Familias postizas contra la sigilosa epidemia de la soledad

Familias postizas contra la sigilosa epidemia de la soledad

Un proyecto de los franciscanos busca en Galicia personas solas para compartir comidas, tareas y compañía, devolviéndole la vida a edificios eclesiásticos vacíos.

SONIA VIZOSO – BETANZOS

Rosa enviudó el pasado agosto y desde entonces carga sobre sus hombros con un pesado silencio. Solo la llamada de una amiga cada día a las nueve de la noche achica un poco el vacío. Siendo ella una de las últimas habitantes de una de esas aldeas del Ayuntamiento gallego de Betanzos (A Coruña) que no deja de menguar, ese es prácticamente el único momento en el que se comunica con alguien. “Charlamos durante media hora. No criticamos a nadie pero comentamos cosas y la hago reír”, cuenta Pilar, la voz amiga de Rosa, una de las colaboradoras del proyecto Familia Aberta, impulsado por la orden religiosa de los franciscanos en Galicia para combatir la epidemia silenciosa de la soledad que se extiende sin freno por los hogares occidentales.

Mientras en Reino Unido el Gobierno acaba de crear una Secretaría de Estado contra la Soledad, en Betanzos se ha habilitado el convento de San Francisco de Betanzos, sin vida desde que hace un par de años franquearon la puerta las últimas monjas residentes, para crear una familia con personas “que estén o se sientan solas”. Los participantes pasarían el día en las instalaciones, desayunando, comiendo y cenando, compartiendo la colada y los gastos, regalándose mutuamente compañía.

“No se trata de un centro de día ni de beneficencia, tampoco de un local social, sino de un espacio autogestionado que no se financia con subvenciones y en el que queremos imitar el ambiente de una familia cualquiera, con libertad para entrar y salir sin compromiso y sin exigencias de confesionalidad”, explica Fray Enrique Roberto Lista sobre un proyecto que está abierto a vecinos de cualquier ayuntamiento y a cuyos responsables les gustaría extender en un futuro a otros edificios eclesiásticos vacíos como las casas rectorales de las parroquias.

Adela, de 80 años, estuvo tiempo «arrinconadita» en su casa, «llorando sola», pero ahora ha dado el paso de entrar en Familia Aberta: «Llevo 15 años sin mi madre y 38 sin mi padre. Participar en este proyecto me encanta, porque nos hace trabajar y nos distrae, estoy con compañeros a los que le pasa lo mismo que a mí».

En España viven solas cerca de 4,5 millones de personas, según los datos que manejan los promotores de Familia Aberta, una cifra que se incrementa año a año. Según el estudio La soledad en España (2015), de Juan Díez y María Morenos, más del 70% de las almas que habitan estos hogares sufren soledad, un mal que afecta igualmente a más de la mitad de quienes tienen compañía en sus casas.

El proyecto ha echado a andar en Betanzos con nueve mujeres y, según explica la trabajadora social Antía Leira, afrontando dificultades para superar “el estigma de la soledad, la vergüenza”. “A quienes la sufren les cuesta reconocer la situación e incluso identificarla, porque muchas veces conviven con alguien”, apunta Leira. “Es una necesidad oculta: todo el mundo admite el problema y las noticias de ancianos que mueren sin que nadie se entere se multiplican, pero dar el paso para combatirla cuesta”.

Los colaboradores del proyecto se han lanzado desde hace seis meses a una campaña de divulgación puerta a puerta, recorriendo incluso lugares de Betanzos frecuentados por personas solitarias y contactando con los servicios sociales de los Ayuntamientos de la comarca. El franciscano Lista lleva años implicado en la atención de albergues para ciudadanos sin techo y centros de atención a toxicómanos. De hecho, la idea de Familia Aberta le saltó a la cabeza tras colaborar en Italia con un programa que intentaba desenganchar a drogodependientes formando con ellos “familias” que les aliviasen su angustia vital.

“Una soledad más una soledad es compañía, el remedio al problema están en las personas que sufren este mal”, esgrime el fraile franciscano, mientras en el comedor de este convento del siglo XIV los primeros miembros de Familia Aberta se pasan la cafetera y las bandejas de bizcocho y galletas. La amiga de Pilar que tan sola se siente aún no ha dado el paso de integrarse en esta familia postiza: “Es desconfiada y retraída, y le cuesta, pero yo ya le digo que esto le vendría bárbaro para oxigenarse”.

Entre los sufridores de la soledad, a los promotores de Familia Aberta les preocupa el grupo de los hombres recién divorciados, remisos especialmente a pedir ayuda. Ramón, de 67 años, afrontó hace un lustro su tercera ruptura matrimonial y desde entonces pelea a diario por llenar su tiempo libre para esquivar el vacío. “Los humanos estamos pensados para vivir en sociedad y necesitamos a alguien a quien dar afecto. Pero a la vez es reacia a compartir experiencias como esta porque cree que no tiene por qué contarle su vida a los demás”, apunta.

La tristeza por el aislamiento social no es solo un achaque de la edad. “Hay gente muy joven que también está sola”, incide Adriana García, colaboradora del proyecto. “Esta sociedad te empuja a la soledad. Se tienen menos hijos, la familia se dispersa, las tecnologías te conectan por un lado pero te llevan a encerrarte por otro… Y hay jornadas laborales que no te dejan tiempo para la amistad y la familia. Racionalizar los horarios sería un gran aporte para combatir este mal”.

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