Montserrat Celdrán, psicogerontóloga experta en edadismo: «La soledad de los ancianos no puede ser solo problema de los hijos».

Montserrat Celdrán, psicogerontóloga experta en edadismo: «La soledad de los ancianos no puede ser solo problema de los hijos».

La decana de la facultad de Psicología de la UB reflexiona en esta entrevista, sin buscar culpables, sobre el caso de Antonio Famoso, el valenciano que llevaba muerto 13 años en su domicilio sin que nadie se hubiera dado cuenta.

2025. El Periódico

Fidel Mareal

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Montserrat Celdrán es la nueva decana de la Facultad de Psicología de la Universidad de Barcelona (UB) y una de las mayores expertas en gerontología y edadismo. En esta entrevista con El PERIÓDICO reflexiona sobre las claves psicológicas y sociales para entender fenómenos como el ocurrido en el barrio de la Fuensanta de Valencia, donde hace unos días, por casualidad, se descubrió el cadáver de Antonio Famoso, que llevaba 13 años fallecido en su domicilio. Nadie se había percatado de su ‘desaparición’.

-¿Cómo es posible que en pleno siglo XXI en una gran ciudad un hombre lleve 15 años muerto en su piso sin que nadie se dé cuenta?

-Siempre es fácil buscar un culpable, y en este caso culpar a la comunidad; que no es como era antes, que no tiene esa fuerza y conocimiento de antaño, esa ayuda mutua… Esto puede estar detrás de esta situación, con frases como ‘no lo veíamos mucho’ o hechos cotidianos como ya no dejar las llaves al vecino para regar las plantas. Las comunidades de vecinos hacen mucho, socialmente. Pero, como digo, sería muy fácil decir que es solo una cuestión de la comunidad. Hay que tener en cuenta a la persona y su historia, su implicación en esa comunidad. Es un tema bidireccional. Así es como se crea el sentido de pertenencia, diciendo ‘soy de este edificio, de este barrio, la gente me reconoce y yo reconozco al otro’.

-¿Se esté perdiendo el sentido de comunidad?

-En parte sí. La gentrificación, la manera con la que socializamos y ejercemos el ocio favorece no implicarnos en la comunidad. Hablo de cosas simples: gente que se queja de que la gente no saluda, no va a reuniones de vecinos… Y cuando no conoces a tus vecinos es fácil caer en el miedo sobre quién vive al otro lado, porque ya no te sientes parte de la comunidad. Es importante la influencia de la comunidad en cada persona, para poder hacer cosas por ella y que te tenga en cuenta. Esto en personas mayores es complicado, porque no le damos valor a que se preocupen de ciertas cuestiones comunitarias, cuando en realidad muchas comunidades tiran adelante porque una persona mayor está detrás como presidente de la escalera y nadie quiere cambiar a esa persona.

-¿Hay que recuperar la hoguera, la tribu, como reclaman algunos pensadores?

-De hecho, hay muchas intervenciones que intentan, de forma intencionada, provocar estos encuentros. Y esto lo puede hacer la política social y la manera con la que construimos determinados edificios o barrios. Si hallar estos espacios y hacértelos tuyos se hace difícil, entonces no ayudas a que la comunidad salga, haga actividades al aire libre y sienta ese parque como propio, por ejemplo. Esto tiene que ver con la estructura de los edificios y con las actividades que haces en el exterior, que haya sinergias.

-¿Estas sinergias son más difíciles para los mayores?

-Si añades barreras arquitectónicas, el miedo a caer de las personas mayores, por ejemplo, sí, generas más dificultades. A veces, la sobreprotección a los mayores con frases ‘no hables con según quien’, crea mucho más miedo.

-En el caso de Valencia, habrá quien se pregunte dónde estaban los hijos…

-Sí, la familia. Pero de nuevo pones el foco en que los malos son los demás, cuando todas las realidades familiares son complejas. No sabemos si lo han intentado o no, o cómo ha buscado ayuda esa persona, o si los servicios sociales conocían el caso. Es fácil culpar a hijos o sobrinos y decir ‘no se han preocupado, y ahora sí se preocuparán por gestionar la herencia del piso’.

-¿En un contexto de individualismo y competitividad, las personas expertas que defienden, como usted, este modelo de vida comunitaria no tienen la sensación de estar luchando contra un gigante?

-Sí, en alguna formación sobre soledad, digo: ‘el futuro lo haréis vosotros, tenéis en la mano crear pequeñas comunidades. Es la metáfora del jardín: lo tienes que cuidar, no puedes creer que tendrás un jardín frondoso de un día para otro. No me resigno a no tener esta parcela bien cuidada de relaciones. Lo único que debemos saber es que hay que ser flexible y que no todo ha de recaer en la misma flor -los hijos-. Tenemos que diversificar las fuentes de bienestar. Es complicado, porque los valores de la generación de las personas mayores no los tienen los jóvenes.

-¿Es optimista de cara al futuro?

-Tenemos que ser optimistas, porque si no caeremos en la profecía autocompletada. Si creemos que perderemos las relaciones y seremos más fríos, al final lo seremos. Lo positivo es lo que veo en los jóvenes que dejan las redes sociales y valoran más las relaciones presenciales. Creo que hay una brecha para ser optimista.