29 Abr Cuando la llegada del cartero se convierte en el acontecimiento del día.
Miles de trabajadores de Correos continúan repartiendo en las zonas rurales durante el confinamiento. En estos días, además de entregar envíos, prestan su ayuda de manera altruista a unos habitantes a los que les une un trato casi familiar.
Julio Nuñez
Carlos Salvador Maneu conoce por nombre y apellidos a todas las personas a las que lleva el correo. Cartero durante casi medio siglo, asegura que los 700 vecinos de los cinco pueblos de la comarca castellonense de Los Puertos de Morella por los que reparte las cartas son como sus feligreses. «Los tengo a todos controlados: a los de antes, a los de ahora y a los que están por venir», bromea. Especialmente en el último mes, el trato de este trabajador de 59 años con sus habitantes se ha vuelto más necesario que nunca. «En estos lugares despoblados hay mucha gente que te necesita, trabajadores con pequeñas granjas que te llaman por teléfono para ver cuándo puedes ir para recoger las facturas o cartas para la administración, que son esenciales para que sus negocios sigan funcionando», cuenta Maneu. Como él, miles de trabajadores de Correos recorren diariamente las zonas rurales para ofrecer el servicio postal básico, especialmente en la España vaciada, con un alto porcentaje de personas mayores y, por ende, población de riego.
Por esta razón, el trabajo de Maneu estos días va más allá del reparto postal. Cada día llama a algunos vecinos para saber si están bien o necesitan que les compre algo. «Somos el único enlace diario que hay con Morella, la capital de la zona, y mucha gente mayor necesita productos que no venden en su localidad», expone. Una vez, cuenta, una mujer mayor que vive sola le pidió que le comprase unas gafas en la óptica de la ciudad porque las suyas se habían roto. «Me dijo: ‘Yo me fio de ti, seguro que me traes las que me van bien», rememora Maneu emocionado.
La vocación de cartero le viene de familia. Su padre fue el director de Correos de Villafranca del Cid (Castellón). «Nací en la misma oficina. Vivíamos en la planta de arriba, por lo que siempre pasábamos el día tanto en casa como en ella. Siempre lo hemos llevado dentro», relata. Maneu describe su profesión como algo más que ser repartidores. «Nosotros no repartimos las cartas, las dejamos. La relación con los vecinos es estrecha, especialmente en los pueblos pequeños», asegura. Por eso, dice, los carteros en estas zonas forman parte de la comunidad y en situaciones como la que se está viviendo ahora son de gran ayuda para las personas del mundo rural.
Muy atentos a la hora de llegada
Los recados a las tiendas de comida son una acción altruista que realizan muchos de los carteros, siguiendo las medidas de seguridad pertinente y por la tarde, cuando acaba su jornada laboral. Debido al estado de alarma, Correos ha modificado los horarios de sus oficinas (abiertas de 9.30 horas hasta las 12.30 horas) y las entregas, solo por la mañana y de lunes a viernes. Los empleados van a trabajar días alternos. Por ejemplo, la jornada de trabajo de Sergio Frías empieza a las ocho de la mañana en la oficina postal de Soria. Allí organiza sus cartas para repartirlas a lo largo de la mañana por 18 pueblos; algunos, como Lubia o Las Cuevas, tienen una media de 60 habitantes. «No solo conoces a todo el mundo, sino que les tienes mucho aprecio y ellos valoran tu trabajo. Se crean relaciones estrechas y cuando les llevas las cartas entras en sus casas y te invitan a un café”, explica Frías. Ahora, los protocolos de Sanidad han limitado el contacto entre estos trabajadores y los destinatarios. «Hemos pasado de meterte hasta la cocina porque los vecinos te ofrecían un rosquillo a sentirte un poco antipático porque les dejas las cartas y nadie te ve», relata.
La mayoría de las personas de estos pueblos vive sola, es mayor y seguramente no han utilizado nunca una red social. El estrés de estar encerrado y el aluvión de noticias negativas les provoca, cuenta Frías, la necesidad de hablar en persona con alguien. «Para ellos, hacerlo se ha vuelto algo relevante; es así. Conocen tu ruta y saben sobre qué hora estás por su calle. Cuando sienten que llegas, salen a la puerta para preguntarte e intentan hablar sobre las cuestiones de la vida. Haces de psicólogo», explica el joven cartero, que subraya que todas las conversaciones se hacen desde la ventana a la distancia determinada por las autoridades para respetar las medidas de Sanidad.
¿Cómo están en el pueblo de al lado?
El confinamiento ha creado estampas curiosas: pueblos rurales fantasmas donde la hierba ha comenzado a crecer en las aceras. Para Ariadna Ravetllat, cartera en la comarca de Les Garrigues (Lleida), llevar las cartas se ha vuelto una tarea solitaria. En el último mes, pasear por l’Espluga Calba, Fulleda y Tarrés (entre los tres no llegan a los 600 habitantes) es como adentrarse en pueblos totalmente abandonados. «La semana pasada no me encontré con nadie ni pude hablar con ningún vecino; incluso los ayuntamientos estaban cerrados. Como si estuviera en pueblos desiertos», explica Ravetllat.
La preocupación por el estado de algunos vecinos mayores lleva a esta cartera a llamar a las ventanas para preguntarles si están bien o si necesitan algo. «Llevo un año trabajando en esas localidades. Es muy gratificante porque la gente te conoce y te explica cosas de su vida», reconoce. Y, claro, ahora te preocupas si ves que algún día no abren las ventanas. Entonces dices: ‘Ostras, ¿estará bien?’. Picas en la puerta y al final escuchas: ‘Sí, estoy bien. No pasa nada”.
Ravetllat cuenta que, mientras hace su ruta, mucha gente mayor sale al umbral de su casa para consultarle sobre la situación de los pueblos de los alrededores, por lo que también les sirve como una mensajera de las noticias locales. «Me preguntan cómo está el ambiente de donde vengo, si ya hay gente por la calle, si se hace el mercado…”, enumera Ravetllat.
https://elpais.com/economia/2020/04/15/nuevos_tiempos/1586946545_595977.html