08 Ago ¿Cuáles son los límites del castigo a los hijos?
Los expertos dicen que el cachete o el encierro en la habitación es pasado; ahora se quita al niño lo que no se ha ganado
JAVIER RICOU
Yamato Tanooka, de 7 años, fue abandonado por sus padres en un bosque de Japón como castigo. El niño viajaba con su familia en coche y su padre detuvo el vehículo en mitad de la carretera y le obligó a bajarse. La intención de los progenitores era dar un escarmiento a su hijo por su mal comportamiento. Dejarlo un rato ahí, para después volver y recogerlo. Pero cuando regresaron al lugar su hijo había desaparecido. Pasó seis días perdido en el bosque. El castigo se les fue de las manos. Como al matrimonio de Madrid, juzgado hace unos días, por golpear y encerrar a su hija, de 16 años, en un trastero sin ventanas por llegar tarde a casa tras una fiesta de cumpleaños. La madre de la menor intentó también cortarle el pelo. Tras pasar dos días encerrada en el trastero, la trasladaron a su habitación, en cuya puerta colocaron un candado. La chica lanzó un papel por la ventana pidiendo ayuda y la adolescente fue liberada por la Policía. Los padres se enfrentan ahora a una petición de pena de seis años de cárcel.
Son dos ejemplos de castigos desproporcionados, que rayan en el delito. Pero ¿dónde está el límite?, ¿el castigo a los hijos es necesario? ¿Debe tenerse en cuenta la edad del niño? Preguntas que seguro que se hacen muchos padres cuando sus hijos se portan mal y quieren enmendar esas conductas. Aplicar la medida correcta y hacerlo además en el momento oportuno no siempre es una tarea fácil. Y más en una sociedad, como la actual, con una exagerada sobreprotección con los hijos.
Álvaro Bilbao, doctor en Psicología, neuropsicólogo y autor de El cerebro del niño explicado a los padres, sostiene que “la neurociencia nos dice que los castigos son poco eficaces”. Bilbao es consciente de que a muchos padres les puede chocar esta afirmación, pero insiste en que numerosos estudios coinciden en que los niños aprenden mejor la lección con otras técnicas, “como poner límites o reforzar las conductas positivas, que con un castigo”. Arantxa Coca, psicopedagoga familiar, afirma, por su parte, que “el límite está en la forma del castigo”. Y añade: “No está prohibido castigar. De hecho, en la vida adulta el castigo también existe impuesto por leyes que te multan y sancionan si te portas mal. Así que el castigo como manera de sanción no es reprobable en sí mismo, pero sí lo puede ser la forma en como se lleve a cabo o la acción aplicada”.
Álvaro Bilbao apunta, al respecto, que “todo padre ha de tener en mente y muy claro que hay otras opciones para resolver los conflictos con los hijos y, si finalmente decide castigar, no puede sobrepasar ciertos límites como por ejemplo la agresión física o emocional. El dolor emocional que puede suponer insultar a un hijo o humillarle puede ser mucho más duradero que un castigo físico”, afirma.
Este neuropsicólogo aconseja “poner normas claras en casa, explicar al niño el comportamiento que esperamos de él o ella y reconocer y fijarnos en aquellas ocasiones en las que el menor tuvo un buen comportamiento. Si nos centramos sólo –continúa Bilbao– en decir al niño lo que no hace bien, su comportamiento posiblemente empeore. Mientras que si nos fijamos en lo positivo su comportamiento tenderá a mejorar. El cerebro funciona así”.
¿Es mejor desplegar, por lo tanto, una política de premios que tener siempre preparada la lista de castigos? Contesta Arantxa Coca: “Premiar es estimular, incentivar, provocar un efecto a un esfuerzo, algo que también existe en la vida adulta, con lo cual es lógico que esté también presente en la vida del niño para reforzar sus motivaciones y, aún más importante, educarlo en la cultura del esfuerzo, esto último muy escaso en las nuevas generaciones”.
Si no queda más remedio que castigar, Coca insiste en que “el castigo correcto es aquel que enseña algo, no únicamente reprime o priva cosas”. Y añade que “debe servir para enseñar, no para obtener obediencia a través del miedo”.
La psicóloga infantil Silvia Álava coincide con Arantxa Coca al afirmar que “el niño debe entender, cuando se le castiga, que con esa medida no se le quita ni prohíbe nada. Simplemente no le permitimos que disfrute de algo que no se ha ganado”. Y el castigo tiene que estar además relacionado con la conducta que se quiere sancionar. Si el conflicto lo ocasiona el teléfono móvil, la respuesta tiene estar relacionada con el uso de ese aparato. El error es castigar esa acción con otra medida, como podría ser no salir de la habitación durante una tarde, sin ninguna relación con las normas sobre el uso del teléfono. “De nada sirve castigar quitando el teléfono móvil si ese aparato no tiene relación directa con la falta cometida por el menor”, insiste Arantxa Coca. La tendencia de “te voy a castigar quitándote lo que más te gusta para que te duela” no enseña nada a los hijos. “Lo único que se consigue –continúa Coca– es resentimiento contra los padres”
Álvaro Bilbao revela que una de las claves del éxito en la difícil tarea de educar a los hijos es no confundir refuerzo con premio. “Refuerzo significa reconocimiento y llega después de un buen comportamiento, nunca como condición a la acción correcta. Por ejemplo, cuando mi hijo recoge la mesa le digo que lo ha hecho muy bien”. El error de muchos padres está en decir a los hijos que si recogen la mesa tendrán un premio. “Es entonces cuando los niños interpretan que sólo tienen que portarse bien si después llega la recompensa”, añade Bilbao.
Otro error repetido entre muchos padres es el de aplicar los castigos a deshora. La medida debe tomarse de inmediato y dejar claro que es por una acción concreta. Estos expertos desaconsejan, asimismo, la imposición de castigos por largos periodos al entender que esa medida desvirtúa la finalidad educativa de la respuesta a una conducta inapropiada.
Otra pregunta inevitable es si antes, cuando nadie se escandalizaba por una bofetada dada en el momento oportuno, se educaba mejor. Álvaro Bilbao considera que ahora “dedicamos más esfuerzos que generaciones pasadas en conseguir que nuestros hijos se sientan queridos. Sin embargo –continúa–, cometemos errores nuevos como colmar los deseos de los niños por el temor a que sientan frustración y eso provoca que nuestros hijos entren demasiado pronto en la sociedad de consumo”. Así que según Bilbao “la crianza es hoy algo mejor, pero la educación un poco peor”. Arantxa Coca opina, al respecto, que hace unas décadas “los padres eran más firmes en el cumplimiento de normas y a la hora de marcar límites”. Aunque considera que esa firmeza tenía una parte negativa, “pues muchas veces se conseguía con un cachete en casa o la humillación pública en la escuela”.
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