30 Dic Enfermos mentales graves que triunfan en la vida
* Personas con esquizofrenia que han rehecho sus vidas ‘salen del armario’
* Sólo el 5% de afectados por trastornos importantes tiene un trabajo ‘normal
María Sánchez-Monge | Madrid
En una habitación a oscuras hay una persona postrada en la cama. No quiere levantarse, no tiene ganas de hacer nada. Nunca conseguirá un empleo estable -si acaso un trabajo ‘especial’ en una empresa que se desgravará un buen dinero por contratarle- y será un individuo dependiente. ¿Es este el perfil de los enfermos mentales? En algunos casos, la realidad es totalmente opuesta. Son los que que triunfan en la vida a pesar de tener una patología psiquiátrica. La mayoría esconde su enfermedad por miedo al rechazo social, pero unos pocos dan la cara y cuentan su historia.
Nadie diría en la actualidad que Vicente Rubio padece una patología mental grave, si no fuera porque él mismo relata su caída y su rehabilitación en charlas dedicadas a dar aliento a otros afectados y a desmontar el estigma que aún persigue a quienes son como él.
Este alicantino sufrió su primer episodio psicótico en 2003, cuando tenía 32 años. «Tras terminar mis estudios de experto universitario en técnicas visuales, estaba montando mi productora», recuerda. Se encontraba inmerso en un proyecto audiovisual en el que el protagonista, él, buscaba el ideal de amor. «Me volqué tanto que derivó en un desequilibrio. Pasaba más tiempo de mi vida con experiencias místicas que con la realidad cotidiana». Llegó a pensar que estaba siendo «guiado por el universo».
Sus delirios de tipo místico-espiritual fueron creciendo y llegaron a tal punto que su familia decidió ingresarle en un hospital psiquiátrico, donde permaneció dos semanas. Las personas con síntomas de este tipo sienten que son enviados especiales de Dios -y, a veces, su reencarnación- o alguien que tiene una misión o un mensaje que entregar al resto de la humanidad.
A Vicente le diagnosticaron esquizofrenia paranoide y le administraron, según sus palabras, «una medicación muy fuerte» que hacía que se sintiera «como un zombi, como muerto en vida». Pidió a los médicos que le redujesen la dosis y no sólo accedieron sino que, al ver que respondía bien, fueron disminuyendo paulatinamente la cantidad de antipsicóticos hasta quitárselos totalmente.
Cuando todo parecía marchar a la perfección, tuvo un segundo brote y esta vez estuvo ingresado durante un mes. «No podía prescindir de los fármacos», cuenta. Le costó mucho tiempo y esfuerzo retomar su vida.
La enfermedad supuso un parón en su trayectoria. «Abandoné mi carrera, acepté trabajos no creativos. Por ejemplo, en el almacén de pinturas de mi hermana o como animador sociocultural en un colegio», recuerda. Cada paso era un mundo: levantarse, salir de casa, quedar con algún amigo… Poco a poco, consiguió «recuperar la autoestima y las ganas de hacer cosas».
«Lo que más me ha ayudado a salir adelante ha sido el apoyo incondicional de mi familia y mis amigos», asegura. Sus allegados, totalmente desbordados en un primer momento, encontraron apoyo e información en la asociación de familiares y enfermos mentales de su pueblo natal, Villena.
En 2006, ya totalmente recuperado, volvió a la producción audiovisual y grabó el corto ‘Imaginarium’. Tiempo después, consiguió una subvención de la Junta de Castilla-La Mancha con la que llevó a cabo el documental ‘Solo’, que se estrenó en junio de 2010 y ha tenido una gran acogida. En este filme cuenta «como entra y sale una persona en la enfermedad mental». Vicente incluyó las imágenes en las que se grabó a sí mismo cuando sufrió sus primeros delirios místicos.
Aunque tiene muchos otros proyectos audiovisuales en mente, aún no puede materializarlos. «De momento, no estoy teniendo suerte con la financiación», reconoce consciente de los malos tiempos económicos que corren. Pero mientras busca patrocinadores tiene otras cosas a las que dedicarse. Más bien, otras personas: su mujer y sus dos hijos.
Conoció a su mujer hace muchos años, pero llevaron vidas separadas hasta su reencuentro en 2006, en un momento en el que él ya había pasado todo su calvario, pero aún estaba muy reciente el diagnóstico de esquizofrenia. «Ella sabía lo que me había pasado por amigos comunes y al principio tenía sus dudas sobre nuestra relación», señala Vicente. «Como tantas personas, había oído que esta enfermedad se asocia a delitos». Sin embargo, «el día a día le mostró que no había nada de que preocuparse».
Saltar barreras ficticias
Vicente sabe que hay muchas más personas con patología mental que llevan una vida como él pero «no salen a la luz y sólo se habla de los que necesitan asistencia social más asidua». Lo mismo piensa Ángel Urbina, otro afectado por un trastorno psicótico que vive en Tarragona, es ingeniero industrial, trabaja en Repsol, está casado y tiene una hija. Asegura que ha llevado una vida plena porque no era consciente de las trabas a las que, supuestamente, tenía que enfrentarse. Nada le frenó: «Lo hice porque no sabía que no se podía».
Ángel sufrió su primera crisis psicótica cuando estaba estudiando la carrera. Le diagnosticaron esquizofrenia paranoide. Al igual que Vicente, tuvo sus altibajos, pero logró salir adelante. La clave, según su experiencia, está en que es «capaz de saber cuál es la realidad y cuál no, aun estando en estado psicótico». Para ello, utiliza «el método científico», de forma que, si presiente que hay una persona en otra habitación de su casa, lo verifica. Asimismo, sabe cuando tiene que decir: «Necesito ayuda».
El apoyo familiar es otro de los pilares sobre los que se asienta su tranquilidad. «Otra cosa que me ayuda mucho es trabajar, tener un horario, una disciplina de vida», explica. Por extraño que parezca, Ángel afirma que ha logrado ser mejor persona gracias a su patología, que le ha llevado a contar su experiencia en charlas a personas afectadas. «Esta enfermedad me ha ayudado a cambiar desde una personalidad encerrada en sí misma hacia otra más abierta a la que le gusta ayudar a los demás. De persona egoísta a demasiado extrovertida».
A sus 45 años, Ángel ya casi ha olvidado que fue diagnosticado en 1992. En esos primeros momentos se encontraba «fuera de juego, dormido, sin poder hacer nada, queriendo desaparecer del mapa». Lógicamente, interrumpió sus estudios. Poco a poco, y gracias a un cambio de medicación, se fue sintiendo capaz de hacer más cosas y logró terminar su carrera.
Finalmente, consiguió trabajar en lo suyo, como ingeniero industrial. «Ahora hay una campaña muy fuerte para integrar a personas con discapacidad en Repsol. Yo nunca reconocí que tenía esta enfermedad. He ido por el camino normal», apunta.
Cuando se inquiere sobre cómo llevan su mujer y su hija la dolencia que padece, Ángel responde: «Preguntar eso y pensar que tiene que haber algo diferente forma parte del estigma». Por otro lado, su evolución ha sido tan positiva que han ido cambiando las ‘etiquetas’ que le colocaban los médicos. Lo que empezó siendo una esquizofrenia paranoide ha desembocado, en la actualidad, en un «trastorno psicótico agudo y transitorio sin especificación, no secundario a situación estresante aguda». Sigue tomando una dosis mínima de antipsicóticos, pero «más que nada como efecto placebo, por si las moscas. Hay que creer en los psiquiatras».
¿Casos aislados?
Las trayectorias de éxito de Vicente y Ángel no son la tónica general, pero hay más casos. Son una muestra de que algo está cambiando, aunque muy lentamente. Para José María Sánchez Monge, presidente de la Confederación Española de Agrupaciones de Familiares y Personas con Enfermedad Mental (FEAFES), «no son una excepción. Gracias a una adecuada rehabilitación, muchas personas pueden llevar una vida normal sin problemas, y cada vez vamos a encontrar más».
En todo caso, aún queda mucho para llegar a la normalización total. El número de personas con enfermedad mental grave que tiene un empleo regular (no protegido) no llega al 5%, según las estadísticas oficiales. Sánchez Monge cree es muy posible que el porcentaje real sea algo superior, ya que la mayoría de los afectados no declara su patología en el trabajo por miedo al rechazo de sus compañeros y al despido. Pero tampoco mucho mayor, puesto los estudios en este terreno muestran que sólo en torno al 25% de los pacientes con esquizofrenia tiene un empleo remunerado.
La rehabilitación funciona. La medicación y el tratamiento multidisciplinar (con psicólogos, psiquiatras, trabajadores sociales, educadores, etc.) logran librar de la mayoría de los síntomas a buena parte del colectivo de enfermos. Sólo falta más apoyo social y abandonar las viejas creencias sobre las limitaciones de las personas con enfermedad mental.
‘The New York Times’ se hacía eco hace unas semanas de un estudio pionero que lleva a cabo en Estados Unidos un equipo de investigadores de la Universidad de California en Los Ángeles, la Universidad del Sur de California y del Departamento de Veteranos. Se trata de un seguimiento a 20 personas con enfermedad mental grave que han tenido éxito en la vida.
Entre ellos hay dos médicos, un abogado y una alta ejecutiva, cuyas trayectorias vitales han hecho que se tambaleen muchas de las concepciones sobre este tipo de patologías. Por ejemplo, se tiende a sobreproteger a quienes sufren esquizofrenia u otros trastornos, aconsejándoles que eviten los trabajos estresantes. Sin embargo, el reto de afrontar esas ocupaciones podría constituir el impulso que necesitan para recuperarse por completo.
http://www.elmundo.es/elmundosalud/2011/11/28/neurociencia/1322501921.html