CREEMOS PALABRAS QUE NOS DEFINAN

CREEMOS PALABRAS QUE NOS DEFINAN

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La Real Academia Española en 2022 incorporó al Diccionario de la Lengua palabras nuevas como Edadismo que es discriminación por razón de edad. En 2021 la Organización Mundial de la Salud tras la pandemia, que tanto daño ha causado especialmente a las personas de más edad, publicó el Informe Mundial sobre Edadismo donde se recoge que uno de cada tres europeos lo sufre y se eleva al 45% en España.

El edadismo, al igual que el racismo o el sexismo, hace mucho daño a quien lo soporta. Seguir discriminando a las personas por tener una determinada edad es inaceptable en una sociedad civilizada. Son nuestros pensamientos y emociones los que nos conducen a realizar acciones que discriminan, apartan, denigran y provocan desánimo y malestar simplemente por haber vivido unas décadas. En el futbol se considera viejo/a a futbolistas con treinta y pocos años y en cambio en el ámbito laboral eres excesivamente joven para asumir responsabilidad a esa misma edad, sobre todo si eres mujer. Pero es a partir de los 50 cuando comienza a peligrar el puesto de trabajo, por ser muy mayor para trabajar, sabiendo que la jubilación no es posible hasta 65-67 años.

Aunque se pueden contar uno tras de otro, los años solo suman en el DNI. Cada persona los vive a su manera, porque todas somos distintas y disponemos de recursos, ideas, oportunidades y conocimientos diversos que harán de nosotros seres únicos. Lo que pensamos de la edad, lo hemos aprendido sin darnos cuenta: en casa, viendo la televisión, en la calle, en el cine, en el trabajo… lo repetimos sin intención, y somos autoedadistas sin saberlo.

La cultura de la edad y las etapas del ciclo vital han variado especialmente en el último Siglo, y aunque los números sean los mismos las capacidades y competencias de las personas han ido mejorando, al tiempo que la vida se ha alargado casi 50 años de forma generalizada en nuestro país, uno de los más longevos del mundo. Se estiran las etapas de la infancia, la adolescencia, la juventud, la madurez y también se amplía la vejez, y todo ello transforma, queramos o no, la sociedad que construimos. Un ejemplo puede ser el sistema educativo, al que se están incorporando los bebes de uno a tres años. La educación obligatoria llega hasta los 16 y se prevé ampliarla hasta los 18, y con ello se desplaza la edad de incorporación al mercado laboral, se demora la descendencia aunque se hayan recientemente iniciado los servicios para la conciliación laboral y familiar.

Trabajamos intensamente 35-40 años y llegamos a la ansiada jubilación sin sentirnos viejos con una esperanza de vida de otros 25-30 años más. Un periodo de vida tan largo como el de bebe, infancia, adolescencia y juventud. ¿Por qué íbamos a sentirnos identificados con la palabra viejo/a o anciano/a? Las personas de 65-85 años opinan que se es mayor cuando se enferma.

Resulta que cada día uno se levanta pensando en vivir, y vivir es envejecer un poco todos los días, y esto lo sabemos desde que tenemos consciencia de nosotros mismos. Pero nos empeñamos en ponérnoslo difícil y en vez de reconocer la fortuna de vivir mucho y bien, nos empeñamos como sociedad en perpetuar el edadismo como parte de nuestra comprensión del propio envejecimiento, de las relaciones intergeneracionales, familiares, personales, además de en la actividad profesional. Esta actitud negativa ante el envejecimiento puede reducir en 7,5 años la esperanza de vida, incrementa el estrés cardiovascular que empeora la salud, retrasa decisiones que mejoran la vida como tener una casa adaptada y accesible, o aprender a usar las tecnologías que la sociedad utiliza para no autoexcluirse, etc.

Lo que no se nombra no existe porque las palabras construyen la realidad. Si la estructura social ha cambiado y la etapa que llamábamos vejez se ha alargado ofreciendo oportunidades inimaginables para nuestros antepasados, no miremos para otro lado, creemos palabras que nos definan, con las que identificarnos en las distintas edades que van desde los 65-67 hasta los 116-120 años que se puede vivir. No tener nombre forma parte de la invisibilización, del menosprecio a un periodo de la vida que acumula conocimiento, talento, experiencia, oportunidad de crecimiento y solidaridad.

Hay que sentir orgullo de ser un experto o experta en vivir comprometido con nuestra época, que es ésta; orgullo de atesorar recuerdos y no borrar las huellas del tiempo vivido preservando la curiosidad, participando y cuidándonos. Por ello, inventemos nombres que nos representen en este largo periodo que nos espera.  JoveNayor hasta los 80 ¿Qué os parece?