05 Sep Envejecer bien y con agradecimiento
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Me gustaría terminar esta serie de posts sobre envejecimiento, ya posiblemente cansina, haciendo algunas consideraciones que posiblemente muchos no conocen. Y es que pareciera que al hablar de envejecimiento estamos hablando de personas ya entradas en edad, de paso entrecortado y pensamiento lento. Y que el envejecimiento y envejecer bien es, como he venido leyendo en algunos comentarios, muy dependiente de la carga genética que traemos al nacimiento. Y no es así.
Lo cierto es que desde el nacimiento hasta la edad de los 27 años el organismo humano crece y se desarrolla bajo un programa genético férreo. Programa genético que orquesta no solo ese crecimiento del organismo sino que, más importante si cabe, defiende la integridad funcional de sus células de los ataques constantes de substancias producidas por el propio organismo, como son los radicales libres, o de las injurias producidas por el medio ambiente. Hasta esa edad parece que el código genético transporta un mensaje central: mantener, hasta donde posible, el organismo vivo, sano y apto para la reproducción a través de la fidelidad molecular de sus células.
A partir de los 27 años ese programa genético cesa, se detiene y es entonces que comienza el proceso de envejecimiento. En esta nueva etapa el genoma invierte ya menos energía en el mantenimiento del organismo pues, para esa edad, la naturaleza parece «haber supuesto» que la reproducción de la especie, mensaje central de todo organismo, se ha cumplido. El organismo pues, a partir de ahí, se deteriora constantemente, se va destruyendo. Sin embargo, hasta donde hoy sabemos, este proceso deletéreo no parece estar programado genéticamente. Es decir, el genoma humano no contiene un programa destructor del organismo sino que el envejecimiento es producto de la cesación de ese programa activo de defensa molecular del que hemos venimos hablando.
Es bien sabido que, en general, de padres longevos, nacen hijos que, con suerte, pueden llegar a ser también longevos. Y lo que esto nos viene a decir es que el organismo si trae al nacimiento ciertos genes que, ya iniciado el proceso de envejecimiento, contribuyen a ralentizar ese proceso. O lo que es lo mismo, genes que contribuyen a determinar la longevidad de los individuos. Pero esta contribución es pequeña, comparada a la contribución que aportan los estilos de vida. Y esto es lo importante. Un estimado general, aceptado por los especialistas, es que la longevidad humana es dependiente de los genes en un 25%. El resto, el 75%, lo aportan los estilos de vida. Por tanto envejecer bien y largo depende en mayor medida de la propia conducta que desarrolle el individuo que envejece. Y ya lo he dicho muchas veces, quizá demasiadas, que hoy la ciencia aporta indicaciones suficientes para poder andar ese camino con el que alcanzar, con suerte, un envejecimiento «con éxito». Lo difícil es aplicar esas reglas. Y la culpa última de no ser fácil aplicarlas reside en la cultura en que se vive.
Hay, además, un fenómeno interesante en todo esto. Y es que mucha gente piensa que si algún día, gracias a la Ciencia, se pudiesen curar todas las enfermedades importantes que azotan a la humanidad, ésta, sus gentes, podrían entonces alcanzar de manera sana, esos 120 años de los que hemos venido hablando en un post anterior. Y no es así. Si ahora mismo, en la población que tiene unos 50 años y una expectativa de vida de 83 años, fuésemos capaces de curar todas las enfermedades del corazón y cardiovasculares en general y accidentes cerebro-vasculares, todas las enfermedades metabólicas, arteriosclerosis, diabetes, todos los tumores y canceres y todas las enfermedades neurodegenerativas, incluyendo Parkinson, ataxias y todo tipo de demencia lo que incluye la enfermedad de Alzheimer, no se podría alcanzar una expectativa de vida mas allá de los 95 años, sin duda un logro inmenso pero lejos, desde luego, de la expectativa de vida máxima de los 120 años (Science 299, 1339-1341, 2003). El resumen pues es que alargar la vida reside principalmente en alargar el propio proceso de envejecimiento.
Llegar a ser viejo y sano y desde temprano, recae casi enteramente en la responsabilidad y en la conciencia de cada uno. Ser viejo y sano es un privilegio. Y ya lejos el tiempo vivido de lucha, el resto de tiempo debiera servir para, fundamentalmente, devolver y ayudar a la sociedad en la que uno ha vivido y vive y de la que ha obtenido tantos beneficios, cualesquiera que haya podido disfrutar. Devolver a la sociedad tiempo y también dinero y conocimiento (si se tienen estos últimos) es siempre, bien administrado, fuente de recompensa y placer y felicidad. Y es aquí donde entra de verdad la palabra agradecimiento. Y el primer gesto de agradecimiento a esa sociedad y los demás seria esforzarse en envejecer bien, no siendo una carga para ellos. Y esto, como digo, es posible si se tiene la preocupación y preparación de envejecer con «éxito», de modo saludable, persiguiendo realizar una conducta que nos lleve, cuando verdaderamente viejos, al sentimiento de seguir siendo útil. El auténtico agradecimiento a los demás comienza ahí. El tiempo, el dinero y el conocimiento es un añadido. Seamos pues agradecidos. Al menos, intentarlo, creo que vale la pena.
www.huffingtonpost.es/francisco-mora/envejecer-bien-y-con-agradecimiento_b_1824731.html