26 Oct Cómo está afectando la pandemia a la salud mental de las familias.
Una investigación de la Asociación Americana de Psicología concluyó que, en los meses de abril y mayo, los padres con niños menores en casa estaban más estresados que los que no eran padres.
Diana Oliver
Lourdes está divorciada y tiene un hijo de ocho años. El confinamiento le pilló embarazada como madre soltera por elección. Es funcionaria y ha estado teletrabajando de marzo a junio, hasta la semana 36 de embarazo. Su hijo nació tres semanas después, en la semana 39. “Teletrabajar así ha sido un horror entre otras cosas porque no tenía el espacio acondicionado para hacerlo. Además, tenía que trabajar cuando no estaba mi hijo porque en el momento en que estaba él, yo tenía que ayudarle con las cosas del colegio o reclamaba mi atención. Sólo teníamos un ordenador portátil viejo en casa, lo que lo hacía mucho más complicado porque no podíamos compatibilizar todo”, cuenta. En junio le dijeron que tenía que volver a su puesto presencialmente y aquello incrementó considerablemente el estrés por la dificultad que encontraba para organizarse, pero también por el miedo al contagio en la recta final de su embarazo. “Ya durante el confinamiento tuve bastante ansiedad por la angustia que sentía para llegar a todo, unido a la situación de confinamiento y a que me suspendieron todas las citas médicas de revisión del embarazo. Estuve 16 semanas sin que me viera nadie”.
Hemos llegado al séptimo mes de la pandemia. La incertidumbre y el malestar de aquellas primeras semanas de confinamiento siguen ahí. Quizás ahora son como ese ruido casi imperceptible que sólo se deja escuchar cuando paras. Como la vibración de la nevera o el ruido de las cañerías. Le ocurre a Lourdes, que recuerda a menudo el sonido incesante de las ambulancias durante el confinamiento y que ahora vive a caballo entre el alivio de la vuelta al cole y el miedo al contagio. Y es que, aunque la pandemia ha afectado a la salud mental de todos los grupos demográficos, una investigación de la Asociación Americana de Psicología mostró que en abril y mayo, los padres con niños en casa menores de 18 años estaban marcadamente más estresados que los que no eran padres. Sorprende (o no) que en nuestro país no se haya planteando el impacto de la pandemia en la salud mental de las familias con niños pequeños.
Trabajar y cuidar: malabarismos en un clima pandémico
En la Universidad el País Vasco, el Grupo Consolidado de Investigación en Psicología Social: Cultura, Cognición y Emoción, creado en 1999, ha comenzado una investigación transcultural acerca de los aspectos psicológicos y sociopolíticos derivados de la pandemia por la covid-19. El portavoz del estudio, Lander Méndez Casas, psicólogo y miembro del grupo de investigación, considera que esta situación ha provocado un vuelco en las dinámicas y estilos de vida de las familias, lo que para muchas de ellas ha supuesto un reajuste de difícil encaje. “Hasta ahora, en España, el soporte para poder llevar adelante la vida en términos de conciliación han sido los abuelos. En esta nueva situación en la que el distanciamiento entre personas se considera un elemento determinante para frenar la propagación del virus, los hogares se han visto sin ese apoyo fundamental”, señala. A diferencia de otros contextos europeos, Méndez cree que en nuestro país la conciliación laboral es una asignatura pendiente, pero también la precariedad laboral, que es otro factor que afecta en gran medida al bienestar de los hogares.
Comparte esa idea Esther Ramírez, psicóloga y autora de Psicología del posparto, para quien la salud mental de las familias, especialmente con niños más pequeños, se ha visto más deteriorada debido a las dificultades de nuestro país para trabajar –o teletrabajar– y cuidar en un contexto marcado muchas veces por la precariedad o la falta de apoyos. “Casi de un día para otro los padres, madres y nuestras criaturas tuvimos que aceptar una situación diferente para la que considero no estábamos preparados. Ni a nivel logístico, ni a nivel emocional. Nos encontramos con una falta tremenda de ayuda para la conciliación de nuestro trabajo con el cuidado de las criaturas, a la vez que hacíamos malabares para sostenernos emocionalmente nosotros y a ellos y ellas en medio de un clima de auténtico pánico”, explica.
Marta (nombre ficticio) vive con su marido y su hijo de 5 años. Los dos son autónomos: él da clases y ella es traductora freelance, y trabaja desde hace más de 10 años en casa. Asegura que el teletrabajo en situación de pandemia no es teletrabajo: “Creo que las instituciones, las empresas y la gente en general se ha quedado con la sensación de que el teletrabajo es la gran trampa, de que desaparecen los horarios, de que es un «apáñatelas como puedas, a mí no me cuentes nada», y no es así. El teletrabajo no es trabajar, cuidar y encargarte de la casa al mismo tiempo. El teletrabajo es trabajar igual que en una oficina, pero desde tu casa, y tiene muchas ventajas que con la pandemia no se ven”.
Noelia tiene dos hijas de tres y seis años. Su pareja trabaja en casa y ella, que es funcionaria, pudo teletrabajar de marzo a junio, momento en el que tuvo que volver a su puesto presencialmente. En el caso de Noelia y de su pareja, para ambos ha sido muy complicado teletrabajar con las niñas en casa. “No consigues hacerles caso, el trabajo te supone el doble de esfuerzo de lo habitual. Ha sido una experiencia totalmente horrible, la niña pequeña necesita atención constante y la mayor necesitaba ayuda con los deberes. Le sumas atender comidas, limpieza, lavadoras y es un caos todo. Nadie está satisfecho”. Sobre si se han tomado suficientes medidas para las familias con niños pequeños Noelia tiene claro que no se ha tomado ninguna medida en este sentido. “Los que tenemos abuelos que nos ayudan habitualmente tenemos que decidir entre sobrevivir malamente o ponerles en peligro”.
Niveles elevados de ansiedad y agotamiento
Dice Marta que es consciente de lo “afortunados” que son por teletrabajar y haber podido quedarse en casa durante el confinamiento, pero para ella fue muy duro ver cómo la vida conocida desaparecía ante sus ojos. “Pasé casi un mes como en estado de shock, no podía creer lo que estaba pasando ahí fuera: el mundo se estaba desmoronando, el número de muertos no paraba de crecer y tenía un sentido de impotencia tremendo, porque no podía hacer nada. Lloraba mucho, me sentía extremadamente triste, no era capaz de hablar con nadie. Entré en un estado de «supervivencia mental»: dormía, trabajaba, comía, cuidaba dentro de las paredes de mi casa, y no era capaz de hacer nada más”, cuenta.
¿Cuáles son los malestares, patologías, que más padecen las familias desde que todo esto empezó? Responde Esther Ramírez que, en general, ha encontrado niveles altísimos de ansiedad y miedo en las familias, en algunos casos incluso trastornos obsesivos compulsivos que tienen como base el miedo a contagiarse o a contagiar a los demás. También mucha tristeza en las personas que han perdido a sus seres queridos y no han podido despedirse de ellos. Para Lander Méndez es importante recordar que muchos hogares han perdido el empleo y se han visto forzados a pedir ayuda a familiares u otros organismos. “Para las familias resulta muy duro verse en esa situación y, sobre todo, no saber cuándo podrán revertirla. Este tipo de situaciones generan un sentimiento de incapacidad de dar a sus hijos e hijas lo que necesitan y pueden llegar a generar cuadros depresivos en las cabezas de familia”, explica el psicólogo.
Para Noelia su mayor preocupación desde que comenzó todo es que les tengan que ingresar en el hospital a ellos o a los padres de ambos, y más aún la posibilidad de fallecer. También que sus hijas formen parte del pequeño porcentaje de niños con afectaciones graves o que le pase algo a su marido y se quede sola con las dos niñas. Ella ha acudido a una psicóloga y a una psiquiatra, y aunque dice que le están ayudando, también debe lidiar con la preocupación añadida del impacto económico que esto supone en su familia. “Aunque es un esfuerzo grande económicamente, quiero estar mejor para que las niñas estén mejor. En mi caso ya tengo ansiedad de antes, y me preocupa cualquier enfermedad que podamos contraer, así que con la pandemia mi miedo se ha visto amplificado”, explica.
En el caso de Marta, su mayor preocupación al inicio de la pandemia era también que ellos o que sus padres enfermaran, y aunque reconoce que esto último aún le sigue preocupando, su máxima preocupación hoy es la incertidumbre económica. “Los dos somos autónomos y por tanto, no sabemos cuánto vamos a ganar cada mes. Nuestros ingresos han bajado mucho, se prevé un invierno duro, y la verdad es que tiemblo cuando pienso en cómo nos vamos a apañar”. Otro gran malestar para ella es su bienestar emocional ante un segundo confinamiento en las mismas condiciones que el primero: sin saber cuánto va a durar, sin que los niños puedan salir, sin ningún tipo de apoyo. “Creo que no lo podría resistir”, dice. Cuando empezó el proceso de desescalada Marta no se veía capaz de enfrentarse al mundo de nuevo y buscó ayuda profesional. Desde entonces está en terapia, lo que le está ayudando a “no verlo todo tan oscuro”, aunque sabe que le queda aún mucho camino por recorrer para llegar a ser su «yo» de antes. Para Marta su hijo ha sido un cable a tierra en los momentos más duros y oscuros. “El hecho de estar con él y cuidarlo (hacer comidas, jugar con él y la propia rutina que exige un niño de esta edad) era lo único que daba sentido a toda la situación. La vida seguía y debía estar ahí para acompañarlo. Su alegría ha sido mi motor para seguir adelante”, cuenta.
Sobre si la pandemia tiene un mayor impacto en la salud mental de las madres que de los padres, Lander Méndez explica que la literatura científica acerca de la parentalidad muestra que el bienestar de las mujeres se ve afectado en mayor medida que el de los hombres. “En la coyuntura actual de pandemia, en un estudio que realizamos (pendiente de ser publicado) con muestras de 17 países, los análisis por género indicaban peores puntuaciones en las mujeres en todos los indicadores empleados para medir el bienestar. Se sentían más preocupadas, en mayor tensión y más deprimidas”, sostiene. Además, el psicólogo destaca que tras el paréntesis económico que hemos vivido, se observa que las mujeres se han visto mayormente afectadas por las tasas de paro: “La crisis ha castigado más a las mujeres al verse sin empleo y con mayor carga de trabajo en sus hogares. Y no podemos olvidarnos de las familias monoparentales, que en un 81% están encabezadas por una mujer y que, por tanto, es la única responsable de cuidar y asumir las exigencias de la parentalidad y llevar a cabo su jornada laboral”. Este es el caso de Lourdes, quien asegura que aunque ya tenía atención psicológica de antes, ha sido igualmente muy complicado. “No tenía ningún momento para mí: a los cuidados de mi hijo le sumaba que recibía correos y mensajes de Whatsapp del trabajo cualquier día de la semana y a cualquier hora. En la atención telefónica la matrona claramente vio desde la semana 35 que tenía que coger la baja por mis niveles de ansiedad, pero tardé aún una semana más en conseguir que me la dieran”, cuenta.
¿Podrían agravarse en el futuro estos problemas como consecuencia de la propia crisis al no poder acceder a recursos para afrontarlos? Considera Lander Méndez que en España las consecuencias sociales derivadas de la pandemia serán duras en este sentido. “La falta de medidas sociales estructurales, se han puesto de manifiesto con esta nueva realidad. Hablamos de la falta de inversión en recursos y de la falta de una senda de proyecto de país a largo plazo. La imposibilidad de acceso para muchas familias a los recursos necesarios para poder afrontar los años venideros, probablemente tenga consecuencias negativas muy importantes en la salud mental de las personas. Creemos que un aspecto al que deberemos poner especial atención en adelante es los índices de divorcio, violencia doméstica y suicidio”, denuncia.
Marta siente que las familias son las grandes olvidadas, que el abandono institucional es total. “Han importado más las terrazas y las discotecas que las escuelas, como todos hemos podido ver durante los meses de verano. No hay ninguna medida que realmente nos vaya a ayudar en caso de que tengamos que cumplir cuarentenas por positivos en el aula. Desde marzo, siento que las familias estamos abandonadas y lo triste es que no veo que esto vaya a cambiar. Eso me provoca muchísima impotencia. Los políticos hablan de recuperación económica, pero sin conciliación, no hay recuperación. No pueden pretender que trabajemos como si los niños no existieran, como lo hicieron durante el confinamiento: existen, son personas y tienen unas necesidades. Toda esta situación está tensando la cuerda de las familias más y más, se nos pide que nos apañemos como podamos a casi todo y ya no podemos más. Son muchos meses cargando con todo el peso”, concluye.