27 Dic “Aburrirse es supersano. Los niños necesitan un espacio en el que no esté pasando nada”
Joaquín Ortega, autor de ‘La edad invisible’, apuesta por una crianza en la que se acompaña al niño, se le deja hacer y se le educa
Cristina Fuster Bertrand – Madrid
Los primeros años de vida de un niño son de total descubrimiento: los sentidos, las personas, los ambientes, los valores,..; es la primera etapa en la que todo lo experimenta por primera vez y donde los padres y los educadores tienen un papel esencial. Joaquín Ortega, autor de La edad invisible apuesta por una crianza en la que se acompaña al niño, se le deja hacer y se le educa.
Pregunta. Lo primero que llama la atención es su cambio en su carrera empresarial. A raíz de su experiencia en Guatemala, pasó de una empresa de dirección financiera a abrir una guardería. ¿Cómo se le ocurrió esa idea?
Respuesta. Mi interés por el mundo de la educación infantil empezó a despertar mientras trabajaba como economista, ya que colaboraba en pequeños proyectos, campamentos y actividades infantiles. Pero fue al colaborar con el proyecto Comunidad Esperanza, en Guatemala, cuando decidí apostar por mi ilusión, que se convirtió en vocación y plantó las inquietudes que posteriormente me hicieron proseguir mis estudios en pedagogía y construir el proyecto de Crianza Consciente.
En Guatemala, nada más llegar, nos pusieron a trabajar en un vertedero en el que podíamos observar que, aún en la dureza de sus circunstancias, los niños siempre estaban contentos cuando estaban jugando, y que por otra parte sufrían mucho las irregularidades metabólicas fruto de las dificultades para comer y dormir. No había ningún tipo de ritmo en la alimentación, las comidas eran terribles y engullidas en el mismo momento en que estaban disponibles, desde la desesperación. Las condiciones de sus viviendas eran tales que no les permitían descansar.
Al volver a España, descubrí que no había ningún sitio en el que estos valores fundamentales que había observado en Guatemala se aplicaran en la educación infantil. Se me ocurrió que si podíamos proporcionar a los niños pequeños un espacio que les facilitara un descanso de calidad, unos buenos ritmos y comida saludable podríamos concentrarnos en ofrecerles un juego realmente libre, enseñando a los niños la belleza del juego por el juego, de concentrarse en disfrutar de uno antes de proponer otro, y de este modo trabajando contra la dispersión.
P. Ya en el subtítulo aparece el concepto de «crianza consciente» y lo desarrollas en el libro. ¿Podrías explicarlo brevemente?
R. Hoy por hoy, jugamos con los niños no a los juegos a los que sabemos jugar, sino a los que juegan otros, con lo que entramos mucho en el consumismo; comemos con los niños de acuerdo con la velocidad que vivimos; y nos quejamos un montón de lo mal que dormimos porque tenemos muy baja la tolerancia a las necesidades de descanso de los pequeños.
La crianza consciente es una crianza a favor de la familia, para que la familia crezca en consonancia sus miembros, y dejándose acompañar por los mejores profesionales a su alcance: unos buenos médicos y pedagogo o educador. No hace falta nada ni nadie más.
P. Dedicas muchas páginas al juego en el niño de 0 a 3 años. ¿Por qué es tan importante el juego?
R. El juego es así de importante porque es el trabajo de estos niños y niñas. Los niños que juegan crecen en autoestima, calma, habilidad, felicidad, en la fortaleza de su propio físico. Para ellos todo lo que hay es el juego, con la ventaja añadida de que cada minuto que están jugando están creciendo, se están desarrollando.
Nosotros aconsejamos combinar juegos estáticos con dinámicos, juegos de movimiento con juegos de concentración, pero en todo momento manteniendo la directiva de que solo se puede jugar a un único juego. Una vez nos cansamos de ese juego, lo recogemos y entonces jugamos a otro, pero solo a uno cada vez.
Me gusta recomendar a las familias que utilicen el juego como el medio para compartir los valores únicos que solo ellos tienen.
P. ¿Y qué pasa con el aburrimiento?
R. Una cosa es el juego y otra cosa es la distracción. Nosotros luchamos contra la distracción. Parece que siempre debemos tener a los niños entretenidos, pero de esta forma ya no estamos jugando con los niños sino entreteniéndoles, con lo que les sacamos de su verdadero ser y favorecemos su dispersión. Aburrirse, sin embargo, es supersano. Nosotros entendemos que los niños necesitan familiarizarse con un espacio en el que no está pasando nada, en el que tienen tiempos de espera, en el que tienen que estar más tiempo consigo mismos. Y, desde ahí, nace el aburrimiento.
Pero en el aburrimiento bien entendido, el que te lleva a reflexionar, hay espacios y tiempos en los que tú te ocupas de cómo estar bien contigo mismo.
Es importante que haya momentos en los que no pase nada, y si el adulto en estos casos no interviene, todo está bien.
P. A veces los niños se frustran o enfadan durante el juego. ¿Deben intervenir los padres?
R. No. Los momentos en los que los adultos debemos plantearnos intervenir, y que dependen del tiempo que llevemos como padres, son: aquellos en que sea elevada la preocupación que produzca en el adulto si la frustración del niño le pueda estar conduciendo a una inseguridad personal; si se está haciendo daño; si está rompiendo el juguete; o si está haciendo daño a otro niño. Estos son los límites para la intervención. En el resto de los momentos no se interviene. Acompañamos al niño o niña, vemos que se frustra, nos acercamos con naturalidad y le educamos.
P. Se dice que, en los primeros años, los niños pequeños son «más de la madre». ¿Cuál es el papel del padre?
R. Sí, los primeros 7 años son los años de la madre, porque el niño busca la protección en ella. El padre tiene, sin embargo, una función que cada vez está creciendo más en España, haciendo cada vez más las mismas funciones que las madres: llevan a los niños y niñas al colegio, les bañan, les dan el biberón, de desayunar…
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