04 Nov El consumo de ansiolíticos: una adicción que se ceba con las mujeres.
El abuso de las benzodiacepinas tiene un sesgo de género. Aunque las causas son diversas, la enorme presión provoca una sobrecarga de tensión y de ansiedad a muchas mujeres, advierten las responsables del Proyecto Hombre Madrid.
Henrique Mariño
El consumo de benzodiacepinas o ansiolíticos tiene un sesgo de género. Lo reflejan los estudios y lo corrobora Mercedes Rodríguez Rubio, directora de Proyecto Hombre Madrid. «Afecta muchísimo más a las mujeres. Sin embargo, como es una droga legal, no hay conciencia del problema, que se agudiza con el tiempo. Cuando empiezan a consumirla, desconocen su gran capacidad para generar tolerancia y adicción», advierte la psicóloga. «Es decir, cada vez necesitan más cantidad para conseguir los mismos efectos que al comienzo».
En su centro de desintoxicación perciben que han aumentado las pacientes más jóvenes, aunque tanto las edades como las causas que provocaron el consumo abusivo son diversas. Cualquiera puede estar enganchada, porque es una droga «invisible» que no genera conflictos sociales, que en ocasiones se toma en secreto y que, al ser despachada en una farmacia, es vista como un mero fármaco. «Como se la prescriben en la consulta, consideran que simplemente se están medicando», añade Rodríguez Rubio.
La doctora Lourdes Azorín Ortega cree que resulta trascendental escuchar el sufrimiento de las personas. «En cambio, tenemos tanta prisa que lo fácil es recetar una pastilla. Hay una mala prescripción porque se tira mucho de esa fórmula», explica. «Además, los médicos de atención primaria están tan desbordados que es imposible hacer un buen seguimiento. Y lo que al principio podría ser un tratamiento correcto termina convirtiéndose en una adicción por falta de recursos y de control», afirma la especialista.
Responsable del programa de atención ambulatoria de Proyecto Hombre Madrid, ella también ha observado un sesgo de género en el consumo de ansiolíticos. «En la redefinición de los roles sexuales, hay una enorme presión sobre nosotras, lo que provoca una sobrecarga de tensión y de ansiedad muy notables». El trabajo, las tareas domésticas, el cuidado de niños y mayores… Por no hablar de los trastornos afectivos y de la depresión, que en ocasiones van de la mano.
Un hombre podría encontrar una válvula de escape en el alcohol o en la cocaína, cuyo consumo por parte de las mujeres no es aceptado por la sociedad. «Sigue siendo un estigma que ellas tengan un comportamiento expansivo y desinhibido, por lo que canalizan sus problemas a través de las benzodiacepinas, toleradas por su entorno e invisibles, pues no generan conflictos sociales», razona la doctora. «O sea, la familia va tirando y la consumidora no causa problemas a terceros, aunque más que vivir sobrevive».
Más mujeres y más jóvenes
Proyecto Hombre Madrid ha detectado un ligero aumento de pacientes femeninas, cuya edad ha disminuido debido a que se han iniciado tempranamente en el consumo, lo que provoca que el problema aflore antes y demanden un tratamiento. «Una persona que lleva tomando pastillas veinticinco años no se lo plantea, pero si lleva cinco años sí», añade Azorín Ortega, quien deja claro que no hay una sola causa. «Están sometidas a grandes niveles de presión, de estrés y de autoexigencia, regueros que alimentan el charco».
De hecho, la última encuesta sobre alcohol y otras drogas en España (EDADES), dirigida por la Delegación del Gobierno para el Plan Nacional sobre Drogas, señala que el consumo de hipnosedantes con o sin receta está mucho más extendido entre las mujeres que entre los hombres. Así, más de una cuarta parte de las mujeres de 15 a 64 los ha tomado alguna vez en su vida, un porcentaje que sube al 31% en la franja de los 35 a los 64.
Un consumo que se incrementa a medida que aumenta su edad, hasta el punto de que un 21,6% de las encuestadas entre 55 y 64 años reconocía haber consumido estos fármacos en los últimos doce meses (frente al 5,8% de las jóvenes entre 15 y 24) y un 16,9%, en los últimos treinta días (frente al 3,2%). Una diferencia que también se manifiesta en función del sexo, puesto que en algunas franjas las mujeres duplican a los hombres.
Según el estudio del Plan Nacional sobre Drogas, difundido hace dos años, en términos generales las mujeres también toman más hipnosedantes sin receta que los hombres. Estos solo las superan en la franja entre los 25 y los 44 años, si bien hay un dato que refleja la gran diferencia entre ambos sexos: en los últimos doces meses, las consumidoras entre los 55 y los 64 años eran el doble (1,9% frente al 0,9%).
Tratamiento multidisciplinar
Pese a que su consumo no está bien visto por la sociedad, Mercedes Rodríguez cree que se ha arraigado en muchas vidas. «Entre mujeres, confesar que están tomando una pastilla ya forma parte de la cultura general». No se ha normalizado, aunque de alguna manera podría verse con normalidad. «Es habitual escuchar que recurren a ellas para dormir. No es algo que reconozcan en público, pero sí entre su círculo de amigas», comenta la directora de Proyecto Hombre Madrid, quien advierte de las consecuencias. «A largo plazo afecta incluso a las funciones ejecutivas, como cualquier otro depresor del sistema nervioso».
La entidad trabaja para lograr que se desenganchen. Para ello, las pacientes que acuden a su sede se someten a un tratamiento global y multidisciplinar, que pasa por la terapia individual, de grupo, familiar, farmacológica y psicoterapéutica. «La adicción a los ansiolíticos es psicológica y neurológica. Pese a que provocan un síntoma de abstinencia grave, desintoxicarse resulta fácil, lo complicado es deshabituarse», explica la doctora Azorín Ortega.
Para conseguirlo, resulta fundamental acompañar a la persona, pues la paciente no tiene recursos para afrontar la ansiedad más allá de las pastillas. «Debe aprender a manejar su angustia, su inserción en la realidad y sus vínculos afectivos, lo que requiere su tiempo. Es un proceso sufriente, pero que merece la pena», asegura la médica responsable del programa de atención ambulatoria de Proyecto Hombre Madrid, quien advierte de que hay algunas benzodiacepinas que no deberían recetarse más de un mes.
¿Hay esperanza? «Claro que sí». Ahora bien, resulta necesario que las pacientes miren hacia adelante, aunque también hacia arriba. «Es hermoso pasar de arrastrarse a ponerse en pie. Como también ayudarlas y ver que ellas lo consiguen», concluye la doctora Azorín Ortega. «Sabemos lo que es el sufrimiento. Y, quizás por ello, las mujeres somos muy corajudas».
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