06 Jul Aprender a vivir tras un infarto
Los programas de rehabilitación reducen el riesgo de un segundo episodio cardiovascular
BEATRIZ G. PORTALATÍN – MADRID
No sabemos lo importante que es la salud hasta que no la vemos herida y desvanecida delante de nuestros ojos. No somos del todo conscientes del ritmo tan frenético que llevamos hasta que el cuerpo se para y nos advierte que la vida no es esto, que la vida es otra cosa, que debemos cuidarla y mimarla. Esto fue lo que le pasó a David, quien hace apenas unos meses sufrió un infarto que le cambió por completo, a sus 44 años, la forma de ver la vida.
«Soy autónomo y era mucha la presión a la que estaba sometido en mi trabajo, sin embargo el infarto me cambió el modo de ver las cosas. Hay que seguir trabajando igual, para poder pagar las letras que un día firmamos, pero ahora veo la vida mucho más relajado que antes», confiesa a EL MUNDO.
Desde hace casi dos meses, David va todas las mañanas a un programa de prevención de la Unidad de Rehabilitación Cardiaca del Hospital Universitario Fundación de Alcorcón (Madrid). Allí, le enseñan a cuidarse, a hacer ejercicio físico y a llevar unos hábitos de vida cardiosaludables. De esta forma, David y otras 24 personas más que acuden a este programa, reducen el riesgo de padecer de nuevo un episodio cardiovascular.
La rehabilitación cardiaca es un programa multidisciplinar de actuaciones preventivas que disminuye el riesgo global y, a largo plazo, de sufrir un nuevo evento. Es la intervención más eficaz», afirma Raquel Campuzano Ruiz, cardióloga de esta unidad -que lleva en funcionamiento desde marzo de 2013 y ha rehabilitado a unos 300 pacientes-.
Se sabe que un paciente cardiaco tiene un riesgo real de tener un segundo evento si no hace ningún programa preventivo, en cambio «y según la evidencia, los programa han demostrado disminuir entre un 30-50% la morbimortalidad de estos pacientes», indica la experta.
Ejercicio físico y educación
El programa de rehabilitación va dirigido a aquellas personas que hayan sufrido un evento cardiovascular, y se basa fundamentalmente, en cuatro pilares: ejercicio físico, control de factores de riesgo cardiovascular, atención psicosocial al paciente y sus familiares, y programa educativo. Es muy importante implicar a las familias en la recuperación porque «no sólo se infarta el paciente sino también la familia», afirma la cardióloga.
Una vez que el paciente se ha recuperado de su episodio cardiaco y obtiene el alta hospitalaria, se le hacen una serie de pruebas para ver si puede entrar a formar parte del programa (prácticamente, todos los pacientes cardiacos son aptos para esta intervención). La rehabilitación se realiza en el hospital durante aproximadamente unos dos meses, aunque algunos pacientes requerirán más tiempo de trabajo.
El ejercicio físico es una de las partes fundamentales de este programa. Cada paciente tendrá sus ejercicios personalizados. Es decir, «a cada uno se le prescribe qué tipo de ejercicio va a realizar, y se le enseña la intensidad y el esfuerzo que tiene que experimentar», explica María López Navas, médico especialista en Rehabilitación y Medicina Física del este hospital.
De este modo, y durante tres horas semanales, los pacientes entrenan en grupo los ejercicios indicados, dirigidos por el fisioterapeuta del programa, Joaquín Domínguez. En todo momento están monitorizados, por lo que a tiempo real los especialistas presentes en la sala (cardióloga, médico rehabilitador, enfermera y fisioterapeuta) controlan sus ritmos y pulsaciones. «Son programas muy seguros porque están supervisados. El paciente aprende la sensación de esfuerzo a la que debe llegar y las pulsaciones que no debe sobrepasar», señala el experto. Ahora, comenta David, «estoy aprendiendo realmente a hacer ejercio físico», comenta David.
Conseguir adherirse a buenos hábitos
Por su parte, el programa educativo consiste en varias charlas que imparten diversos especialistas con el objetivo de que aprendan hábitos de vida cardiosaludables. «Es muy importante que se adhieran a ellos para su futuro», señala Estrella Barneda, enfermera de la unidad, sin duda la cabeza más visible para los pacientes. La que está en contacto diario con ellos, la que le toma cada día la tensión y la que controla todos los indicadores de riesgo: «Cuando los has visto tan malos encima de una camilla, incluso los has visto fibrilar, y luego los ves aquí un tiempo después haciendo ejercicio, es un privilegio. Lo mejor que te puede pasar en esta profesión», confiesa Barneda, pues como dice siempre la doctora Campuzano, el día del infarto les salvamos la vida y aquí -en la rehabilitación- se la devolvemos.
Fundamental es también la parte psicológica. Los pacientes reciben una hora de terapia a la semana donde trabajan el área más emocional de la enfermedad. «Es una parte muy importante, pues se sabe que hasta un 30-50% de los pacientes tiene ansiedad y síntomas depresivos después del evento», afirma López Navas. Si un paciente lo requiere o lo necesita, puede tener acceso a una terapia individualizada.
«Me han enseñado a comer mejor, a hacer ejercicio, a dejar de fumar (era fumador de cajetilla diaria) y a tomarme la vida más tranquilo. A veces te acuerdas del tabaco pero justo en ese momento, recuerdo el dolor tan fuerte que sentí en el pecho cuando me dio el infarto», reconoce Carlos, otro de los pacientes que acude al programa.
Pacientes expertos en su autocuidado
Cuando el programa acaba, es fundamental que sigan haciendo lo que les han enseñado durante estos meses: «Cuando termina la rehabilitación, el paciente empieza lo que será el resto de su vida, y por tanto tiene que mantener todo lo aprendido», sostiene Campuzano. Sin embargo, esto no resulta fácil. Según señala López Navas, apoyándose en la evidencia científica, un 50% de los pacientes que ha hecho rehabilitación, sí se adhiere al tratamiento, pero al otro 50% hay que insistirles de nuevo.
Cada vez hay más conciencia de la importancia de estos programas, sin embargo y según datos del estudio R-EUReCa de 2014, el acceso a ellos es desigual entre las diferentes comunidades autónomas, e incluso inexistente en algunas de ellas Se reconoce además, que estos programas son coste-efectivos, pues «se estima que cada persona en un programa rehabilitador le cuesta a la Seguridad Social unos 500 euros, y que cada paciente que termina el programa ahorra unos 1.600 euros anuales (en reingresos, absentismo laboral…)», expone Campuzano.
Lo que se hace realmente es conseguir pacientes responsables y expertos en su autocuidado, es decir, personas que saben realizar ejercicio físico de forma más segura que la población general, «porque saben hasta dónde tiene que llegar o cuándo tienen que acudir a urgencias porque han aprendido a reconocer los síntomas», asegura la doctora.
Esto mismo opinan David y Carlos, quienes admiten que el programa les está sirviendo para conocerse mejor a sí mismos, y para adquirir nuevos hábitos de vida que pretenden no abandonar nunca. «Ahora sé cómo hacer ejercicio y no quiero dejar de hacerlo. Me siento mejor así, más feliz incluso», confiesa Carlos.
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