23 Ene La custodia ya no es sólo cosa de madres: la compartida se impone tras el divorcio.
En las separaciones de mutuo acuerdo que hubo en 2022, se produjo el sorpaso de la crianza de los hijos en común.
Ana I Martínez / Laura Albor
2024. ABC
El año 2013 supuso un punto de inflexión en las custodias a la hora de establecer quién debe cuidar de los hijos menores tras un divorcio. La sentencia del Tribunal Supremo (TS) número 257/2013 sentó jurisprudencia al señalar que la custodia compartida «debía ser la medida más ‘normal’ a establecer respecto de los hijos menores de edad tras la ruptura de los progenitores», explica a ABC Candi Vives Gavilà, abogada experta en Derecho de Familia, porque se protege así el derecho que tienen los hijos a relacionarse con ambos progenitores. «Se dejó así de lado el concepto de medida ‘excepcional’ que venía interpretándose hasta el momento -continúa la experta-. Es decir, se produjo un cambio de criterio, pasando de la concepción tradicional de custodia materna a la compartida, cambiando de forma radical la concepción del derecho de familia en España».
Según los últimos datos ofrecidos por el Instituto Nacional de Estadística (INE), del total de custodias que se otorgaron en 2022 tras un divorcio entre parejas de distinto sexo (40.695), el 45,54% involucró a ambos progenitores. Un dato que se sitúa muy por encima de lo que ocurría hace nueve años, cuando la custodia compartida apenas la tenían el 17,93% de las parejas divorciadas.
El índice se incrementa aún más si nos atenemos a las custodias concedidas en los divorcios de mutuo acuerdo. Del total de 31.887 que se concedieron, más de la mitad (51,11%) fueron compartidas, superando de manera contundente a la que hasta ese momento había sido la práctica habitual: la custodia materna (45,86%). Los datos contrastan con los de 2013: en ese momento la madre era la responsable del 74,5% de las custodias, frente al 20,54% de la compartida y al 4,74% del padre.
Cambio social
Este gran cambio legislativo, unido a las transformaciones sociales y familiares son, para Maite Egoscozabal, socióloga y directora de Investigación social de la Asociación Yo No Renuncio, las dos principales causas que han hecho que la custodia compartida se haya impuesto. «El principal cambio social que hemos visto es la creciente independencia económica de la mujer gracias a la participación activa en el mercado laboral desde finales del siglo XX», recuerda. «Si bien sigue existiendo una brecha de género en la tasa de empleo, ésta ha ido reduciéndose en los últimos años. Esto supone que la mujer tenga más autonomía financiera y, además, se considere a favor de la custodia compartida a la hora de legislar o de acordar el divorcio entre la pareja», dice la experta. En esta misma línea se sitúa Vives Gavilà: «Las madres somos mujeres trabajadoras y por lo tanto, ya no nos dedicamos en exclusiva a la crianza. O, al menos, no todas».
Este es el ejemplo de Olga, madre de dos menores de 3 y 6 años divorciada. A sus 31 años, decidió poner punto y final a su matrimonio: «Jamás se me pasó por la cabeza solicitar para mí la custodia», reconoce. «Siempre aposté por la compartida porque mis hijos querían estar con su padre al igual que conmigo. ¡Merecen pasar el mismo tiempo con los dos!», afirma sin dudar.
Y es que este tipo de medida permite a los menores pasar el mismo tiempo tanto con la madre como con el padre. «Se hace por semanas alternas (una semana estarían con uno y otra semana con el otro). Pero también se puede fijar una compartida con el sistema 2-2-3, por ejemplo. Es decir, lunes y martes los hijos están con progenitor 1, miércoles y jueves con progenitor 2 y el fin de semana con progenitor 1 en la primera semana. La segunda semana estarán los menores el lunes y martes con el progenitor 1 y de miércoles a domingo con el progenitor 2. De esta manera logran estar 5 días con cada uno y, aunque cambian más asiduamente de vivienda, también mantienen una estabilidad», explica Vives Gavilà. «Al final, se trata de encontrar la distribución de tiempos más adecuada para cada familia», recuerda.
A pesar de su incremento, para la abogada, la compartida no siempre es lo ideal. «Si el modelo de familia lo permite, yo creo que sí. Ahora bien, si no existe una corresponsabilidad en la crianza de los menores por ambos progenitores, la custodia compartida suele fallar en casi todos los casos y si se mantiene es porque el progenitor responsable asume la custodia en exclusiva sin modificar la sentencia de la compartida y, por lo tanto, perdiendo poder adquisitivo porque deja de percibir una pensión de alimentos», puntualiza.
Aún así, esta experta reconoce que «hay custodias compartidas mal otorgadas porque se ha dejado de cumplir con los requisitos estipulados por el TS o porque se fingió que se cumplían y en realidad nunca existió esa corresponsabilidad en la crianza que hace que el modelo de custodia compartida funcione».
Corresponsabilidad
En este sentido, Egoscozabal recuerda que aunque «es cierto que el reparto de las responsabilidades domésticas es más igualitario, no pasa lo mismo con las responsabilidades familiares». Según la experta, hablar de corresponsabilidad implica «no solo las tareas de ejecución, como llevar a los niños y niñas al colegio, sino que también hay que tener en cuenta lo que no se ve: pensar en los requisitos del colegio, las necesidades de ese día, los deberes, los problemas emocionales que puedan tener, etc.».
Los estudios de la Asociación Yo No Renuncio son muy reveladores. «El reparto de tareas invisibles (las de planificación y organización) recaen, sobre todo, en la mujer, mientras que los hombres asumen un papel más protagonista en tareas de ejecución, mucho más visibles y fáciles de cuantificar en el tiempo», explica la socióloga. «Si bien es cierto que hay cada vez más hombres que se responsabilizan de llevar a los niños a la consulta del médico, siguen siendo las mujeres las que mayoritariamente se encargan de estar pendientes del calendario de vacunas o revisiones médicas -continúa-. Por tanto, para que haya mayor igualdad o corresponsabilidad cuando la pareja se separa, se espera que el reparto de las tareas de ejecución y planificación también se hagan de forma equitativa y no que la mujer siga pendiente de ‘dar indicaciones’ a su expareja».
Olga reconoce que su carga mental sigue siendo la misma. «No me gusta la idea de que el padre pase los fines de semana alternos con ellos, y alguna que otra tarde, porque esto se traduce en que sólo están con el otro progenitor en tiempo de ocio. Yo soy hija de padres divorciados y sé que el tiempo que un hijo pasa con el padre es para ir a merendar, dejarles hacer lo que quieran… No para regañarles, educar, ayudarles con la tareas escolares porque ‘para un rato que estoy con ellos’. Entonces, ¿dejamos la crianza solo para la madre?», se pregunta.
Otro aspecto fundamental para ella es que la compartida ayuda a construir un vínculo de unión entre los menores y los progenitores que, de otra manera, no se construiría. «¿Qué confianza puede tener un hijo con su padre al que solo ve dos fines de semana al mes? No convives con él, no sabe lo que le pasa día a día, cómo va en el colegio… Hay que pensar en los menores siempre», opina.
Queda, por tanto, un largo viaje hacia la verdadera corresponsabilidad. «Hay que caminar hacia la igualdad, hacia un modelo de familia en el que no existan roles de género y que el reparto de las responsabilidades y compromisos se decida con equidad», subraya Egoscozabal. De hecho, según el IV Observatorio del Derecho de Familia de la Asociación de Abogados de Familia (AEAFA), la principal causa de divorcios en España se debe al desgaste, alejamiento y la falta de comunicación al que lleva el estrés provocado por la crianza de los hijos y el trabajo. «La concienciación en torno a la igualdad y los derechos de las mujeres ha favorecido a que aumente las que no quieren convivir con una pareja que no asuma las responsabilidades de cuidado por igual», concluye.