08 Ago Instagram es malo para la salud
Esta afición puede contribuir a acentuar la ansiedad, la depresión, la privación del sueño y las inseguridades con la imagen corporal, sobre todo entre los más jóvenes.
MARTA GARCÍA ALLER
Si hubiera que atribuirle a Instagram un pecado capital le tocaría la envidia. Esta red social, con 700 millones de usuarios, multiplica sus visitas durante el verano. No solo porque durante las vacaciones haya más tiempo libre para subir fotos, que es su ingrediente principal, también porque mirar de reojo los viajes del vecino se ha convertido en tradición estival.
La mala noticia detrás de tanto atardecer a la orilla del mar y tanto selfi en las montañas es que esta afición puede contribuir a acentuar la ansiedad, la depresión, la privación del sueño y las inseguridades con la imagen corporal, sobre todo entre los más jóvenes. Según el informe Redes sociales y salud mental de los jóvenes de la Sociedad Real de Salud Pública del Reino Unido (RSPH), de todas las redes sociales, precisamente Instagram es la que afecta más negativamente.
Combina investigaciones previamente publicadas sobre los impactos en la salud de las redes sociales con una encuesta a unos 1.500 británicos entre 14 y 24 años. El objetivo del estudio era descubrir cómo los encuestados sentían que las redes sociales más populares (Instagram, Facebook, Snapchat, YouTube y Twitter) afectaban su salud, tanto lo bueno como lo malo: desde cuál les genera más ansiedad a cuál contribuye a crearles una mayor comunidad o sentido de identidad.
La única de las cinco redes sociales que pasa el test con un saldo emocional positivo es YouTube. Le siguen Facebook y Twitter. Todas tienen sus puntos fuertes y débiles. Pero, según los encuestados, la que genera más efectos negativos es la más visual de todas y también la más popular entre los jóvenes: “Hace que muchas niñas y mujeres se sientan como si sus cuerpos no fueran lo suficientemente buenos. La gente añade filtros y edita sus imágenes para poder verse perfecta”, detalla el estudio.
“A diferencia de otras redes sociales en las que se discuten más variedad de temas, Instagram es la red social más ególatra”, dice Marc Cortés, profesor del Departamento de Marketing de Esade. “Está basada en lograr megusta para cada fotografía y generan microaudiencias muy vinculadas a lo emocional. Los likes en Instagram van en vena directos al ego”. Y advierte: “Engancha porque al que ve la fotografía le genera un espacio de mirón al que uno normalmente no tiene acceso”. Por eso es muy potente en épocas de vacaciones, fines de semana, épocas festivas… Mirar al otro tiene un punto de adicción y en verano hacemos más cosas.
Planeta piruleta
Como en Instagram no se comparten los momentos malos ni aburridos de la vida cotidiana, ni suele aprovechar uno para quejarse como en Facebook o Twitter, es la red social que menos consuelo y sensación de comunidad aporta al que se siente solo.
Lo que más comparte la gente en Instagram, según un reciente estudio de los psicólogos Tony Eagar y Stephen Dann, es información autobiográfica de las actividades que uno hace (con especial atención a la comida), también momentos románticos, autoayuda con consejos, fotos de viajes e imágenes bonitas con el detalle de un momento concreto.
Este cóctel resulta muy entretenido pero puede, según los expertos, disminuir la autoestima de quienes se crean que esas expectativas tan edulcoradas responden a la realidad. El riesgo es confundir los deseos con la realidad, porque varios estudios demuestran que la mayoría tiende a mentir o exagerar cuando se autorepresenta.
“Las redes sociales se alimentan de la búsqueda de aprobación y, como los adolescentes son más vulnerables al qué dirán del grupo, cada vez resulta más difícil ir en contra de la corriente en un contexto social”, afirma Miguel Ángel Vallejo Pareja, catedrático de Psicología de la Personalidad de la Uned. “La personalidad se forma explorando cómo uno se diferencia de los demás, pero todo lo que tiene que ver con diferenciación está en cuestión en las redes sociales, porque en éstas se tiende a la homogeneización. Consigue más `megusta´ el que hace cosas que más encajan en la apreciación de los demás, así que es como convertirnos en políticos dependientes de las encuestas para decirle al auditorio lo que desea escuchar. Depender tanto de lo que los demás opinen de uno es contrario al desarrollo de la personalidad”.
“Podemos criticar los efectos de las redes sociales, pero no vamos a la raíz del problema”, advierte, por su parte, Xavier Carbonell Sánchez, catedrático de Psicología de la Universidad Ramón Llull. “Hay que ir a las causas: ¿Por qué los jóvenes usan Instagram? Buscan la misma aprobación que buscábamos generaciones anteriores pero ahora el grado de complejidad es mayor. Antes nos mirábamos en el espejo antes de salir de casa y con eso bastaba. Ahora les obligamos a quedar bien en todo momento. Ya no basta con arreglarse un día, hay que estar perfecto a cada momento, porque si no eres popular en las redes sociales pierdes atractivo social. Estamos construyendo una sociedad que les obliga a ello”.
Hay cinco tipos de motivaciones para entrar en Instagram, que son, por orden de importancia, cotillear, almacenamiento, interacción social, expresión y evasión, según el estudio Motivaciones sociales y psicológicas para usar Instagram realizado entre estudiantes españoles.
Es normal que aumente la presión cuando todo lo que se refleja en las redes tiene una consecuencia tanto en la vida laboral como en la sentimental. “Los estudios suelen centrarse mucho en los jóvenes, pero a los adultos también les afecta”, recuerda Carbonell. “Por ejemplo, cuando un adulto se separa, se vuelve activo en Facebook. Dependemos más de las redes en épocas en las que estamos más vulnerables”.
Los expertos reconocen que siempre ha habido adolescentes deprimidos por la presión social de la época, “pero ahora, como ese grado es más complejo, es probable que sea más frecuente, porque el nivel de exigencia ha subido”, añade Carbonell. “Es una situación más complicada”.
“Para hablar de efectos perdurables es precipitado por el número de datos que se pueden tener”, advierte Francesc Núñez, sociólogo y profesor de Humanidades de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC). “Pero de lo que no hay duda es que las redes sociales están cambiando nuestro comportamiento y han pasado a ser fundamentales en la configuración de las identidades de los jóvenes. Y eso tiene aspectos positivos y negativos”.
Narcisismo
Instagram es la red social en el que tienen un rol más especial los selfis. “Es en la que tiene más presencia el ego y hay más implicación de la presentación de la imagen digital de uno”, dice Giuseppe Iandolo, profesor de Psicopatología en la Universidad Europea y responsable del Centro de Intervención durante el Desarrollo. “Instagram es una manera de contar tu vida a través de fotografías, para mantener lazos entre amigos y familiares e incluso audiencia más amplia. Y con los selfis vamos creando historias y creando una marca personal, que puede llegar a ser positivo para configurar la personalidad”.
Según este experto en psicología infantojuvenil, el problema llega cuando uno no tiene la madurez suficiente para exponerse al juicio de los demás sin que le afecte negativamente. “También es negativo compararse con los demás cuando uno se siente vulnerable y sensible”, añade.
Cómo afectan las redes sociales depende de la personalidad de cada uno. “Si estás estructurando una personalidad segura y extrovertida y filtras tu información de una manera que cumpla las reglas sociales, tendrás éxito”, dice Iandolo. “Si eres demasiado transparente, te expones demasiado y el juicio de los demás te pesa demasiado, tendrá más efectos negativos”.
“Instagram tiene un componente narcisista”, explica Iandolo. “Pero no es lo mismo que una personalidad narcisista sea grandiosa o vulnerable: grandiosa significa que necesitas atención y aprobación de los demás porque eres extrovertido y confías en ti mismo. En ese caso las redes sociales son tu lugar, porque lo que necesitas es atención. Pero un narcisista de tipo vulnerable, sin embargo, está a la defensiva, en ese caso las redes sociales le generarán más ansiedad. Si estás mirando todo el tiempo cuántos likes llegan a tu fotografía, nunca serán suficientes para satisfacerte.”
Otro riesgo asociado a compartir esta vida con tantos filtros es aumentar la superficialidad de las relaciones. “Podría llevar a una sociedad más inmadura”, advierte Vallejo Pareja. “También puede derivar en la falta de empatía. Pero si se usa para potenciar la diferencia, lo individual y el respeto a cada uno puede ser muy enriquecedor”.
Algunos filtros buenos
Bien utilizados, tanto Instagram como Twitter y Facebook pueden tener muchos efectos positivos: casi el 70% de los encuestados por el RSPH encontró apoyo emocional en los medios sociales cuando los tiempos eran difíciles, y muchos dijeron que sus cuentas ofrecían un foro para la autoexpresión positiva. Y también era muy importante en la socialización.
“Antes los padres criticaban a los hijos adolescentes colgados del teléfono fijo durante horas y ahora es por estar en las redes sociales”, recuerda Iandolo. “Pero ni una cosa ni otra es mala en sí misma”. La facilidad para la comunicación con un amplio grupo de personas y para aprender y encontrar información son sus grandes beneficios.
“Instagram tiene la ventaja de permitir la expresión de la subjetividad y la singularidad”, afirma Núñez. “Es un espacio fundamental en la construcción de la identidad de los jóvenes, para ellos es un espacio de experimentación. Van adecuando de qué manera se tienen que peinar y vestir para lograr más likes. Es un laboratorio social del yo en la vida cotidiana”.
Núñez, que tiene hijas adolescentes, está acostumbrado a que hagan lo que ellas llaman sesioneo, es decir, quedar para hacerse fotos. “Se hacen 700 fotos para colgar 4 0 5 y es un aprendizaje más, porque hay muchas reglas no escritas: si compartes demasiadas fotos, eres un pringao”, ironiza el sociólogo. “Lo veo positivo como parte de las etapas de individualización y como canal para expresar también lo emocional, siempre que sirva para que nos sintamos bien con nosotros mismos. No podemos ignorar que la búsqueda del reconocimiento del grupo que se traduce en el número de likes ahora es fundamental en la construcción de identidad.”
Núñez no cree que lo que contamos en Instagram sea tan falso. “Incluso el concepto de verdad está caduco”, apunta. “Es como lo que cuentas de ti en una primera cita. Eso lo hemos hecho siempre. Lo que pasa es que en estos espacios vivimos siempre en versión dulcificada de nosotros mismos de la primera cita”.
“Hay jóvenes que estando en las redes sociales tienen unos puntos de vista más críticos y no participan en la locura de buscar los likes a la desesperada”, recuerda Vallejo Pareja. “Son conscientes de que ser apreciado universalmente no es positivo, es irreal. Y ser congruente con uno mismo no es compatible con gustar a todo el mundo”.
Consejos para una dieta digital
El problema principal en que coinciden los expertos es que, en menos de una década desde que eclosionaron estas redes, no hemos tenido tiempo de crear protocolos para saber qué es o no recomendable.
“El fenómeno ha sido tan rápido que nos está costando tomar el control de las redes sociales”, afirma Manuel Armayones Ruiz, profesor de Psicología de la UOC. “Cuando éramos pequeños nos decían que no se podía llamar pasadas las diez de la noche. Y si sonaba el teléfono a las doce es que algo había pasado. Ahora la gente está conectada 24 horas y eso genera problemas al que no sabe desconectar. Hacen falta dietas digitales que aún no se han establecido”.
El estudio del RSPH ofrece algunas recomendaciones para mejorar sus efectos en la salud mental de sus usuarios, sobre todo los más jóvenes. Por un lado, piden a las marcas de moda, famosos e influencers en general que especifiquen cuándo sus fotos han sido manipuladas. También pide a Instagram, Facebook y las demás que adviertan a los usuarios si superan un cierto tiempo dedicado. También sugiere que identifiquen a los usuarios con posibles problemas de salud mental basados en su uso y enviarles un discreto mensaje sobre dónde obtener ayuda.
“¿Cuánto se debe conectar un adolescente? Depende”, responde Armayones, autor del libro El efecto smartphone (UOC, 2015). “Porque depende de lo que esté haciendo. Si uno está planeando un viaje o una actividad para aprender algo, no es lo mismo que si está perdiendo el tiempo mirando Instagram sin más (eso solo es recomendable en pequeñas dosis). Lo más positivo es tener un propósito, la norma no debería ser dejarse llevar.”
“Lo fundamental es tener presentes las reglas sociales de la vida real en la red social”, dice Iandolo. “Hay que tener presente que las redes sociales son una proyección mejorada de la realidad y no tomar a la letra todo lo que se inscribe. Considerando un sesgo positivo y no comparándose”.
¿Nos puede afectar a la salud mental? “Lo que afecta no son solo las redes sociales y las nuevas tecnologías, es la vida acelerada que llevamos”, dice Armayones “Varios estudios revelan que estamos dos horas al día solo en Facebook. Hay que replantearse las horas que uno le dedica y lo que les aporta. ¿A qué podría dedicar esas horas?”.
Lo que todos los expertos tienen claro es que las redes sociales no son un fenómeno pasajero. Y entrenarse en ellas es también un aprendizaje. “Los adultos del futuro, gracias a haber crecido en un entorno marcado por redes sociales, serán más maleables pero más listos”, dice Carbonell. “Crecen enfrentándose a una complejidad mayor y un problema nuevo de manera cotidiana. Cuando la sociedad se desplazaba a caballo, se iba a un ritmo concreto. Ahora, acostumbrados a desplazamientos por autopistas hemos perdido algunas cosas, como el paisaje, pero hemos ganado en velocidad y reflejos. Podemos hacer más cosas y aprovechamos mejor el tiempo. Esto también pasará en la mente de los adolescentes. Estar creando redes en Instagram les está preparando para su vida laboral futura, que no tendrá nada que ver con la actual”.
Hay que preocuparse cuando el tiempo que se pasa en las redes afecta a otras facetas de la vida: “Cuando te genera problemas con la pareja o el trabajo o te aleja de tener relaciones en persona”, dice Armayones. “Cuando uno se percibe cansado porque retrasa la hora de dormir y le cuesta concentrarse…”.
Aprovechando las vacaciones, los expertos recomiendan guardarse unas horas offline, probar a estar una semana sin el teléfono y hacer actividades con la familia que impliquen no usar el móvil.
Armayones da otros consejos muy prácticos: “Eliminar apps del smartphone, una cada día; desconectar las notificaciones y las alertas sonoras; poner el móvil en modo avión varias horas al día o salir de casa sin el cargador para intentar administrar la batería”, sugiere. Y concluye: “En vacaciones hay que dar ejemplo a los pequeños. No se puede decir a los niños que están enganchados al móvil y que los padres estén mirando todo el día su Instagram”, dice Armayones.
Recomienda, “igual que cuando uno quiere dejar de fumar, ser conscientes de cada vez que uno entra en Instagram, y tratar de reducirlo a las veces que lo disfruta realmente”.
También entre los sociólogos más optimistas, como Núñez, hay cierta preocupación por el nuevo tipo de relaciones e identidades que se construyen a través de las redes sociales. “No quiero tener prejuicios porque también me lo decía a mí mi abuela, que veía pérdida de valores”, reconoce. “No quiero caer en eso, pero la comprensión de lo humano está cambiando”, advierte. Y añade: “Instagram o las siguientes versiones no van a ser un añadido, van a ser la evolución misma de nuestra identidad como seres humanos. Como cada gran avance que hemos hecho, hay que domesticarlo. Si es mejor o peor está por ver”. Va a ser, seguro, diferente.
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