de 80,3 años y el de las mujeres de 86,2, pero cada vez más gente llega a los 90. Si te jubilas con 65 años todavía puedes tener por delante otros 20 o 25 años más. Hasta ahora era una única etapa, pero se ha complejizando. Lo que se está alargando es la ‘adultez’ porque a los 65 años no se entra en los escenarios de envejecimiento. Es un punto que no ha cambiado desde hace décadas, cuando nos moríamos con poco más de 70. Por eso hay gente que propone un umbral móvil del envejecimiento, la esperanza de vida menos 15 años. Ni físicamente, cognitivamente y socialmente una persona de 70 años tiene algo que ver con otra de esa misma edad de hace tres décadas.
– ¿Y eso cómo se refleja en la sociedad?
– En que hay un importante sector que piensa que aunque una etapa de su vida ha terminado todavía tiene cosas que aprender y aportar. El enfoque de que la vejez es un cataclismo no se corresponde a sus sensaciones vitales ni a sus pensamientos. Cree que su proceso madurativo no ha terminado. En definitiva, que está en una etapa de crecimiento. Es una edad en la que si la salud y el dinero nos responden, todos queremos jubilarnos porque eso significa disponer de tiempo.
– Pero bastante gente tiene miedo a jubilarse porque le da vértigo eso de ‘no tener nada qué hacer’.
– El problema está en que esta sociedad no ha querido hacer un proyecto de vejez. Sí existen para la infancia, la edad adulta… En el caso de la vejez, ese proyecto se ha sustituido por actividades. Una cosa es ocupar el tiempo y otra tener un proyecto vital que tenga sentido. La ciencia aporta tiempo de vida, pero hay que aportar vida a ese tiempo. Ese es el reto de la primera etapa de la vejez.
– ¿ Y después de esa etapa?
– Se entra en el escenario de la fragilidad, que no significa obligatoriamente de la dependencia o los cuidados. Hay personas de 90 años que objetivamente están bien y viven solos, pero son frágiles, no solo en lo físico -con la pérdida de masa muscular, problemas de equilibrio o pequeños problemas cognitivos-, sino también en lo emocional y social por la pérdida del papel central en la familia y la pérdida de roles. Esa entrada en la prefragilidad, donde los cuidados no son obligatorios pero sí se necesita cierta ayuda, es una nueva etapa a la que hay que saber responder. La noticia buena es que hay cantidad de gente que entra en escenarios de envejecimiento que está fenomenal y que puede aportar mucho a la sociedad. El drama está en que la sociedad no está preparada para recoger esas aportaciones. Ahí está la Fundación Aubixa -centrada en la dignificación de las personas mayores-, con gente que se ha jubilado pero quiere comprometerse socialmente, porque entiende que su bienestar está en la relación con los otros.
– Hay retos relacionados con la vejez que son evidentes, como una buena atención a través de los cuidados físicos, pero ¿a qué otros se enfrenta la sociedad?
– Uno de los principales es la soledad de las personas mayores, no solo porque aumentan los hogares unifamiliares con el consiguiente coste, sino por los sentimientos que acompaña la pérdida de contactos, que tiene consecuencias en todos los aspectos de la vida de los ancianos.
– ¿Propone alguna solución?
– No hay fórmulas mágicas, pero es fundamental mantener un pacto intergeneracional. A mí me cuidaron mis padres, que también atendieron a mis abuelos cuando se hicieron mayores, y yo he cuidado de mis padres cuando se pusieron mal. ¿El pacto que sostiene a la sociedad por el que nos cuidamos uno de otros se va a poder mantener con la bajada de natalidad, la deslocalización de empleo, la incorporación de la mujer al mundo del trabajo y con el aumento del tiempo de vida de personas con alzheimer? En ese pacto intergeneracional no solo hay que tener en cuenta la cuestión económica sino cómo nos vamos a relacionar. Esto lo tenemos que hablar con los jóvenes porque estamos dando por supuesto muchas cosas. Muchos son mileuristas mal pagados, con unos contratos temporales que dan pena… ¿Cómo se va a organizar socialmente esta sociedad que va a necesitar un dinero que no va a existir?
– De nuevo la cuestión económica
– Sí, pero desde una perspectiva de cambio social. Nos tenemos que replantear aspectos como el de las herencias o el de las pensiones. Los modelos de familia están cambiando y hay que crear un eje tractor dentro de la sociedad, no proyectos muy loables pero desparramados. El reto está en concebir ese eje que contemple tecnología, empleo, pensiones, familia, macroeconomía, cultura… Igual hay que cambiar el Código Civil porque se fundamenta en principios que datan de los siglos XVIII y XIX. Si seguimos con los planteamientos actuales, pero con esos nuevos modelos de familia, ¿a quién van a cuidar nuestros hijos?, ¿a su padre o al segundo marido de su madre con el que han convivido mucho tiempo? Antes una mujer tenía una nuera para toda la vida que le cuidaba cuando se hacía mayor y ahora puede haber tenido varias… Todo esto cambia, pero no estamos debatiendo cómo adaptarnos. La verdad es que me da mucho miedo. Estos cambios de vida también tienen que ver mucho con la soledad. Decidimos ser independientes porque estar con otros es conflictivo, pero no nos damos cuenta de que nos estamos jugando la interdependencia de los últimos años de nuestra vida. Podemos estar muy bien a los 85 años viviendo solos, pero de repente te caes y qué pasa…
– También está el tema del género. Las mujeres seguimos realizando casi la totalidad de los cuidados a los ancianos.
– Y por parte de los hombres es una vergüenza. Sigue siendo un mundo femenino y es necesario poner en marcha políticas de género y que los hombres se pongan a cuidar. Para ello las empresas se tendrán que implicar en ese pacto para que el cuidador no se sienta desamparado. Igual hay que hacer rebajas fiscales, facilitar horarios flexibles o potenciar nuevas fórmulas de trabajo…
– ¿Vamos tarde para ese cambio de paradigma que propone? Es decir, ¿el problema ya existe?
– La ola ya nos ha alcanzado, no es algo que viene de lejos. Ahora no sabemos cuánto vamos a vivir y qué medios vamos a tener. Como en la película, parecemos Nerón viendo cómo se quema Roma.
– ¿Son los políticos quienes deben promover ese pacto?
– Al menos liderar la reflexión, pero creo que no se atreven.
– ¿Por qué? ¿Porque son necesarias algunas reformas drásticas y poco populares como retardar más las jubilaciones o reducir las pensiones?
– Pienso que lo que sucede es que no saben qué hacer. No me quiero meter en política, pero hay que generar el debate, abrir el melón. Estamos ante un desafío equiparable al cambio climático, de la misma magnitud. Es un problema complejo, que no se soluciona por partes, que invade todos los órdenes de la vida. El envejecimiento afecta a la recaudación fiscal, a la inmigración -porque quién cuida de nuestros viejos en estos momentos-, a la vida familiar, al trabajo, al ocio… El cuidador también quiere tener su proyecto de vida y ahora no se tiene en cuenta. Por ahí tiene que plantearse el pacto del que hablo.
– ¿Y se está teniendo en cuenta la opinión del anciano que en muchos casos se considera a sí mismo como una carga?
– También es complicado porque se abren otros melones como la eutanasia, cómo quiero que me cuiden, el testamento vital… En las administraciones se toman decisiones casi sin escuchar a los mayores. Ahora no se tienen en cuenta sus deseos ni su proyecto vital, incluso con aquellos que se encuentran en buenas condiciones físicas… Para ello es necesario una atención personalizada que en la actualidad no existe porque, además de los desafíos profesionales y técnicos, conlleva unos grandes desafíos económicos que de momento no se contemplan porque aquí la economía se relaciona con la industria. Tenemos que pensar en una sociedad de cuidados, ese es el reto. Hace falta una gobernanza, que no existe, compleja porque, como en el cambio climático, no es algo que pueda hacer un municipio y otro no. Todos deben estar coordinados y para ello hay que buscar nuevas maneras como conciliar políticas de vivienda con las políticas de cuidados; conciliar los servicios sociales con los sanitarios, algo de lo que se lleva hablando años pero a lo que no se ha dado solución, hacer políticas de empresa relacionadas con el cuidado…
– El panorama que está presentado es bastante pesimista.
– Es cierto, pero también hay aspectos muy positivos. Ese reto del que hablo es una oportunidad para que la sociedad genere o regenere valores como compasión, empatía, generosidad, esfuerzo no remunerado que caracterizan a una sociedad sana. El cuidado a mayores nos ofrece la cara opuesta al individualismo. Además también supone una oportunidad económica porque se pueden crear nuevos puestos de trabajo y pueden surgir nuevas profesiones relacionadas con los todos aspectos de la vida de una persona que tiene más de 65 años.
– Si no se logra alcanzar ese pacto integral del que habla, ¿cómo será la sociedad del futuro?
– No sé muy bien qué decir. A veces confundes los deseos con la realidad. Tengo la sensación de que ha habido avances, pero no tantos como esperaba hace unos años. Lo que veo no me gusta mucho: una sociedad cada vez más individualista, donde el bien común compartido cada vez es más pequeño… A veces me da bastante miedo. Intento ser positivo y ver las oportunidades pero, como decía antes, la ola ya está aquí y no sé si vamos a ser capaces de hacerle frente porque las medidas no vienen. No estoy en contra de las que ya se han puesto en marcha y Gipuzkoa, por ejemplo, si está convirtiendo el envejecimiento en una prioridad. La duda está en si somos capaces de conciliar las políticas para ese reto. En caso contrario qué nos espera, ¿una sociedad con una población en el que el 30% de los votos pueden ser de ancianos descontentos porque no tienen quién les cuide y porque los ingresos no llegan para pagar sus pensiones?
– En resumen, ¿hay que cambiar la idea actual que tenemos del Estado de Bienestar con renuncias por parte de los ciudadanos?
– Probablemente. O subimos los impuestos una barbaridad o tenemos que organizar los esfuerzos de otra manera y no tenemos un manual de instrucciones como los muebles de IKEA que los puede montar prácticamente todo el mundo. Es un reto de participación donde el voluntariado tiene que prestigiarse, como sucede en los países anglosajones.
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