ABUELOS: CONCILIACIÓN ESPAÑOLA

ABUELOS: CONCILIACIÓN ESPAÑOLA

Blog de una madre desesperada

BERTA G. DE VEGA

Las abuelas lían croquetas. De pollo y de merluza. Los abuelos llevan a los niños al cole y, en el coche, cantan los Beatles mientras el mayor lee los titulares del periódico que le espera todas las mañanas en el asiento, recién sacado del buzón. Como debe ser y como no es. Un abuelo se inventa que él era del Atleti de siempre, que para eso hizo la mili en Aviación, y el otro no presume mucho de que jugó en el Metropolitano. Los dos han hecho que los niños hayan pasado ya por el Kun, por Dieguito Forlán, por la vuelta de Torres y ya me pierdo que yo, si hay que ser de algo, soy del Unicaja. A una abuela la ven rodeada de libros en el sofá, montones de ellos, y una sonrisa siempre puesta cuando los domingos invadimos con los nietos, que juegan a tirarse en plancha en el «chester». La otra abuela tiene la santa paciencia de recordar muchas veces que en la mesa hay que sentarse derecho, las manos arriba, la boca cerrada y hay que comer de todo. Aunque, por ellos, comerían siempre sus croquetas. Las que no hago yo.

Los abuelos les dicen que hay que volar lejos, pero les dan sentido de pertenencia, esas raíces del árbol de Neruda: «Ser un árbol con alas. En la tierra potente desnudar las raíces y entregarlas al suelo y cuando sea mucho más amplio nuestro ambiente con las alas abiertas entregarnos al vuelo», el poema que tiene la abuela abierto en una estantería. Los abuelos les miman y los hijos callamos. Chuches, Fantas de domingo, tiempo extra en la «tablet» que no tenemos en casa. Porque allí están cuando les necesitamos. Que no llego a por los niños. Que me ha surgido. Que si puedes. Que no tengo cena de domingo. Que los pantalones tobilleros, que si le sacas un poco a la falda. Y allí están ellos. Los abuelos a los que les gustan los niños. Un lujo para todos. Lo saben en esa residencia de ancianos de Seattle que también es guardería. Los nonagenarios se iluminan con esos niños que empiezan a leer cuando sus ojos ya han visto casi todo.

En España, a los abuelos, rara vez hay que pedirles cita. No pasa en otros sitios. Una veinteañera medio siria, medio danesa, me contó la diferencia entre sus abuelas. La siria le preparaba calditos si estaba mala y le achuchaba. A la danesa había que avisarle con 15 días de antelación de la visita y, al rato, después de hacerse unas fotos, la daba por concluida. Ahora, la abuela siria, que vive con un hijo en Riad, está siempre triste. Sus nietos andan repartidos por el mundo. Alguna ventaja tenemos los latinos. No sé si hay estudios sobre sentido de familia y suicidios, pero los nórdicos en eso pueden dar pocas lecciones. No todo va a ser rendirse ante la educación finlandesa. No sé si las abuelas de allí arropaban tan bien como la mía.

Como decía aquella peli, todas las mañanas del mundo son caminos sin retorno. Todas y cada una en las que amanece, desayunamos y los niños se van con su abuelo al colegio. Alguna tarde, de vuelta, les recuerdo el lujo que es. Cuatro abuelos. Conciliación española.

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