26 May Envejecer de otra manera para dar vida a los años y no años a la vida.
Varios expertos recomiendan un cambio en el estilo de vida y perfil nutricional incluso antes de que comience el proceso de envejecimiento.
ABC Familia
Nuestra sociedad es cada vez más longeva. La esperanza de vida en la actualidad supera los 83 años de media en España y el objetivo es ir avanzando en esta tendencia. Sin embargo, la vejez se puede vivir de muchas maneras diferentes en función de nuestro estado de salud.
El envejecimiento es el proceso continuo y progresivo que se traduce en una disminución de la función fisiológica en todos los sistemas del organismo. Esto supone un aumento de la vulnerabilidad a las infecciones y a las patologías, incrementando de forma drástica el riesgo de mortalidad.
Hoy sabemos que la microbiota, que son los billones de microorganismos (bacterias, hongos, virus, arqueas, protozoos…) que llevamos dentro, tiene un papel muy relevante en nuestro cuerpo a lo largo de toda nuestra vida. Desde el mismo momento del parto hasta la infancia, pasando por la época de la pubertad y la edad adulta, la composición bacteriana intestinal influye en un óptimo desarrollo.
En la tercera edad se tiene un mayor riesgo de padecer determinadas patologías, como las neurodegenerativas. También es frecuente el estrés oxidativo y la inflamación crónica de bajo grado que caracterizan la última etapa de la vida, que debe ser abordada desde una perspectiva integral de salud a 360 grados, para poder incluir todos los aspectos que influyen en la manera de envejecer.
La microbiota fluctúa en su composición en todo momento. Es decir, que su equilibrio, lo que se denomina como eubiosis, no es estático. Ante esto, nuestras bacterias tienen capacidad de resiliencia, de sobreponerse de una perturbación o agresión.
Sin embargo, cuando esa disbiosis, ese desequilibrio, se cronifica, la capacidad de recuperación de la microbiota se ve mermada y se producen descompensaciones en las poblaciones bacterianas que pueden contribuir al desarrollo de patologías y trastornos de diversa índole.
Los estudios científicos que han investigado cómo cambia la composición de la microbiota a lo largo de la vida han identificado en la gente envejecida una mayor pérdida de diversidad en sus ecosistemas intestinales, que se evidencia en la pérdida de géneros beneficiosos, como las bifidobacterias y los lactobacilos.
Este empobrecimiento, asegura el doctor Marcello Romeo, PhD en Biomedicina y Neurociencias, docente en el máster de Nutrición Humana de la Universidad de Pavia y experto en Microbioterapia, se relaciona «con alteraciones del sistema inmunitario, que sabemos que está estrechamente relacionado con nuestra microbiota intestinal», pero además puede contribuir a la aparición de «patologías cardiovasculares o degenerativas, así como alteraciones del humor, como la ansiedad o la depresión».
Frente a esta situación común en nuestra sociedad occidental, en la otra cara de la moneda están los supercentenarios, aquellos individuos que han alcanzado o superado los 110 años. Según la doctora Sari Arponen, autora de ‘Es la microbiota, ¡idiota!’, estos ancianos tienen una microbiota característica e identifica tres bacterias que están presentes en estas personas súper longevas y que son marcadores de la salud: las bifidobacterias, la Akkermansia y la Christensenellaceae.
De hecho, recientemente, el equipo de la investigadora Yolanda Sanz, del Instituto de Agroquímica y Tecnología de los Alimentos (IATA) del CSIC, patentó la bacteria Christensenella minuta con aplicaciones terapéuticas para tratar trastornos del estado de ánimo, como la depresión, ahondando en la importancia del eje intestino-cerebro, también en la vejez.
La inflamación crónica, el origen de los problemas
Según explica el doctor Romeo, el origen de este desequilibrio en la gente mayor «está asociada a una carga inflamatoria importante». La inflamación será clave en dos procesos que se dan en la vejez y que marcan cómo será la salud de una persona en la última etapa de su vida: la inmunosenescencia y el inflammaging. El primer concepto se define como el declive en la función inmunitaria, que conlleva un aumento de la susceptibilidad a las infecciones y del riesgo de padecer enfermedades inflamatorias crónicas.
Respecto al inflammaging, Elisabet Masoliver, psiquiatra y PNI, explica que se trata «de una inflamación crónica de bajo grado que se asocia a la edad o al envejecimiento». Esta inflamación, mediada por una disbiosis y un mal estilo de vida, es también un detonante patológico. «Si estamos inflamados, los factores genéticos que podamos tener y otros factores ambientales aumentarán más nuestras probabilidades de sufrir alguna enfermedad».
Alzheimer, Parkison y eje intestino-cerebro
Masoliver habla de manera muy concreta de las patologías neurodegenerativas. Tal y como detalla, en los pacientes con Parkinson y Alzheimer «se han detectado evidencias de que hay una disbiosis intestinal, un exceso de permeabilidad, tanto de la mucosa intestinal como de la barrera hematoencefálica, que es la que se encarga de no dejar pasar sustancias tóxicas a nuestro cerebro para protegernos. Y estas alteraciones podrían inducir, agravar o perpetuar los daños en el cerebro».
De hecho, la psiquiatra insiste en la necesidad de tratar a estos pacientes con una perspectiva global, actuando más allá de los síntomas neurológicos. Y es que, en muchas ocasiones, como ocurre en el Parkinson, «incluso 10 o 20 años antes de que debute la enfermedad», ya está presente un síntoma digestivo muy asociado a ella: el estreñimiento.
A él se suman otros factores como la infección por Helicobacter pylori, el SIBO (Sobrecrecimiento Bacteriano en el Intestino Delgado) o la disbiosis oral, que tiene un papel fundamental ya que las bacterias patógenas que se producen en casos de caries o periodontitis «pueden trasladarse directamente al cerebro a través del bulbo olfatorio, aumentado la neuroinflamación».
Envejecer de otra manera cuidando la microbiota
El debate científico se basa en cómo queremos vivir los años que vamos ganando con el aumento de la esperanza de vida. La doctora Arponen habla de esa necesidad «de darle vida a los años, no años a la vida» y, por eso, cada vez son más los profesionales de la salud que apuestan por ayudarnos a envejecer de otra manera, cuidando nuestra microbiota y apostando por un abordaje de la salud a 360 grados.
«Con todas las evidencias científicas que tenemos —matiza el doctor Romeo— resulta necesario que recurramos a un cambio en nuestro estilo de vida y perfil nutricional, incluso antes de que comience el proceso de envejecimiento».
Este doctor asegura que es importante apostar por una alimentación enriquecida en carbohidratos accesibles a la microbiota (MAC), como la inulina, los fructooligosacáridos, los galactooligosacáridos o el almidón resistente, «que realizan una función prebiótica para enriquecer a nuestras bacterias intestinales».
Por su parte, la doctora Masoliver advierte de que «lo que hacemos de adultos jóvenes, a los 30, a los 40…, juega un papel esencial para nuestro futuro cognitivo». Por eso, anima a movernos más, apostando por el ejercicio diario, especialmente el de fuerza. Nos recomienda pasar más tiempo en la naturaleza, tomar el sol, respetar los ritmos circadianos, tener un buen descanso y aprender a gestionar de manera efectiva el estrés.
Dentro de estas estrategias de prevención, la psiquiatra también asegura que practicar con estímulos horméticos, como la exposición al frío, al calor o al hambre, de manera intermitente también resultan beneficioso.
Cuidarse de forma integral
Finalmente, los probióticos humanos, de IV Generación y de cepas específicas han demostrado ser la herramienta clínica más eficaz para ayudar a revertir la disbiosis en personas de la tercera edad, mejorando sus síntomas digestivos, contribuyendo a una mayor calidad de vida.
También la suplementación con omega-3 de alta biodisponibilidad, con aporte de EPA y DHA ha demostrado ser muy interesante para ayudar a mantener la integridad de las membranas celulares del sistema nervioso, ya que entre el 30 y el 40% de la materia gris del cerebro es DHA y, sin embargo, nuestro aporte en la dieta de este ácido graso es muy bajo.
La doctora Arponen concluye asegurando que «la microbiota es sólo uno de los componentes de la longevidad saludable; es, a la vez, causa y consecuencia de esta. Para que esos probióticos hagan efecto, debemos cuidarnos de forma integral, trabajando en prevención desde la juventud y, en definitiva, aportándole vida a los años».