23 Jun Cómo comunicar a un niño la muerte de papá o mamá.
Los expertos advierten del daño que pueden causar frases como“se ha ido” o “está en el cielo” referidos al fallecimiento de un progenitor.
Silvia Oller
Papá no está, mamá se ha ido al cielo, la abuela se ha quedado dormida para siempre… son eufemismos que algunos adultos emplean para comunicar el fallecimiento a un niño. Piensan que palabras como muerte, suicidio o cáncer son demasiado fuertes para que el pequeño las pueda interiorizar. Nada más lejos de la realidad. Los psicólogos recomiendan comunicar de forma clara a los niños la muerte de un progenitor u otros familiares, amigos o personas cercanas. Sí o sí la palabra muerte debe aparecer en el diálogo entre el adulto y el niño. Incluso debe decirse a un bebé, aunque éste no entienda todavía qué significa.
Uno de los momentos más duros para un niño es afrontar la muerte de un progenitor. Y la forma como los adultos le comunican ese trance condicionará los comportamientos y reacciones que pueda experimentar en un futuro. Aunque cada familia es diferente y algunas tienden a presentar un mundo edulcorado a los niños, los expertos en duelo infantil aconsejan no engañar al pequeño, ofrecerle un mensaje claro y corto y no obviar nunca la palabra muerte.
Del mismo modo, que tampoco hay que evitar otras palabras todavía tabúes como cáncer, sida o suicidio. “Si tenemos miedo a expresar determinadas palabras, aumentamos el miedo al concepto que esconden esas palabras”, afirma Begoña Elizalde, psicóloga especializada en duelo y pérdidas y coordinadora del grupo de trabajo del Col·legi de Psicologia de Catalunya.
Prepararse para reacciones inusitadas
Las reacciones que puede experimentar el niño ante el anuncio de la muerte de un progenitor son variadas. Los expertos explican que no deberían extrañarnos comportamientos como que el niño quiera seguir jugando acto después de haberle comunicado la muerte de su padre o madre.
“Es muy normal, esa reacción nos está diciendo que ha recibido la información pero que no está preparado en ese momento para digerirla; que necesita tiempo”, explica Elizalde. Ese comportamiento, que puede durar horas, no es exclusivo del niño. Elizalde pone como ejemplo aquellos adultos que, con la casa llena de gente dando el pésame, se ponen a fregar los platos. En estos momentos, en la primera fase del duelo, la persona que acaba de recibir la dura noticia debe sentirse acompañada. “El doliente es quien marca el ritmo”, resume la psicóloga.
Usar la palabra muerte sí o sí
El mensaje debe ser claro y hay que evitar expresiones del tipo “no está”, “se ha ido” o “mamá se ha dormido y está en el cielo”. “Así sólo alimentamos fantasías e inseguridades”, afirma la psicooncóloga Núria Agudo. La psicóloga Begoña Elizalde pone el ejemplo de una persona mayor a quien de pequeña se le comunicó la muerte de la madre con un eufemístico “se ha ido”. “Esa mujer siendo niña estuvo pensando durante años cuándo iba a volver su madre”, afirma. Por eso, en la conversación debe aparecer siempre la palabra muerte como algo irreversible y permanente. “El niño debe tener claro que jamás volverá a ver aquella persona”, explica la experta.
Diferenciar hechos de creencias
El niño a diferencia del adulto necesita saber que estará bien atendido y que tendrá a alguien que contestará a sus preguntas una vez el padre o madre fallezcan. Según Elizalde, es muy importante que el adulto distinga entre hechos y creencias. Si el pequeño pregunta dónde está papá o mamá, hay que explicarles que su cuerpo está en el cementerio, incinerado en una urna o que sus cenizas han sido esparcidas en el monte. Si la familia es creyente, también puede hacer partícipe al niño de esas creencias.
“El verbo creer es de obligado uso, de no ser así el niño puede tener pensamientos psicóticos”, explica. Así, hay niños que no quieren volar en avión porqué creen que el cielo está lleno de muertos o que imaginan que su padre o madre fallecidos les está mirando todo el rato. “Esto genera mucha angustia”, afirma Elizalde.
Sin falsas promesas
La psicóloga pide a los adultos evitar hacer falsas promesas. Es habitual tras la muerte del padre o la madre, que el niño pregunte al progenitor que queda si también se va a morir. Explica que en esos momentos de desesperación, muchos optan per un no tajante. Pero Elizalde asegura que son preferibles otro tipo de respuestas como: “papa/ mamá estaba enfermo, yo me encuentro bien y espero vivir contigo muchos años”.
Implicarle en rituales de despedida
Llegado el momento del funeral, muchas familias consideran que la iglesia, el cementerio o el tanatorio no son lugares para niños. Sin embargo, las psicólogas son partidarias de no dejar al pequeño al margen de esos rituales. Eso sí, habrá que explicarle muy bien qué verá y se encontrará en cada momento.
Y eso debe hacerlo alguien que sea una figura de referencia para el niño y que no sea el padre o madre del fallecido, que probablemente estén muy afectados . “Deben vivir ese momento de forma natural, independientemente de la edad”, explica Agudo, que añade que si el niño expresa su negativa a asistir a la despedida “tampoco hay que forzarle”.
Si el pequeño no acude al funeral de su padre/madre, siempre existe la posibilidad de que se despida de ellos individualmente. Las fórmulas son muy variadas: desde hacer volar unos globos en algún lugar donde a la madre/padre fallecido le gustaba ir; a escribir una carta, decorar una cajita con objetos que le gustaban al progenitor…
Atentos a la vida escolar
Elizalde explica que en muchas ocasiones la escuela es la encargada de gestionar el duelo de los hermanos, porque los padres no se pueden hacer cargo. Un papel destacado, tras la pérdida de un progenitor, lo tiene la tutora del niño, que debe estar atenta a los cambios de comportamiento, en las notas o de carácter que se puedan ir produciendo.
El cáncer, sin tabúes
En muchas ocasiones la muerte de un progenitor llega tras meses o años de sufrimiento por duras enfermedades. La psicooncóloga de la Fundación Oncolliga Núria Agudo también aconseja no esconder la enfermedad al niño. “Los niños llevan la enfermedad como la llevan los padres: si existe miedo y angustia, los niños vivirán también así el proceso”.
Agudo da algunas pautas sobre cómo abordar la patología en función de la edad. Hasta los dos años, los niños necesitan mucho contacto físico y aunque son pequeños notan la ausencia del progenitor cuando éste está hospitalizado y también se percatan de los cambios de roles que hay en casa. El niño a esa edad necesita poder ver al padre o madre enfermo, jugar con objetos que le vinculen a él, y éste puede expresarle alegría pero también tristeza si es así como se siente. “Si ante el niño uno no expresa libremente cómo se siente, el niño en un futuro tampoco lo hará. Los niños son recíprocos, entienden qué cosas pueden hacer en una familia y que cosas no”, agrega Elizalde.
Entre los tres i siete años todavía no entienden qué es la enfermedad o la pérdida, pero perciben que ocurren cosas su alrededor. Naturalizar la situación y normalizarla, que el niño pueda participar en los cuidados del padre/madre enfermo es altamente recomendable, según Agudo. El niño a esa edad descubre aspectos de la enfermedad mediante el juego o lecturas.
La bibliografía sobre cáncer dirigida a niños es cada vez más extensa. Títulos ilustrados como Mamá se va a la guerra, de Irene Aparici Martín, Mamá lleva peluca, de Montse Banquells Aparicio, o ¿Qué te ocurre…, mamá? de Sònia Fuentes son algunos de los títulos que utilizan en la entidad para explicar el cáncer de mama a los niños.
“Si a los padres les cuesta aceptar la situación, no podrán ayudar a sus hijos”, explica la psicooncóloga, experta en la atención de familias y niños y de enfermos paliativos y terminales. Por eso, desde la Fundación Oncolliga primero ayudan a digerir la situación a los padres y les dan herramientas para comunicarla a los hijos.
Agudo explica que a partir de los siete años, el niño pregunta constantemente sobre la enfermedad. Y una de las preguntas habituales es ¿Te vas a morir? “Nunca hay que decir un no rotundo”, explica Agudo, quien insta a emplear frases del tipo: ‘mamá está enferma, los médicos hacen todo lo que pueden para curarla y algunas veces las cosas van bien y otras, no tanto” o “papá está unos días mejor y otros peor, pero está aquí contigo”.
En la adolescencia, uno de los retos de los adultos es saber gestionar las emociones como la rabia o la tristeza, que inevitablemente aparecerán durante el proceso. “Es durante la adolescencia cuando los jóvenes empiezan a despegarse de forma natural de los padres, pero enfermedades como el cáncer suponen para ellos un desapego forzoso”, explica Agudo.
“El niño tiene derecho a autoengañarse; pero los adultos no podemos generarle falsas esperanzas, es antiético”
Agudo aconseja ir preparando al niño cuando se acerca el final de la enfermedad. Y existen muchas maneras de contárselo. Por ejemplo, el adulto puede hacer alusión al proceso de vida de las plantas que nacen, florecen y mueren. O ejemplificar la situación con la mascota que haya fallecido. “La vida tiene un inicio y un final, quienes han trabajado esto les es más fácil digerirlo”.
No obstante, el niño ya percibe señales del final de la enfermedad: ver al padre/madre más delgado; con cara de enfermo, que acude con frecuencia al hospital, que duerme muchas horas… “El niño tiene el mismo derecho a autoengañarse que un adulto, lo que no podemos hacer los adultos es engañarles. Si el familiar está al final de la enfermedad, no le podemos decir que ya se recuperará, porque eso es generarle falsas esperanzas y además es antiético”, agrega Elizalde.