08 Mar «Hasta el infarto, llevaba una vida de mierda»
Álvaro Cabezón, bilbaíno de 42 años, relata en una novela sus 48 horas en la UCI tras sufrir un ataque al corazón el pasado junio
MARÍA JOSÉ CARRERO
«Algo no iba bien. Aquella noche estaba siendo rara y dentro de mí notaba una sensación extraña». Así arranca ‘48 horas conmigo mismo’, la novela que ha escrito el bilbaíno y vecino de Santurtzi Álvaro Cabezón Estévanez para relatar todo lo que pasaba por su cabeza durante los dos días que estuvo en la UCI de Cruces tras sufrir un infarto agudo de miocardio. «En la UCI no se puede hacer nada, salvo pensar… y todo lo que pensé me ha servido para escribir este relato y, a la vez, de terapia».
La noche «rara» de ‘Alberto’, el protagonista del relato, fue la del pasado 24 de junio. Pero un hombre de 41 años, con un trabajo estresante y tres hijos, no está para pararse a meditar mucho por las mañanas, sino para salir corriendo a cumplir con sus obligaciones. La primera de aquel día, antes de ir a la oficina, era pasar por el colegio para recoger las notas de fin de curso. «De camino, con uno de los dos mayores y con la pequeña, me empecé a encontrar mal. Sentía una sequedad en la zona de la tráquea. Los críos habían tenido gastroenteritis, así que creí que me habían contagiado. Llamé a mi mujer, le dije que me encontraba fatal. No era capaz ni de pensar. Sonia me dijo que me metiera en un bar para que los críos no se quedaran solos. Y esto me salvó la vida».
En el baño de la cafetería, el malestar de Álvaro fue más. «Sudaba a tope, me dolía el pecho. Salí, pedí una coca cola y nada… Le dije al camarero que me mareaba, que llamara a los de la DYA que está enfrente. Cuando llegaron me tomaron la tensión, las pulsaciones y la saturación de oxígeno. Todo daba bien, pero yo estaba fatal. Avisaron a una ambulancia medicalizada de Osakidetza y, en cuanto vino, allí mismo me hicieron dos electros. El primero dio bien, pero en el segundo ya se vio que me estaba dando un infarto».
La rápida actuación de los sanitarios evitó un desenlace trágico. El mareo y el malestar iniciales dieron paso a los síntomas habituales de un ataque al corazón. «Sentía una opresión en el pecho, como si me estuviera pisando un elefante y hormigueo en las cuatro extremidades. Después, sentí que me moría. Ni veía, ni oía nada, pero la sensación era de armonía, de paz», asegura. Cuando la ambulancia llegó al Hospital Universitario de Cruces, un equipo quirúrgico le estaba esperando porque se había dado la alerta. «Me empezaron a poner cables por todos sitios, mientras yo hacía una especie de repaso por mi vida. Y me llevaron a quirófano. Es lo poco que recuerdo porque después no me enteré de casi nada. Mediante cateterismo me colocaron dos stents para abrirme dos arterias que tenía obstruidas. Para las cuatro de la tarde, ya estaba en la UCI».
Tres hijos y una hipoteca
Esos dos días de cuidados intensivos le dieron para pensar. Y mucho. De ahí el título de la novela. «Como no podía hacer nada, más que estar conmigo mismo… tuve tiempo de meditar. Me di cuenta de que me había salvado de milagro, pero que no tenía miedo a la muerte. Lo que me preocupaba era el lío que habría dejado aquí si llego a morirme. Tres hijos que sacar adelante, una hipoteca para pagar… Fueron 48 horas pensando».
La estancia en el hospital supuso un obligado alto en un camino que no conducía a ningún otro sitio más que a la enfermedad coronaria. «Reunía todos los ingredientes. Colesterol un poco alto por tradición familiar, una madre con cardiopatía, tabaquismo y estrés». Director de la delegación de una naviera holandesa, este licenciado en Derecho por la Universidad de Deusto y con la especialidad jurídico económica cayó en la cuenta de que «llevaba una vida de mierda hasta el infarto. Estaba 24 horas al día, los siete días de la semana, pendiente del móvil. Totalmente agobiado. Quería abarcarlo todo y pasó lo que pasó».
Durante todo un mes después del alta hospitalaria, Álvaro estuvo sin conducir y tenía que caminar «con las manos metidas en los bolsillos, para no acelerarme». Después, accedió al Hospital Universitario de Basurto, para participar en un programa de rehabilitación cardíaca. No tiene más que palabras de elogio cuando se refiere a esta unidad. «Me han dado unas pautas diarias de ejercicio físico en función de mis posibilidades y, además, asistencia psicológica». Y es que el infarto le ha dejado a Álvaro, además de dos muelles en sus arterias, una herida en forma de pesadillas. «Ahora algo menos, pero he estado siete meses con unos sueños horribles porque toda la gente de mi alrededor se iba muriendo».
Esta atención psicológica le facilita también herramientas para aprender a manejar el estrés. «Es que yo soy el prototipo de la conducta tipo A», comenta. ¿Tipo A? «Sí, busca y verás… Es la persona que no sabe parar… Y hay que parar porque hay que cuidarse física y emocionalmente», se dice a sí mismo como si recitara de carrerilla una lección aprendida de memoria.
De momento, se dedica a cuidarse. En marzo volverá al trabajo, pero será un regreso «poco a poco». Mientras tanto, está ilusionado con su novela, que acaba de ver la luz. La portada, de Jaime Irazabal, es toda una metáfora del contenido. «Mi aspiración es transmitir mi experiencia de una forma amena. Creo que me ha quedado ágil. He disfrutado escribiéndolo, la verdad… Así que me estoy planteando una segunda parte», comenta este hombre, quien dice que está aprendido a parar, a vivir de otra manera».
Las 48 horas en la UCI se han convertido en 256 páginas dedicadas «a todas aquellas personas que estaban en mi mente cuando mi corazón dejaba de funcionar. Cada uno fue un latido que me ayudó a seguir entre vosotros. Sonia, te quiero». Palabra de Alberto, su alter ego.
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