22 May El «síndrome de la cabaña» también afecta a los niños: así podemos ayudarlos a volver a la calle.
Ni los adultos ni los más pequeños se libran del miedo que supone para muchos recuperar las rutinas previas al estado de alarma y la pandemia.
Nieves Mira
Desde que se decretó el estado de alarma el pasado 15 de marzo hasta que los niños comenzaron a salir a la calle el 26 de abril los españoles han tenido que adaptarse a unas medidas que pocos creían posibles meses antes. Han visto cómo veían restringidos sus movimientos, cómo las empresas iban cerrando y tenían que hacer (quien podía) su trabajo desde casa. Desde el primer momento fueron muchas las instituciones y los gabinetes psicológicos que prestaron sus servicios vía telemática y muchas veces incluso de manera gratuita. Desde el diván (aunque sea telemático), los psicólogos han sido un acompañamiento esencial durante esta pandemia que ha matado ya a más de 26.000 españoles.
En un primer momento y aferrados a las noticias que llegaban desde fuera, tanto desde China primero como desde Italia más tarde «comenzamos a encontrar repuntes de carácter ansioso. Se mostraban en forma de anticipaciones catastrofistas y en alteraciones del sueño, tanto en calidad como en cantidad del mismo, dando paso a las primeras pesadillas», cuenta a ABC Andrea Vega, psicóloga en El Prado Psicólogos. Conforme el coronavirus se abrió paso en nuestro país, según cuenta la experta, estos síntomas se incrementaron a medida que llegaron los cambios (el confinamiento, nuevos hábitos de higiene, síntomas de la enfermedad en allegados, cambios en el ámbito laboral….). Llegaron entonces las conductas compulsivas, según relata (comprobaciones de temperatura, desinfecciones constantes, etc.).
Pero sin duda, lo que marcó un punto de inflexión según avanzaba la enfermedad fueron los fallecimientos. «Comenzamos a encontrarnos así con personas afectadas en primera persona por duelos traumáticos en cuanto a la imposibilidad de comenzar a elaborar los mismos en un contexto normalizado, eligiendo libremente las propias estrategias de afrontamiento, rituales y ceremonias de despedida; sino viéndose envueltos en un acontecimiento de tal magnitud sometidos a unos patrones y primeros pasos rígidos y generalizados favorecedores de la contención del contagio pero tremendamente perturbadores en lo que respecta al plano psicológico», cuenta la psicóloga Andrea Vega.
Miedo a la normalidad
Ahora, cuando comienzan a darse los primeros momentos de la desescalada, empiezan a brotar aspectos latentes en fases anteriores: el miedo a volver a hacer una vida «normal». Según cuenta esta experta, los síntomas no son nuevos, ya estaban ahí y los psicólogos los han ido percibiendo, tanto en pacientes como entre sus propios familiares. La diferencia es que las medidas adoptadas por el Gobierno hacían de «ancla» a la que aferrarse para evitar situaciones, emociones y pensamientos perturbadores. El hogar nos hacía sentir seguros en aquellos momentos de confinamiento más duros, pero ahora las normas nos empujan a enfrentarnos a la incertidumbre para poder continuar hacia una vida saludable y plena, conviviendo con estas nuevas sensaciones y formas de relacionarnos.
Uno de los miedos que más pueden llamar la atención es el de salir a la calle, que se da tanto en adultos como entre los más pequeños. Y es que el hogar nos ha protegido del virus tanto hacia afuera y ha sido también un «fuerte» para encontrar refugio de aquellas vivencias que podrían suponer mayor estrés. Por ello, muchos ya lo están denominando como el «síndrome de la cabaña». «Principalmente existe el miedo a contraer la enfermedad, que es un miedo completamente normal y adaptativo en cuanto a que nos mantiene alerta para continuar llevando a cabo conductas de higiene y prevención. No obstante, este se convierte en un miedo desadaptativo en dos direcciones: por un lado cuando la emoción pasa a »coger los mandos» de nuestra vida, limitando todas aquellas vivencias agradables, de contacto, de exploración, de crecimiento profesional, de ocio, etc. para indicarnos constantemente que la seguridad es un bien preciado y únicamente se halla en casa. Por otro lado, también surge hacia otros estímulos, como el miedo a volver a exponernos a contactos sociales, miedo a aspectos que impliquen tomar distancia con el hogar, así como miedo a retomar el contacto con aspectos que previos a la pandemia ya conllevaban una importante carga emocional», aclara Vega.
Con los más pequeños ocurre exactamente lo mismo, según explica la psicóloga. Están observando en ellos -informa- mayor predisposición al mencionado «miedo desadaptativo» en los que previamente padecían ciertas fobias o miedos limitantes, pero también en aquellos que han sufrido de cerca las consecuencias más duras del coronavirus. «Muchos se han visto inmersos en una atmósfera cargada de emociones desagradables y con mucho menos acceso elegido a información de la que dispone un adulto, puesto que se les da la información que se considera relevante, mientras que otra la van percibiendo sin un orden ni una explicación adaptada». Por ello es muy importante cómo vivan la desescalada por parte de sus padres, su mayor referencia, siendo muy importante cuidar lo que verbalizan pero también sus actos.
Cómo afrontarlo
Para superar este proceso y que a nadie le cueste salir a la calle, la psicóloga recomienda exponerse paulatinamente al miedo, manteniendo la motivación y comenzando por acciones sutiles. En este sentido y de cara a favorecer la salida de este «síndrome de la cabaña» no es necesario «que el primer día de confinamiento hayas salido la hora establecida en función de tu grupo de referencia, así como no será necesario que el primer día que se permita el contacto con grupos pequeños acudas a una reunión de amigos. Basta con que, en esos pasos hacia la desescalada, te permitas experimentar al propio ritmo las nuevas sensaciones que conlleva». Por ejemplo, podría tratarse de bajar únicamente a la acera durante unos minutos y poco a poco ir aumentando la distancia fuera de casa.
Además, hay personas que están temiendo el momento en que sus empresas les reclamen para volver a trabajar físicamente en sus sedes. Esto conllevará una mayor exposición al contagio, pero a pesar de ello, la psicóloga insiste en que «no debemos detener nuestra vida al completo». La vuelta lleva acarreada ciertos estímulos que pueden disparar la ansiedad: algunos, como el malestar o el estrés tomarán mayor importancia tras haber comprobado lo «agradable» que puede resultar, a corto plazo, evitarlos. Pero -según insiste Andrea Vega- debemos enfrentarnos a este contexto diferente con flexibilidad, entendiendo que las formas de relacionarnos con el mundo serán diferentes. «Es posible y perfectamente entendible el no querer volver presencialmente al trabajo puesto que, en numerosas áreas, se ha comprobado que se puede llevar a buen término vía telemática, y se han encontrando otros beneficios entre los que destaca el aprovechamiento del tiempo invertido en desplazamientos, o el desempeño de calidad en las funciones al encontrarme en un contexto regulado por mis propias necesidades», argumenta.
Claves para la vuelta a la normalidad: ¿Cómo plantearla?
– Quizás el hablar de «normalidad» sea lo que nos hace confundirnos y mantener unas expectativas que, en numerosos aspectos, serán inalcanzables. Es decir, relacionarnos con la realidad en términos de lo que deseo y no en términos de la experiencia tal y como acontece. El relacionarnos en términos de aquello que quiero y «no dispongo» nos atrapa en una lucha constante en la que invertimos una energía y tiempo que limito de aquellas acciones que verdaderamente me satisfacen o, al menos, me acercan a la satisfacción. Es por ello que lo más saludable sería tener presente la vuelta a una «nueva normalidad».
El ser humano ha demostrado constantemente su gran capacidad de adaptarse a las situaciones más extremas, a los cambios menos esperados, tanto a nivel social como a nivel individual y, en la gran mayoría de los casos, se ha llevado con éxito valorando y sacando provecho de esta nueva realidad. Disfrutando del día a día sin continuar anclados al pasado y a aquello que un día me hizo feliz para mantenerme hoy andando en una dirección ciertamente impuesta pero con la mirada y energía puesta en esa misma dirección.
Así, debemos plantearnos esta «vuelta a la normalidad» con una actitud de aceptación incondicional a la experiencia, flexibilizando antiguos patrones y costumbres por otros más ajustados y con la misma capacidad de satisfacernos.