24 Feb El sufrimiento encoge el cerebro de los niños para siempre.
Pequeños rescatados de los orfanatos de la Rumanía del dictador Ceausescu muestran alteraciones cerebrales décadas después.
Miguel Ángel Criado
Los mayores de 40 años quizá recuerden las terribles imágenes grabadas en 1990 en diversos orfanatos de Rumanía. Mostraban a niños de corta edad hacinados, desnutridos, sin higiene y totalmente desamparados. Hacía un año que la dictadura de Nicolae Ceausescu había caído con su fusilamiento. Una oleada de compasión internacional rescató a muchos de aquellos pequeños, siendo adoptados por familias occidentales. Pero, a pesar de su cariño y cuidados, aún llevan la marca de aquel sufrimiento: el volumen total de su cerebro es menor que el de otros chicos. Además, según el seguimiento a decenas de ellos, presentan un menor cociente intelectual, peor expediente académico, mayor tasa de paro y más problemas emocionales ya adultos.
La mayoría de los 100.000 niños que llegaron a estar en instituciones estatales de la Rumanía de Ceausescu no eran huérfanos. Habían sido abandonados por sus padres tras una alocada política natalista del dictador que se dio de bruces con la crisis económica de los ochenta. Con las primeras adopciones, la mayoría por parte de familias anglosajonas, los científicos vieron la oportunidad de estudiar el impacto del sufrimiento, de un ambiente adverso, en los primeros años de vida. Por estudios en ratoncitos, se sabía que en esos primeros meses del desarrollo del cerebro y, por tanto, de la personalidad, las condiciones ambientales tienen una gran influencia. Por razones éticas obvias era imposible replicar estos experimentos en pequeños humanos. De ahí, la relevancia como experimento natural de los huérfanos rumanos.
«Más de 20 años después de que acabaran aquellas condiciones, aún podemos observar diferencias en la estructura cerebral», dice la investigadora del Instituto de Psiquiatría, Psicología y Neurociencia del King’s College de Londres Nuria Mackes. Junto a un grupo de científicos, entre ellos algunos que llevan siguiendo a los niños desde los 90, Mackes estudió el cerebro de 67 de los huérfanos. Habían pasado entre 3 y 31 meses de privaciones en una institución estatal rumana antes de ser adoptados por una familia inglesa. Para poder comparar, también analizaron a una veintena de adoptados pero salidos de orfanatos británicos.
Por cada mes pasado en uno de los orfanatos rumanos, el volumen total del cerebro es entre dos y tres centímetros cúbicos menor
Los resultados de su estudio, publicados recientemente en PNAS, muestran una reducción media del volumen total del cerebro del 8,57% aún hoy, cuando la mayoría han superado los 20 años de edad o están cerca de hacerlo. Además, la investigación señala que el grado de reducción depende de la cantidad de sufrimiento. Por cada mes de más pasado en aquellos orfanatos, los chicos ya adultos tienen entre dos y tres centímetros cúbicos menos de masa cerebral. «Más allá del menor volumen cerebral total, también vemos cambios en el volumen y grosor de diversas áreas del cerebro», añade Mackes.Y eso que, nada más llegar a sus nuevas familias, sus condiciones materiales, emocionales y psicológicas fueron normales.
Estos niños son una submuestra de una mayor que vienen estudiando desde que pisaron suelo británico dentro del llamado estudio ERA (English and Romanian Adoptees). En este seguimiento, fueron revisados al llegar, a los 4-6 años, a los 11-15 años y, en 2017, cuando ya tenían entre 22 y 25 años.
Los resultados de todo este tiempo están recogidos en un artículo publicado en la revista médica The Lancet. En la primera revisión, los pequeños que habían estado menos de seis meses en un orfanato rumano ya no se distinguían de los adoptados de origen británico. Pero los que pasaron más tiempo presentaban menores habilidades cognitivas y sociales. Las diferencias se mantuvieron en la siguiente revisión. Ya de adultos, el retraso cognitivo ha desaparecido, pero han surgido otros problemas.
La comparación con otros adoptados muestra que el grado de abandono tiene que ver con la variedad y gravedad de los problemas
«Vemos efectos tanto en ansiedad y depresión que no estaban presentes en la infancia», explica en un correo el principal autor del estudio de The Lancet y coautor del actual, Edmund Sonuga-Burke, que sigue a los pequeños desde el principio. «Es como si los jóvenes que tuvieron otras dificultades relacionadas con la privación cuando eran niños desarrollaran estos problemas emocionales y parece estar relacionado con dificultades para encontrar empleo o hacer amigos», detalla.
Para Mackes, su nuevo trabajo ayuda a mostrar la base física de todo esto: «La demostración de estos efectos tan profundos de las privaciones en el tamaño cerebral y la conexión de estas diferencias con un menor cociente intelectual y mayores síntomas del trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH) ofrece algunas de las pruebas más consistentes de la base neurobiológica de los problemas provocados por el sufrimiento».
Aunque no hay muchos experimentos como el del estudio ERA, sí hay algunas investigaciones similares que ayudan a desentrañar las causas de un impacto tan duradero de la adversidad. Es el caso del British Chinese Adoption Study (BCAS), realizado con un centenar de niñas de Hong Kong adoptadas en los años 60 por familias británicas. Las instituciones de la antigua colonia británica no eran el horror de los orfanatos rumanos y eso se ha notado: la mayoría de las ya mujeres muestra pocas dificultades en la actualidad.
La ciencia apunta a que, al principio de su desarrollo, el cerebro es más plástico y moldeable
«Es muy posible que los distintos entornos de los orfanatos expliquen, al menos en parte, los resultados diferentes de los participantes en el estudio ERA y las mujeres de la investigación BCAS», comenta la investigadora de la Universidad de Stirling (Reino Unido) Maggie Grant, que publicó una revisión del estudio BCAS en 2018. Aunque ambos estudios señalan cierta recuperación ante la adversidad ambiental temprana, «hay que reconocer que incluso si los niños tuvieron experiencias positivas en sus familias adoptivas, las diferencias en sus primeras vivencias implican que cada niño (y ya de adulto) tendrá sus propios resultados», añade Grant.
El neurocientífico Jamie Hanson, de la Universidad de Pittsburgh (EE UU), lleva años estudiando la conexión entre situaciones de estrés en la más tierna infancia y el desarrollo de psicopatologías en la adolescencia y edad adulta. Lo ha investigado en niños abandonados, en adoptados, en los maltratados o algunos niños de la calle. «Pensamos que cuando el cerebro es particularmente plástico, la experiencia puede tener una gran influencia. Y la ciencia apunta a que al principio de su desarrollo, el cerebro es más plástico y moldeable», dice.
Para Hanson, que ha encontrado variaciones en la amígdala y el hipocampo del cerebro de muchos de estos niños, «estos cambios cerebrales pueden ser adaptativos en un contexto específico, las alteraciones en la estructura cerebral pueden ayudarte en una determinada situación». El problema es que el contexto cambia. Los que han sufrido una adversidad extrema, como los huérfanos de Ceausescu, dice Hanson, «pueden haberse adaptado a una condición difícil en el inicio de su desarrollo, pero, con el paso del tiempo, escapan de ese contexto. El cerebro, sin embargo, se habría desarrollado para ese conjunto inicial de circunstancias y enfrentarse peor a un contexto diferente, no adverso».