“Cesión aplacatoria”: cuando las mujeres postergan y negocian a la baja en los divorcios para evitar conflictos.

“Cesión aplacatoria”: cuando las mujeres postergan y negocian a la baja en los divorcios para evitar conflictos.

Un informe encargado por el Instituto Navarro para la Igualdad apunta que las mujeres suelen esperar a que los menores crezcan para separarse y evitar la custodia compartida.

Amaia Otazu

Enlace noticia original

Las mujeres tienden a postergar la separación o divorcio hasta que los menores en común hayan crecido y tienden a negociar a la baja con el objetivo de reducir los conflictos con la pareja. Son dos de las principales conclusiones de un informe publicado el 23 de noviembre por el Instituto Navarro para la Igualdad (INAI/NABI) que ha analizado las experiencias de separación de mujeres heterosexuales de entre 35 y 47 años sin vulnerabilidad social: no están en situación de exclusión social, no se reconocen como víctimas de violencia machista ni están inmersas en procesos migratorios. Las personas entrevistadas fueron 13 mujeres en trámites de separación y 16 profesionales que trabajan en estos procesos; aunque la muestra es pequeña y no permite extraer porcentajes, sí sirve para detectar tendencias, fenómenos sociales o problemas invisibilizados, afirman las autoras.

El estudio —denominado Experiencias de mujeres en procesos de separación y divorcio. Un estudio cualitativo sobre dinámicas de poder masculino y violencias naturalizadas— ha sido realizado por las investigadoras Patricia Amigot, Susana Covas y Rut Iturbide, que recurren al concepto de “cesión aplacatoria” ―acuñado a nivel internacional por otras autoras― para designar una característica compartida por muchas entrevistadas: que negocian a la baja el divorcio, aunque eso les suponga salir empobrecidas, para evitar tener conflictos con su exmarido por los hijos.

Amigot señala que las mujeres, a pesar de ser quienes más desean emparejarse, son quienes más solicitan la separación. Una circunstancia en la que influye que dentro de la pareja se vayan “estableciendo ciertas dinámicas de poder en las que los deseos y necesidades de ellos se conviertan en más importantes que las de ellas. Se aprecia un desequilibrio en el reparto del trabajo doméstico y de crianza, y a ellas cada vez les resulta más difícil legitimar sus propias necesidades y deseos”, apunta la experta. Es decir, como causa de su separación, las mujeres aluden antes a una acumulación de cansancio y frustración que al desenamoramiento.

Asimismo, la mayoría de las entrevistadas reconoce que tardaron en separarse por la presencia de menores en la ecuación. Amigot incide en que estas mujeres “aguantan porque tienen mucho miedo de lo que pueda pasar con los menores. En términos psicológicos, son más vulnerables”. De esa observación surge una de las principales conclusiones del estudio: el temor de las mujeres a la custodia compartida. “Las mujeres que han tenido parejas que se han implicado en la paternidad están de acuerdo e, incluso, desean la custodia compartida porque no temen por los hijos. No obstante, aquellas —y son unas cuantas— cuyas parejas no se han responsabilizado de la crianza durante los primeros años de vida, la temen mucho porque no confían en ellos”, señala.

De hecho, la investigadora subraya que la tendencia actual es conceder la custodia compartida teniendo más en cuenta la situación económica de los progenitores que la inversión emocional, temporal y física de cada uno de ellos en la crianza. Y en ese baremo, las mujeres salen perdiendo. “En general, ellas han ido perdiendo recursos a lo largo de la relación porque son ellas principalmente las que cogen excedencias, se reducen la jornada o se quedan fuera del mercado laboral porque hay un pacto de pareja para la crianza”, apunta.

Sin embargo, en el caso de ellos, no se aprecia esta realidad porque “siguen con su promoción profesional y formativa, con sus proyectos laborales”. En esta línea, Amigot advierte de una conclusión preocupante: las mujeres entrevistadas hablan de su vida antes de emparejarse “como una vida plena, satisfactoria, con recursos, a veces con empleo, alguna incluso con propiedades, pero la llegada de hijos e hijas tiende a especializar en términos de género las tareas en la pareja y aumenta su malestar”.

¿Influye la conciencia feminista de las mujeres en la elección de sus parejas? La investigadora asevera que en el estudio se pudo observar que “aquellas mujeres con una mayor conciencia feminista se habían emparejado con hombres que no responden al modelo tradicional. Hombres más sensibles, más comprometidos en términos políticos, más alternativos”. De hecho, Amigot cree que “es una tendencia lógica porque con una perspectiva feminista es más difícil que te decidas a vincularte con personas de perfil más convencional que sostienen valores que no compartes”.

Discursos más avanzados que la realidad

No obstante, Amigot subraya que a las mujeres que eligen parejas que a priori muestran valores feministas similares a los propios “les cuesta mucho aceptar que ellos no están siendo igualitarios en las prácticas cotidianas. Les genera una confusión bastante considerable, como si no terminaran de entender lo que pasa”. “Los discursos van más avanzados que las prácticas cotidianas y relacionales”, continúa.

El informe concluye que es necesaria una mayor formación en perspectiva o enfoque de género para detectar estas desigualdades y discriminaciones en las vías habituales de separaciones y divorcios, como pueden ser los procesos de mediación o de coordinación de parentalidad. Amigot asegura que los profesionales tienden “a veces a tratar a las dos personas como si estuvieran en el mismo plano, en simetría, y no es cierto. Quizá esa formación ayudaría a facilitar el final. Un final en el que ellas no negocien a la baja o no salgan perjudicadas”.

Una formación imprescindible para aprender a detectar la violencia en la pareja, sobre todo cuando no es tan evidente o no se ha denunciado. “Sin esa mirada, vemos actos sueltos, los descontextualizamos y ponemos en el mismo plano a la persona que está agrediendo y a la que está recibiendo esa agresión”, concluye Amigot.

El documento ha sido elaborado por la Fundación IPES Elkartea con la colaboración de la Universidad Pública de Navarra.



Pin It on Pinterest

Share This