04 Oct Adicción tecnológica: Así se trabaja con los menores y sus familias.
La pregunta no es tanto qué tienen las tecnologías para que sean tan atractivas para los hijos, sino qué le pasa a un menor para que las necesite de esa manera, advierten desde el SAAT, Servicio de Atención en Adicciones Tecnológicas de la Comunidad de Madrid.
Laura Peraita
¡Se acabó la barra libre tecnológica en casa! O, al menos, eso es lo que intentan muchos padres sobre todo tras los veranos en los que siempre hay mucha permisividad respecto al uso de pantallas. La cuestión es que no todos los menores responden por igual ante esta orden. En algunos hogares resulta un verdadero problema lograr que los niños suelten sus dispositivos, con los que pasan horas y horas y les condiciona todos los ámbitos de su vida.
Cuando el ocio tecnológico se convierte en una obsesión, los padres montan en pánico y se desesperan por verse inmersos en discusiones continuas y darse cuenta de que no tienen herramientas ni recursos para que sus hijos vuelvan a enfocar su mirada en el mundo real. Ante un panorama cada vez más conflictivo en los hogares por este asunto, en 2018 se puso en marcha el SAAT, Servicio de Atención en Adicciones Tecnológicas de la Dirección General de Infancia, Familia y Fomento de la Natalidad de la Comunidad de Madrid. «Se trata de un centro público, gratuito, innovador y pionero tanto en España como Europa que pretende dar respuesta a una demanda social que afecta cada vez a más familias», destaca Mariló Pastor, subdirectora de esta Dirección General.
Hasta las instalaciones de este centro llegan menores de 12 a 17 años que o bien empiezan con un mal uso de las tecnologías o llevan años abusando de ellas. Es decir, abordan desde la prevención a la intervención en los casos más graves. Hasta la fecha, el SAAT ha atendido una media de 60 expedientes al mes, unas 350 familias, con un 80% de casos de éxito de desconexión.
Para saber si un menor necesita asistir a este servicio de atención, desde el SAAT recomiendan a los padres que tengan en cuenta cuánto tiempo pasa su hijo aislado, que es el síntoma más grave en la adolescencia y, por lo tanto, cuántas horas consume al día. «Como referencia —puntualiza Devi Uranga, coordinadora de este servicio de atención— diría que entre una hora o dos de consumo permiten entretener el cerebro del menor, relajarse y disfrutar pero, a partir de ahí cuantas más horas, más riesgo. También es importante fijarse en el rendimiento académico, la motivación, si pone excusas para no ir a clase, en qué situación se encuentran sus habilidades sociales, si para él es más entretenida la vida virtual que la real, si no lleva higiene de sueño y duerme poco por estar con las pantallas, si se alimenta menos porque prefieren jugar a comer, si pierden peso o engorda por el sedentarismo, si hay conflicto continuo con la familia por estos dispositivos… Todo ello es muy determinante porque implica que la vida del menor está dominada por las pantallas».
Para acceder a este programa de intervención, los menores tienen que ser derivados al SAAT a través de profesionales del área educativa, social y sanitaria. «Tenemos una hoja de derivación en la que solicitamos al profesional que la complete con información importante para nosotros —explica Uranga—. Tras una valoración con la trabajadora social se cita a la familia en una entrevista inicial para hacer una segunda evaluación y determinar si hay una adicción. También hay familias que contactan directamente con nosotros a través del mail (adiccionestecnologicas@madrid.org) y, en ese caso, contactamos telefónicamente con la familia, la evaluamos y decidimos qué recurso darle».
Explica que hay veces en que la adicción tecnológica solo es la punta del iceberg «porque detrás hay un problema de conducta, agresividad, violencia doméstica…, por lo que en esas circunstancias lo que es necesario es un terapeuta familiar o de servicios sociales, aunque son pocos los casos que nos encontramos en este ámbito».
Repartir responsabilidades
Pero, lo más habitual es la adicción. Los psicólogos y trabajadores sociales del Instituto de Bienestar Social y Psicológico son los que se encargan en el SAAT de tratar a las familias, a las que exigen desde un principio un compromiso muy activo. «Trabajar con ellas es esencial porque no todo el problema es responsabilidad del menor. Tratamos de detectar y repartir responsabilidades, lo que alivia a los menores en gran medida al saber que también se les va a enseñar a los padres a regularse en su modelo educativo», asegura Uranga.
Advierte que el abuso de la tecnología está muy vinculado con el modelo educativo que reciben los jóvenes: con sistemas familiares con poca estructura, padres que tienen dificultades para poner límites, un nivel de disciplina bajo, progenitores desposeídos de autoridad… «Por ello, una parte esencial del trabajo es, en primer lugar, acompañar a los padres para que se den cuenta de cómo están educando a sus hijos, porque muchas veces es simplemente falta de conocimientos, de no saber qué es un límite y qué no, qué es violencia y que no… A ello se suma que la adolescencia, en mi opinión, es la etapa más difícil para unos padres. Vienen con mucha necesidad de desahogo y de aprender. La adicción a la tecnología hace que la familia se tambalee y aquí intentamos que recobren el equilibrio».
Con este objetivo, en la primera entrevista se hace una evaluación general, una fotografía de su sistema familiar. «Identificamos qué sentido tienen las tecnologías para el menor, para qué le sirven y qué necesidades le están cubriendo. La pregunta no es tanto qué tienen las tecnologías para que sean tan atractivas, sino qué le pasa a este menor para que las necesite de esa manera. Las razones suelen ser: dificultades en las habilidades sociales, un sistema familiar que le oprime y las necesita aislarse, una experiencia de trauma no atendida, tendencia depresiva…
Una vez que se detecta para qué le está sirviendo al menor se intenta trabajar sobre esa necesidad. «Por ejemplo, si es déficit de habilidades sociales tenemos muchos recursos. Les invitamos a grupos terapéuticos durante 12 sesiones en los que se reúne de forma presencial con otros menores de modo que su cerebro se acostumbre a relacionarse de manera real con los demás, y no solo de forma virtual. Entre las acciones que llevamos a cabo hay dinámicas que consisten en que durante 10 minutos se organizan por parejas y se hacen preguntas desde la curiosidad para conocerse y, posteriormente, tienen que presentar a su compañero al grupo. De esta forma detectamos dónde están sus dificultades. Muchos tienen resistencia al principio, pero después piden que ampliemos el número de sesiones porque se dan cuenta de todo lo positivo que les está aportando relacionarse de tú a tú con los compañeros», apunta la coordinadora de este servicio.
Estructura familiar
El programa de intervención tiene una duración de entre tres o seis meses, con reuniones semanales con los padres y quincenales con los menores. Dependiendo del compromiso de la familia se tardará más o menos en ver los resultados positivos. «Incidimos mucho en la estructura familiar, en sus carencias, les ayudamos a conocer el tiempo de uso adecuado de pantallas, las mejores horas para estar conectados…, tanto de forma individual como en grupo. Con los padres, además, insistimos para que sepan poner normas y límites en sesiones de formación con mucha teoría. También tenemos talleres online en los que profundizar sobre el tiempo de uso adecuado de las nuevas tecnologías con el propósito de prevenir malos comportamientos».
Y esa es precisamente la cuestión, la pregunta que suelen hacer todos los padres: «¿cuánto tiempo le dejo a mi hijo estar con pantallas cada día?» Según Devi Uranga, el tiempo de uso de estos dispositivos por parte de los menores no es fijo, depende de varios factores: de la situación de cada familia, de si son niños autistas, adoptados… «Lo que sí aconsejamos siempre es que a partir de las 9 de la noche debe haber desconexión total de las tecnologías y cuando se usen durante el día debe ser siempre después de haber cumplido con las responsabilidades escolares, domésticas, etc. Hay que entrenar la disciplina, que es lo que escasea en muchos hogares».
Explica que hay que tener en cuenta que la tecnología, a diferencia de las adicciones a sustancias, «cumple con muchas funciones —como comunicarnos, entretenernos…—, por lo que un cierto consumo no es negativo, no exigimos contacto cero, como sí ocurre con otras adicciones. Es decir, no contemplamos la posibilidad de eliminar las tecnologías de la vida de los menores. Retirarlas por completo es muy complicado porque estamos en el 2022 y cumplen una función. Nos gusta más el modelo de ayudarles a regularse».
Cuando los menores se niegan a curarse
Los profesionales de este centro se sorprenden de que haya familias que no consiguen que sus hijos acudan para participar en estos programas de desconexión. «Nos reunimos con los progenitores para descubrir qué ocurre en un hogar para que un niño de 12 años pueda decidir por él mismo que no viene. ¿Qué es lo que está diciendo esto de la familia?, nos preguntamos. Con mucho cuidado, para que no se sientan cuestionados porque vienen muy frágiles, explicamos a los padres cómo abordar la situación para conseguir que ese niño asista a estas sesiones».
La cuestión es que los padres pretenden ayudar al niño «y nosotros intentamos cambiar esta perspectiva porque cuando el hijo no quiere venir ponen el foco en él porque no les respeta, no hace caso, no quiere hacer nada con su vida… que seguro que todo esto es verdad, pero también hay que ver qué parte de esto es el resultado de haberle dado demasiada libertad durante mucho tiempo y, por eso, el menor tiene tanto poder en el hogar. Hay que ayudarles detectando siempre el origen del problema», matiza la coordinadora del SAAT.
Cómo hacer un uso responsable de las tecnologías
Nos ayudarán a generar una sensación de control y calma. Esforzarnos por mantener aquellas rutinas que ya están establecidas y aprovechar la oportunidad para establecer otras. Hacer ejercicio físico desde casa o ayudar con las tareas domésticas son solo algunas de ellas.
Nos facilitará concentrarnos más fácilmente en lo que estemos llevando a cabo. Para ello, es recomendable disponer de un espacio físico donde hacer las tareas académicas separado del que empleemos para nuestra diversión y ocio.
Para alterar lo mínimo posible las pautas de uso que ya había en casa. Aunque vivamos una situación excepcional, más de dos horas de pantallas diarias seguirán teniendo un impacto negativo en el cerebro. Además puede ser buen momento para aprovechar la multitud de actividades de aprendizaje que disponen las tecnologías.
En estos momentos de aislamiento se hace más necesario que nunca mantener el contacto con nuestros seres queridos. Poder comunicarnos, expresar cómo nos sentimos y qué pensamos, así como escuchar cómo están los demás son formas de demostrar y buscar cercanía para sentirnos más acompañados.