16 Dic De abuelos a segundos padres, así ha evolucionado el rol del mayor en la familia.
De ser un referente que visitaba a los nietos para disfrutar juntos han pasado a atenderles, reñirles e imponer normas que suelen generar en ocasiones conflictos con los propios padres por los diferentes modelos educativos.
Laura Peraita
Emilio Fernández, de 74 años, recuerda que de pequeño sus padres llamaban de usted a la abuela. «Vivía con nosotros en casa. Era una más, daba su opinión y todos la respetábamos al máximo. Sin embargo, hoy la figura del mayor se ha empobrecido; aunque se respeta, ya no es como antes porque los jóvenes enseguida dicen «tú no sabes», «eso ya no se lleva»… y te alejan. El valor de nuestra palabra ha perdido mucho. Y duele. Daña tus valores. No se dan cuenta de que tenemos la universidad del tiempo: hemos vivido, luchado, sufrido, trabajado, equivocado, rectificado…, pero esta experiencia parece que ya no vale. Cuando llegas a una edad te llevan a una residencia bajo la excusa de que vas a estar mejor atendido porque los hijos tienen mucho trabajo.
¡Como si antes no se trabajara! Pero, claro, hoy la forma de vivir es diferente», asegura Emilio Fernández con cierta resignación dentro del espacio ‘Conversaciones de mayores, organizado por ABC y Fundación la Caixa, bajo el título ‘El rol de los mayores en la esfera familiar’.
Como abuelo, confiesa que actualmente no se recibe el mismo cariño por parte de los nietos porque se les ve en menos ocasiones, no se comunican tanto, ya no preguntan por las historias del pasado… «Todo eso se percibe. Además, las tecnologías suponen también una barrera porque les motiva más mirar y escuchar su pantalla. No quiere decir que no nos queramos. Pero es distinto».
Y es que, según apunta Francisco Javier Ortega, psicoterapeuta familiar y supervisor de la Escuela de Terapia Familiar del Hospital San Pablo de Barcelona, hace años, los abuelos desempeñaban lo que se suponía que era su función en esta etapa de la vida: visitar a sus nietos, o recibirles en su propia casa, para pasar tiempo juntos y disfrutar de conversaciones y juegos que conseguían estrechar más el vínculo de apego. «Sin embargo, su rol en la esfera familiar ha cambiado radicalmente».
Padres por segunda vez
Este cambio se debe fundamentalmente, tal y como explica Ortega, a que trabajan los dos padres y sus jornadas suelen ser extensas, lo que provoca que sean los abuelos los que asuman –o les han hecho asumir–, el cuidado de los nietos. «Se convierten en padres por segunda vez, viven una doble parentalidad. Se ha pasado, por tanto, de unos encuentros amables a la obligación de atenderles».
Es el caso de Joaquina Silva que reside en Olivenza (Badajoz) y a sus 70 años se ocupacon esmero de sus tres nietos pequeños. «Mi hija trabaja y no puede encargarse, por lo que yo asumo su cuidado y les organizo también la casa. Me lleva casi todo el día porque cuando uno se pone malito, allí estoy a las siete de la mañana. No me siento mal por ello; al contrario, mis nietos me han aportado mucha felicidad e, incluso, me han ayudado psicológicamente a superar la pérdida hace ya cuatro años de otra de mis hijas. Yo les transmito el valor de la unión familiar y los cuidados, que quizá en el futuro ellos tengan que hacer con sus propios padres. Nos obstante, reconozco que la figura de los abuelos se valora más en los pueblos que en la ciudad porque aquí hay más cercanía en todos los sentidos».
El conflicto de las lealtades
Esta cercanía en el mundo rural supone un valor añadido, pero hay muchos casos en los que estos cuidados son una fuente de conflictos entre los que Francisco Javier Ortega destaca dos: el de las lealtades y el jerárquico. «El primero –matiza–, hace referencia a que los niños pueden no aceptar el papel parental que han asumido los abuelos porque, evidentemente, no son sus padres, y cuando tratan de establecer normas no las aceptan. Los abuelos de antes se limitaban a jugar, conversar o dar a sus nietos unos bombones a escondidas en un gesto de complicidad. Ahora, son los que les dicen que cuelguen el abrigo al llegar a casa o que metan el plato en el lavavajillas. La mirada hacia sus mayores es distinta».
No duda en afirmar que cuando los encuentros eran más amables, los abuelos representaban una figura de continuidad en la familia: se contaban historias, los nietos les preguntaban más sobre sus raíces, conocían todo su legado… «Hay una pérdida social, puesto que los nietos suelen discutir las órdenes que les dan los abuelos porque se han convertido en un referente seudoparental, y no en una fuente de conocimiento y transmisión de continuidad familiar como antes».
Respecto a la jerarquía, este experto del Hospital San Pablo añade que los padres son también los que rivalizan a veces con los abuelos. «Es habitual que la persona cuyos padres cuidan a los niños reciba las críticas de su pareja por no estar conforme sobre cómo atienden sus padres a los pequeños. Al mismo tiempo, la parte de la pareja que se ve atacada se siente incapaz de decir nada a sus padres porque sabe que les están ayudando en lo que pueden y perciben como una situación muy violenta comunicarles que lo hagan de otra manera. El conflicto está servido», afirma.
Sin embargo, también hay abuelos, matiza Ortega, a los que este rol de nuevos padres les supone discrepancias al considerar –generalmente el hombre, aunque a veces son ambos– «que están abusando de ellos e hipotecando su tiempo por las necesidades y, en ocasiones, exigencias de los hijos cuando estos cuidados se convierten en una auténtica obligación». En cualquier caso, considera que lo aconsejable es que al tiempo que se les pide ayuda se les concrete qué se necesita de ellos, reconociéndoles, eso sí, el esfuerzo que realizan.
Jesús Goyenechea, educador social, antropólogo y formador de la Unión de Asociaciones Familiares (UNAF), matiza que estas discrepancias son en parte lógicas porque los parámetros educativos han cambiado mucho y los abuelos se sienten fuera de lugar al chocar con los hijos cuando tratan de imponer, por ejemplo, el principio de autoridad. «Su modelo de «pues te quedas sin cenar» ya no vale; ahora todo se negocia y, por tanto, se ven obligados a hacer un esfuerzo considerable».
Este educador social coincide también al afirmar que las personas mayores han sufrido una evolución muy rápida entre el rol que representaban hace unas décadas y el actual. «Sus necesidades han cambiado en función de su propio envejecimiento que se ha retrasado y se han empoderado a partir de los 65-70 años con una mayor conciencia de ocio y disfrute, sin olvidar, eso sí, su apoyo incondicional a la familia cuando lo necesite».
Discurso social dañino
No obstante, lamenta que los mayores son los que han sacado de las colas del hambre a sus hijos y abierto las puertas de su casa ante cualquier contrariedad, los que cuidan de los nietos… y, sin embargo, «el discurso social sigue siendo que son una carga».
Con las miras en el futuro, Ortega no cree que la situación vaya a mejorar mucho, puesto que «la edad de jubilación se retrasará, las personas viven más y los hijos se tienen más tarde, por lo que los abuelos tendrán menos tiempo para ocuparse de sus nietos y, si lo hacen, sus condiciones físicas o mentales no serán tan óptimas». Con esta proyección, Emilio Fernández insiste en la necesidad de hacer ver a las nuevas generaciones que la sabiduría está en el pasado, que es la base del futuro. Y, eso, deben aprenderlo».