26 Oct ¿Educar sin gritos ni castigos? Estas son las claves para lograrlo.
Los expertos advierten que algunos padres confunden la disciplina positiva con ser permisivo o no poner límites.
Rocío Navarro Macías
La disciplina positiva no está relacionada con la permisividad. Tampoco con educar sin límites, sino todo lo contrario. La disciplina positiva es un estilo de crianza que persigue que los hijos sepan afrontar con éxito sus desafíos vitales, sin violencia y desde el respeto. Entonces, ¿por qué provoca escepticismo en quienes se han criado desde otro paradigma?
“Hay que entender muy bien lo que es la disciplina positiva. Algunos padres confunden la disciplina positiva con la ausencia de normas o límites. En este caso, es peligrosa, ya que todos no podemos tener la misma posición en la familia”, advierte Silvia Álava, psicóloga educativa y coautora del libro Seis Cuentos para educar en disciplina positiva (Alfaguara, 2020).
Se trata de un sistema de principios en el que se explican las formas de actuar, se validan las emociones, pero esto no quiere decir que no existan normas o que no haya que darles un no por respuesta a los niños. “El objetivo de la educación es conseguir que nuestro hijo sea una persona responsable, autónoma, decidida, resiliente, respetuosa, tolerante y empática. Para ello, debemos ser modelo y mostrarnos de esta misma forma”, explica el psicólogo educativo Antonio Labanda.
Aquí comienzan una serie de malentendidos para los adultos que no llegan a gestionar de forma eficiente sus emociones o, incluso, no son conscientes de ciertos comportamientos que chocan con esta tipología de crianza que, por ejemplo, no contempla como fórmulas válidas los gritos, enfados o las luchas de poder. Por eso es importante conocer las claves fundamentales para que la disciplina positiva funcione.
Educar desde el respeto
“De dónde sacamos la loca idea de que para que un niño se porte bien primero tenemos que hacerlo sentir mal”, es una de las citas más famosas de Jane Nelsen, una de las impulsoras de la disciplina positiva. Nelsen comenzó a difundir en los 80 las ideas que los psiquiatras Alfred Adler y Rudolf Dreikurs concibieron hace un siglo. De forma esencial, este tipo de aprendizaje apoya a los niños en su crecimiento y les ayuda a encontrar soluciones a largo plazo que desarrollen la autodisciplina.
“Muchas familias creen que está basada en la exigencia, supongo que por el tono de la palabra disciplina. Otras piensan que porque hablamos de algo positivo, vamos a dejar que los niños crezcan sin límites. Pero la disciplina positiva es una metodología estructurada, basada en unos principios teóricos, cuyas herramientas prácticas han sido elaboradas y revisadas desde hace más de 30 años”, indica María Soto, experta en disciplina positiva y autora del libro Educa Bonito (Vergara, 2020).
“La disciplina positiva es una metodología estructurada”
De hecho, lo que engloba esa positividad es obtener soluciones teniendo en cuenta las percepciones del niño según el tramo de desarrollo en el que se encuentre. Aumentar las capacidades de los niños y fomentar la autoconfianza son otros de sus objetivos. Una aproximación que se basa en la cortesía y el respeto mutuo, pero en la que los límites no son negociables porque los niños no pueden desarrollarse bien sin ellos.
Firmeza sin enfados
La vida en sociedad no sería posible sin límites, y convivir con ellos es necesario casi desde que llegamos al mundo. Pero definir las normas y hacer que los niños las respeten no está relacionado con gritos, ira o alguna manifestación con tintes violentos. La clave es mantener una actitud firme ante ellas.
“La firmeza es uno de los dos pilares de la disciplina positiva. No tiene nada que ver con enfadarnos con nuestros hijos para que nos hagan caso, sino que es una actitud desde donde les aportamos seguridad. Es la capacidad de ser consecuente con las decisiones que hemos tomado”, explica Soto.
La disciplina positiva relaciona los límites con el respeto por uno mismo y por los demás, y con la seguridad física y emocional. “El resto de las rutinas, normas sociales y modales se pueden aprender de una forma mucho más efectiva si los niños forman parte de la toma de decisiones y la revisión de los resultados. Esta metodología nos enseña a considerar a nuestros hijos “copilotos” de la familia, para fomentar que su sentido de pertenencia y significancia preserve su autoestima y su motivación intrínseca”, añade la especialista.
Acompañar en los momentos difíciles
Sobre el papel es difícil encontrar aristas a este método de crianza. Pero ¿qué ocurre en la práctica? Las rabietas, por ejemplo, son un momento en el que los padres pueden poner a prueba los límites de su paciencia. Tratar de controlar una rabieta es como intentar detener una tormenta. Se trata de episodios que sufren los niños cuando no entienden por qué decimos “no” y que desencadenan este tipo de comportamientos porque son incapaces de manejar su frustración.
Según el compendio Positive Discipline: What it is and how to do it hecho por la autora Joan E. Durrant para la organización Save the Children: “Lo mejor es esperar a que pase la rabieta. Quedarse a su lado para que se sienta seguro mientras la tormenta lo sobrepasa. A veces, si los padres lo acarician suavemente se puede calmar. Cuando haya pasado la rabieta, hable con él sobre lo acontecido. Aproveche para enseñarle lo que son los sentimientos, lo fuertes que pueden ser y cómo se llaman. También le puede explicar por qué dijo “no” y que entiende por qué se siente frustrado. Cuéntele lo que usted hace cuando se siente así. Asegúrese de decirle que lo quiere aunque esté triste, enojado o feliz”.
En vez de un castigo, una consecuencia
Quizá uno de los aspectos de la disciplina positiva que más reticencia despierta en algunos sectores es la ausencia de castigos, una herramienta que quizá no es tan eficaz como creemos. Esto no significa que los niños hagan lo que les venga en gana, sino un cambio en la forma de entender las consecuencias de sus actos. “Con los castigos, partimos del hecho de que privamos de algo a los niños. A veces son muy largos, desproporcionados o sus consecuencias no tienen nada que ver con lo que ha ocurrido”, argumenta Álava.
Lo que propone la disciplina positiva es que las consecuencias deben ser lógicas, coherentes, razonables e ir dirigidas a reparar el daño. “Si el niño grita o te pega, debe entender que ha causado un dolor (físico y emocional)”, añade. La psicóloga propone fórmulas como “Debes comprender que me ha dolido y ahora no quiero hacer algo contigo. Tienes que esperar”. Asimismo, hay que invitarles, o enseñarles, a que pidan perdón ante ese comportamiento.
¿Hay casos en los que no funciona la disciplina positiva?
En teoría, la respuesta a si existen casos en los que la disciplina positiva no funciona es negativa. “Esta metodología está basada en la Psicología Adleriana ( Escuela de Psicología Individual de Alfred Adler); no se trata sólo de una manera de educar, sino una forma de relacionarse con los demás. Es como ese manual de instrucciones del que todo el mundo habla. Siempre se puede aplicar”, sugiere Soto. Sin embargo, puede que se quieran aplicar ciertas prácticas sin un buen conocimiento de los procesos, o esperando resultados inmediatos. En estos casos, la experiencia puede no ser la esperada. Estas son algunas situaciones de las que pueden derivarse consecuencias poco deseables al aplicar la disciplina positiva:
– Si los padres tienen un control deficiente de sus emociones. Tal es la importancia de este hecho, que el estado de ánimo de los padres es un factor importante en la conducta de los hijos. “Si se sienten cansados, irritados, o preocupados por algo, es posible que se enfaden con su pequeño. Muchas veces los padres descargan su frustración sobre sus propios hijos. Cuando el ánimo de los padres y las madres es impredecible, los niños(as) se sienten inseguros y ansiosos. Cuando los padres y las madres ignoran una conducta infantil un día, pero se enojan por el mismo hecho al día siguiente, los niños se sienten confundidos”, indica Durrant en su libro.
La recomendación para quienes tienen problemas controlando sus emociones es acudir a un psicólogo que trate el asunto de manera constructiva, evitando las consecuencias en los niños. “Yo comparo la imagen de una madre o un padre amable y firme con la de un Sherpa, que nos guía en una montaña dándonos la suficiente calma y seguridad como para subir la montaña. No puede salirse del camino por mucho que a nosotros no nos guste, pero nos lo transmitirá desde la comprensión y la compasión de quien tiene más experiencia”, manifiesta Soto.
– Si los padres dicen una cosa, pero hacen otra. Los padres deben analizar sus conductas antes de aplicar la disciplina positiva. Son el modelo a seguir para sus hijos y, si sus actos no legitiman sus palabras, es difícil que el mensaje llegue.
“No nos vale decir no debemos insultar y cuando nos ocurre una situación que nos produce una emoción de ira entonces insultamos. Evidentemente tenemos que entrenarnos para ello, reconocer nuestras emociones, reconocer las emociones de los demás, tener calma y paciencia,… Los niños aprenden por modelado”, expone Labanda.
– Si se buscan resultados inmediatos. Una de las cosas más difíciles de la crianza de los hijos es conciliar los objetivos a largo plazo con los del corto plazo, porque a menudo ambos entran en conflicto. “El modo en que actuamos en situaciones de corto plazo es un modelo para nuestros niños. Es entonces cuando aprenden cómo afrontar el estrés. Si gritamos y golpeamos cuando estamos estresados, esto es lo que van a aprender a hacer en la misma situació́n. Los gritos y golpes sólo enseñarán a sus hijos(as) lo contrario que usted desea que aprendan en el largo plazo”, indica Durrant.
Por su parte, Soto alude también al marco temporal como uno de los elementos imprescindibles para que funcione: “La disciplina positiva surte efecto de manera progresiva, no es algo inmediato y general. Puede que las peleas disminuyan pero que haya que seguir trabajando la comunicación, o puede que los niños ganen en autonomía pero haya que seguir revisando otros aspectos”.
Las prisas tampoco encajan en este paradigma. “Muchas veces son los padres los que meten prisa porque tienen muchas cosas que hacer y necesitan que los niños acaben rápido. En ocasiones incluso actúan por ellos, pero esto puede desencadenar un problema, ya que no le damos la oportunidad al niño de que aprenda de sus errores”, advierte Álava, que subraya la importancia del esfuerzo y su demora.
– Si se piensa que los niños se “portan mal”. Cuando un niño desarrolla un comportamiento que no se ajusta a lo que los padres y otros adultos desean, de forma automática se etiqueta como “mal comportamiento”. Su necesidad de exploración, de demostrar su individualidad, o un temperamento muy activo son algunos de los factores que pueden desencadenar esas conductas. De hecho, una de las metas de la disciplina positiva es arrojar luz sobre esta manera de obrar.
“De todas las situaciones que vivamos con los niños, tratemos de extraer que no se “portan mal”, sino que están aprendiendo a pertenecer al mundo. Y fallan, toman malas decisiones, igual que cualquier adulto aprendiendo algo que no sabe. Si somos capaces de mirar a nuestros hijos con esa compasión, no nos enfadarán tanto sus conductas y podremos empezar a ver los motivos que les llevan a tomar esas decisiones a veces equivocadas”, dice Soto.
Educar sin perder los papeles es efectivo siempre que se mantenga la calma y se planteen metas a largo plazo