18 Sep Fisios que no ven, manos prodigiosas
Quizá dar masajes no fuera su vocación de niños, pero muchas personas ciegas han encontrado en estos estudios universitarios su mejor salida.
CRISTINA GALAFATE
«Cuando estaba en el instituto, me hablaron de que la Fisioterapia era una buena opción para una persona ciega como yo. Es verdad que ante la imposibilidad de ver tienes menos oportunidades de colocarte…». Así fue como Erika Gabaldón (36) encaminó su vida profesional, sin saber si le iba a gustar eso de dar masajes «ni soñarlo de pequeñita». Ahora, tras 12 años de experiencia en la Clínica de Fisioterapia SM -ubicada en la calle Covarrubias de Madrid-, sabe que puede desempeñar su tarea como cualquier otro titulado y se encuentra realizada atendiendo a pacientes de todo tipo, desde una peluquera que sufre al estar todo el día de pie secador en mano hasta un hombre de 99 años.
«Sobre todo, son personas que tienen dolencias relacionadas con sus largas jornadas en el ordenador, al estar sometidas a mucha tensión. Lo más común son contracturas en la zona de la espalda y el cuello, tendinitis, lumbalgias, también algún esguince…», cuenta mientras se mueve como pez en el agua alrededor de la camilla. Cualquiera diría que para acudir a su puesto de trabajo ha llegado acompañada de un perro guía. «Tratamos de no tener cosas por el medio para que nada entorpezca nuestra labor. Contamos con pocas máquinas, sólo las necesarias, porque nuestra técnica es manual», sentencia, mientras recibe a una señora que se somete a su primera sesión por un «aplastamiento vertebral».
Lo primero que hace es apagar la luz. «Puede parecer extraño eso de trabajar en penumbra porque los profesionales ven y luego tocan. En mi caso todo es tocar, tocar y tocar. Pienso que si todos trabajasen con pocos estímulos visuales para concentrarse en sus manos, sería más interesante».
Ése es uno de los comentarios más repetidos entre los pacientes de Erika. «He notado que el tratamiento es intenso porque se optimiza el sentido del tacto», opina Concha Fernández, asidua a este centro donde los siete trabajadores titulados -atestiguan las paredes- son ciegos o tienen discapacidad visual severa. Confiesa que el primer día le hicieron ver las estrellas y al siguiente estaba como nueva. «Disponen de tiempo para dedicarte y no te cambian de fisio cada vez que vas. Siempre sigue tu historial la misma persona. En algunos sitios te vas encontrando uno diferente y tienes que volver a repetirle tus problemas».
«Aquí no hay nada sobrenatural, no somos magos, sino como cualquier otro fisio. Yo cuando empecé a estudiar no diferenciaba un músculo de un tendón, todo me lo dio el aprendizaje. Es más, ante un titulado ciego y otro que no lo es, siempre van a contratar al que ve. Sólo digo que una lesión la debe tratar alguien cualificado y suele haber mucho intrusismo», aclara Gabaldón. Sin embargo, encuentra una ventaja en no poder ver: «Ese pudor que pueden tener algunas personas ante la desnudez, aun tratándose de un contexto médico, se acaba».
500 titulados
Como Gabaldón, cerca de 500 invidentes se han formado en la Escuela de Fisioterapia de la ONCE, que depende académicamente de la Universidad Autónoma de Madrid, desde su creación hace 50 años.
«Cada año convocamos unas 24 plazas y no se llegan a cubrir. Pedimos la Prueba de Acceso a la Universidad (PAU) como a cualquier universitario, un reconocimiento médico que demuestre que el alumno sólo tiene problemas de visión y realizamos unas pruebas de autonomía personal porque, de lo contrario, difícilmente podrán estudiar. Este año declaramos aptos a 22 y se titularon 14. De ellos, trabaja prácticamente el 100%», explica Javier Sainz de Murieta, director de la Escuela de Fisioterapia de la ONCE, quien asegura que son «muy exigentes» con los chicos.
El alto índice de ocupación laboral es uno de los éxitos de esta formación. Los métodos avanzan a la par que la tecnología. «Cuando arrancó, hace 50 años, se tardaban dos días en pasar unos apuntes al sistema braille. Hoy, todos los alumnos pueden acceder al mismo tiempo al contenido en el campus virtual. Otra cosa es el ritmo con el que se adapta la sociedad».
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