03 Ene El año que quebró la salud mental de los niños y los adolescentes.
La avalancha de casos detectada desde diciembre de 2020 ha evidenciado la precariedad del sistema de atención con esperas de hasta dos meses en algunas comunidades autónomas.
Sofía Pérez Mendoza
Los psicólogos y psiquiatras infantiles están alarmados. Los niños, niñas y adolescentes con problemas de salud mental en el último año se han disparado y no tienen recursos para atenderlos a todos a tiempo. Las enormes listas de espera –de hasta dos meses para una primera cita en algunas comunidades– terminan derivando los casos más graves a las urgencias y algunos especialistas creen que todavía no hemos tocado techo. Las consecuencias de la pandemia dan la cara con el paso de los meses.
El estallido se localiza a partir de diciembre de 2020, según Celso Arango, director del Instituto de Psiquiatría y Salud Mental del Hospital Gregorio Marañón. «No de población general, sino de segmentos concretos, entre los que se encuentran las personas de 10 a 20 años, además de los sanitarios y de los familiares de los fallecidos. Hay nuevos casos y empeoramiento de los que tenían trastornos mentales previos», señala el psiquiatra. Entre los motivos que explican el estallido, «la incertidumbre, el exceso de noticias, el distanciamiento social, el fin de las rutinas o el uso desmadrado de pantallas». «La pandemia ha destruido la salud mental infantojuvenil», constata Pedro Javier Rodríguez Hernández, pediatra del servicio de psiquiatría del Hospital Nuestra Señora de Candelaria, en Tenerife.
El hospital Gregorio Marañón de Madrid fue uno de los primeros en dar la voz de alarma este verano al ver multiplicadas las urgencias pediátricas por motivos psiquiátricos. «El que no tiene dinero para pagarse un psicólogo privado y un trastorno importante acaba ingresado antes de que le pueda ver el especialista de forma ambulatoria», retrata el doctor Arango, que con el crecimiento de la demanda ha visto saltar por los aires un «déficit estructural» de recursos que arrastraban ya antes de la pandemia.
No hay todavía datos oficiales sobre el aumento percibido por los especialistas. Save the Children se ha aproximado al impacto con una encuesta propia cuyos resultados publicó hace una semana. Los datos revelan que trastornos como la ansiedad o la depresión se dan cuatro veces más: afectaban al 1,1% de los niños y niñas de entre 4 y 14 años en 2019 frente al 4% en 2021. Los problemas de conducta -entre ellos el déficit de atención o los comportamientos destructivos- se han multiplicado por tres (2,5% a 6,9%).
A Noelia, el trastorno límite de personalidad de su hija, que ahora ha cumplido 18 años, le estalló a principios de 2019. «Piensas que son cosas de niños y cuando pasa lo gordo vuelves la vista atrás y dices: ay, igual sí comía compulsivamente o se metía en líos en el colegio, pero es complicado diferenciar lo que es una gilipollez de rebeldía de lo que realmente es un problema, hasta que te explota», cuenta en conversación con elDiario.es.
El confinamiento lo pasó con la hija ingresada, que vio desvanecerse cualquier incentivo cuando se cortaron las visitas de sus padres en la primera ola. «Laura funcionaba con la idea de que si trabajaba bien durante la semana nosotros iríamos el sábado o el domingo, comeríamos con ella, le llevaríamos un libro… Con el confinamiento percibió que no tenía nada por lo que luchar», relata Noelia.
El mayor riesgo está en la adolescencia, comparten los psiquiatras consultados. ¿Por qué? «Tiene que ver con una rotura de los mecanismos forjadores de la identidad en la población adolescente: la rebeldía, la necesidad de autonomía con un yo propio en el grupo de colegas, el tener margen de maniobra y poder negociar aquello que cree que le viene impuesto… Ahora de repente lo que es un término de grises en el que la adolescencia se mueve bien es blanco o negro. Te quedas en casa y no es negociable. Da igual lo bien que te portes o las buenas notas que saques», explica el doctor Arango. Esta falta de control, añade, multiplica el «riesgo de desesperanza».
Los adolescentes se proyectan a cortísimos plazos de tiempo. Por eso el confinamiento y las restricciones posteriores han tenido un impacto mayor sobre ellos, según Arango. «Si me deja mi novia, me hundo; y si saco buena nota, me vengo arriba. No se proyectan en un año o en cinco como hace el adulto. Con el virus se han sentido muy fastidiados y sin margen de remedio. Eso va minando la estima, el proyecto vital, produce angustia y entra en una espiral que acaba produciendo estos trastornos».
Eso también los hace más vulnerables a la manifestación más extrema de una salud mental rota: el suicidio. La recién aprobada Estrategia de Salud Mental 2022-2026 del Gobierno –que llevaba obsoleta ocho años– avisa de que la adolescencia es una etapa de alto riesgo. «Los datos del INE de los 4 últimos años disponibles, 2017, 2018, 2019 y 2020, muestran que en menores de 15 años se contabilizaron 13, 7, 7 y 14 muertes por suicidio y en el grupo de 15 a 29 años se registraron 273, 268, 309 y 300 suicidios, respectivamente. El año pasado el suicidio fue la segunda causa de mortalidad entre los jóvenes menores de 20 años, solo por detrás de los accidentes de tráfico. En el primer semestre de 2020, incluso, llegó a ser la primera ante la reducción los accidentes en carretera por efecto del confinamiento.
Los casos graves en los niños más pequeños se siguen viendo con poca frecuencia, pero han dejado de ser «algo anecdótico», cuenta Pedro Javier Rodríguez. «Estamos viendo ansiedad y depresión en menores de seis años con más frecuencia que antes. Por ejemplo, un trastorno obsesivo compulsivo en esta edad por el pensamiento de que se va a morir».
En todo caso, advierten los psiquiatras, los trastornos no surgen de un día a otro, sino que van manifestándose de forma más grave si no se tratan a tiempo por un retraso en la intervención. Ese es uno de los grandes problemas del sistema. Los problemas más severos, como un intento de suicidio o un brote psicótico tienen acceso preferencial, pero hace falta llegar hasta ahí para entrar rápido. La madeja de malestares emocionales que van agravándose esperan meses a ser atendidos si no recurren, como pasa en la mayoría de los casos, a la red privada.
La organización Save the Children ha recopilado las listas de espera medias por comunidades autónomas con resultados desiguales. La Región de Murcia arrastra una espera de 79 días para una consulta de psicología. En Madrid se aguarda 61 días y 37 en el caso del psiquiatría infantil. Navarra maneja una demora algo más de un mes frente a los 15 días de Cantabria.
La espera para la primera cita es inaceptable, según los especialistas, pero también los intervalos de tiempo para el seguimiento. «Igual veo a alguien por primera vez y la siguiente visita no se la puedo dar hasta tres meses después. Entre sesión y sesión se nos ha olvidado», admite Celso Arango. Faltan psicólogos y psiquiatras, pero no solo.. También enfermeras o trabajadores sociales que se involucran en estos procesos.
España tiene 11 psiquiatras por cada 100.000 habitantes, según Eurostat, frente a los 27 de Alemania, los 26 de Noruega o los 52 de Suiza. En relación al gasto en salud mental sobre la inversión total en Sanidad, nuestro país se sitúa en el 5% frente al 6% de media de la Unión Europea. Por encima despuntan Alemania (11%), Suecia (10%) y Reino Unido (10%); por debajo, Italia (4%) y Estonia (3%) y Bulgaria (1%). El Gobierno ha prometido inyectar 100 millones de euros en los próximos tres años para un plan de acción en salud mental y ya se ha creado la especialidad médica de psiquiatría infantojuvenil en medio de la avalancha de demanda.
Desamparo público
Los psicólogos clínicos que ejercen en la sanidad pública, sin embargo, son una incógnita hasta para el propio Ministerio de Sanidad, que admite en el texto de la recién aprobada Estrategia de Salud Mental que «no dispone de información actualizada ni completa» de los especialistas y aporta como referencia los titulados, aunque «no significa que todos ellos estén trabajando en áreas asistenciales».
El desamparo público no solo se limita a los pacientes menos graves. Noelia, médica en activo, paga 4.500 euros al mes por la atención continuada de su hija Laura en un centro psiquiátrico. Asegura que la sanidad pública no le ofrece una alternativa para su situación y que eso le ha llevado a endeudarse. «Hasta hace cinco o seis meses hemos tenido ayuda familiar y trabajado como bestias, ahora no podemos pagarlo. Damos el 50% y para el otro 50% reconocemos la deuda ante notario y cuando podamos…». Su situación es la más extrema puesto que Laura requiere de atención y vigilancia todo el día.
Las bajas por cuidado también atraviesan a estas familias, como en el caso de cualquier otra enfermedad. Un recurso intermedio son los hospitales de día, donde los adolescentes estudian y hacen terapia. Pero también requieren largas esperas, según confirman los profesionales. ¿Podemos permitirnos tener a adolescentes en lista de espera de más de un año para un hospital de día, sin poder ni siquiera ir al colegio o con un padre o madre que no puede ir a trabajar porque se tiene que quedar en casa con ellos?, se pregunta Arango, que ha visto varios de estos casos en su consulta.
«Las familias nos sentimos abandonadas. Nos ha costado mucho tiempo no sentirnos culpables de lo que le pasa a nuestros hijos. Ahora me siento solo responsable por no haberlo visto venir», confiesa Noelia. «Te sientes una mierda también porque nadie te ayuda», zanja, «pero vamos a ganar este pulso».