Coliving entre mayores: «Envejece el cuerpo pero no la mente. A mí solo me jubila el de arriba».

Coliving entre mayores: «Envejece el cuerpo pero no la mente. A mí solo me jubila el de arriba».

Esta es la particular visión de la vida de Teófilo del Pozo, residente en Las Arcadias el Encinar (Madrid).

Carlota Fominaya

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«A mis 87 años no pienso dejar de trabajar. Solo me jubila Dios nuestro señor, cuando no me pueda ni mover. Pienso seguir al pie del cañón hasta que no me funcione la cabeza. La única diferencia entre cuando era joven y ahora es que entonces cobraba, y ahora no lo hago».

Esto lo dice Teófilo del Pozo Rodríguez, Doctor Ingeniero Industrial, quien otrora fuera directivo en varias empresas de Telecomunicación (entre ellas Vodafone) y, actualmente, voluntario en una residencia de ancianos y un comedor social. «Sólo me jubilaré con la muerte», insiste.

Lo hace desde el residencial Las Arcadias el Encinar, donde reside, y hasta donde ha llegado porque en «esta última etapa de mi vida terrenal no quiero ocuparme ni perder un minuto de mi vida de esperar, por ejemplo, a que vengan los de los distintos servicios a reparar averías en casa. Esos que te dicen que van a resolver el tema entre las 9:00 y las 13:00 horas, les pides que especifiquen, cosa que es imposible, y luego nunca aparecen».

Allí lleva en «periodo de prueba», bromea, dos meses. El senior living, apunta, «está más extendido en los países nórdicos que aquí, pero sin duda acabará poniéndose de moda», augura. Es un modelo de vida para personas de mi edad que poco a poco se ha convertido en una buena manera de vivir si tienes una pensión razonable y unos ahorritos de suplemento, donde estás arropado y atendido en plenitud».

«Estar dentro de una comunidad como la que formamos los seniors que vivimos aquí para mi es muy importante. Aquí puedes encontrar gente afín, con similitud de pensamiento, con la que se pueda hablar de todo. Aquí hablamos sobre temas profundos que nos interesan a todos bastante, y en los cuales a lo mejor no aportamos nada novedoso pero nos ilustramos unos a otros».

El grupo, advierte Teófilo, «es muy importante para vivir. El ser humano ha sido creado para vivir en comunidad, no aislado… nadie se puede construir a sí mismo. Y si nos ponemos en plan religioso, para salvarse, uno solo en la vida no pinta nada. El hombre no está hecho para vivir en soledad, sino en pareja primero y en grupo después. Por eso las comunidades de tipo intelectual o religioso son tan importantes…».

Y el formato de Las Arcadias El Encinar, para mayores con un estilo de vida independiente. prosigue, «dónde están cubiertos todos los servicios y, como digo, no tienes que ocuparte de tiempos de espera inútiles, funciona para mi. Aquí puedo seguir construyéndome, porque hay tiempo para dedicarme a lo que me apetezca más hacer».

De hecho él, viudo desde hace 17 años, con cuatro hijos, 8 nietos y con la categoría especial de bisabuelo de una niña, tiene un espíritu de entrega que le mantiene especialmente ilusionado. «En este tiempo que me queda quiero dedicarme a algo que sea más útil para la humanidad».

Sueldo emocional

En estos momentos de su vida, lo que busca es el sueldo emocional que sus actividades voluntarias le confieren. «Eso es impagable. La remuneración espiritual es increíble. Trabajar para los demás y ayudar a gente necesitada no se puede pagar con nada».

Aprovecha Teófilo para contar el chiste del «americano muy rico que tiene el capricho de visitar una leprosería y ve a una monjita limpiando con mucho cariño a una persona: ‘Oiga, Hermana, yo eso no lo haría ni por un millón de dólares. Yo tampoco’, le responde esta’», y estalla en carcajadas.

Qué duda cabe de que la visión tan particular de este hombre de la vida «se va consolidando con el tiempo -reflexiona-. Se construye de la misma manera que el ‘yo’ del ser humano. Aun me queda mucho por hacer. Porque así se va construyendo la vida, poco a poco».

La suya comenzó en Ávila. «Soy un caballero abulense. Eso marca bastante. Allí hice el Bachillerato hasta que me fui a Madrid a estudiar ingeniería industrial. Fui profesor de electrónica durante siete años en la Escuela y, simultáneamente, monté la primera empresa.. Aunque si tengo que definir mi perfil en pocas palabras, soy un emprendedor con capital ajeno. Siempre fueron negocios de mucho tamaño en la financiación provenía de fondos de capital riesgo».

«Tuve la suerte de levantar cinco empresas desde cero. Siempre fui el empleado número uno del libro laboral, y siempre dentro del sector de la electrónica, los ordenadores y, finamente, las telecomunicaciones. Primero fue la Hewlet packard, la segunda Secoinsa (empresa de Telefónica para fabricar ordenadores y equipos de transmisión, la tercera, Data General (una empresa americana, de mini ordenadores), la cuarta, British Telecom, que fue el primer competidor de Telefónica, y la quinta AIRTEL, que ahora es Vodafone. Y todas siguen vivas, menos la primera, que ya sucumbió». Modestia aparte, apunta, «tuve tanto éxito que cuando me jubilé mis compañeros ingenieros industriales me dieron el Premio Nacional de la Ingeniería Industrial a la mejor trayectoria profesional de 2005… Y el mejor galardón es el que te dan tus compañeros».

Nada más dejar la empresa, consecuente con su forma de entender la vida, ejerció como director de Secot, la organización de seniors ejecutivos, desde donde se ofrece asesoría gratuita a emprendedores: «hicimos planes estratégicos para ONGs, como por ejemplo la FAD, o la Asociación de Enfermos de ELA… y poco después me metí a echar una mano en el Banco de Alimentos, donde estuve tres años de director de innovación y tecnología. Hoy colaboro con dos obras de San Vicente de Paul: su Residencia Monserrat y el comedor Santiago Masarnau, donde se da de comer a indigentes».

Toda esta actividad hace que la soledad, como tal, «no la haya sentido nunca». Eso, reflexiona, «es un sentimiento muy profundo que brota de dentro y a mi no me brota. He sido creado para vivir en comunidad y hago todo lo posible para vivir en comunidad. Te conste que tengo una familia directa bien avenida, que para mi es una parte de mi vida muy importante».

«Vienen a verme. Recientemente he celebrado aquí una comida de catorce personas. Las relaciones hay que mantenerlas, que después mucha gente se lamenta de que ‘qué poco hablé con mi padre o mi madre, podría haber aprovechado mi tiempo pero me di cuenta cuando ya no estaba…’. Los abuelos tenemos un papel muy importante en la familia, somos como un faro de referencia».

Con ellos, de hecho, va a celebrar estas próximas fechas. «Comeremos juntos el pavo o el capón pero cosas normales, nada estrafalarias. El resto me parece una distracción de lo fundamental. En estas cosas tengo un concepto muy espiritual, es un periodo de reflexión, no me gusta la jarana, no he ido a eventos multitudinarios, ni recuerdo haber ido a ninguna fiesta de Nochevieja».

Lo que tiene claro es que el año que viene seguirá trabajando y, sobre todo, «aprendiendo hasta el último día. Nunca se puede dejar de aprender, porque una muerte psicológica importante es abandonarse y dejar de aprender… Es una manera de morir espiritualmente lentamente».

Así, se ha matriculado en varios cursos de música, «para sacarle más jugo a los conciertos a los que pueda asistir, a otro de astrofísica, que me gusta muchísimo y un curso de Historia del Arte para disfrutar de todos los monumentos que estoy viendo en mis viajes por España». Además, en Arcadias, «tenemos cine y quiero montar un club, donde he propuesto no solo ver la película, sino que haya una presentación inicial y se termine el encuentro con un coloquio después, donde se hable de la cinta, de la banda sonora, del guión, la interpretación de los actores, de cómo está construída…».

«No nos arrugamos, se nos va envejeciendo el cuerpo y no la mente», insiste. «Podemos transmitir un poquito de experiencia, de sabiduría, llevamos muchos años paseando por la universidad y las empresas. Hay una tergiversación. Hoy en día todo el mundo cree que solo tiene derechos y nadie habla de las obligaciones, pero antes del derecho está la obligación», concluye.