08 Sep A mayor longevidad, mayor dependencia: crece la demanda de especialistas en el cuidado de las personas mayores.
De la teleasistencia a la ayuda domiciliaria y los centros de día o residenciales, aumentan las oportunidades profesionales dirigidas a las necesidades sociosanitarias de los dependientes.
Nacho Meneses
Los números no mienten: cada vez vivimos más, pero tenemos menos hijos. Con una pirámide poblacional radicalmente distinta a la de hace décadas, España se ha convertido en uno de los países más longevos del mundo, una tendencia que no hace sino aumentar: si en 2020 los mayores de 65 años se cifraban en 9,4 millones, se estima que ya a mediados de siglo se alcanzarán los 16. Solo en los últimos 20 años, han aumentado un 40 %, según datos del Instituto Nacional de Estadística, hasta llegar a representar casi una quinta parte del total de la población. Cifras que necesariamente implican otra verdad: a mayor envejecimiento, mayor número de personas en situación de dependencia, y por lo tanto mayor demanda de profesionales especializados en cubrir una amplia gama de necesidades.
Ahora bien, ¿en qué situación se encuentra la dependencia en España? Un informe de la Asociación de Directoras y Gerentes de Servicios Sociales, presentado este martes, ha alertado de que 11 autonomías recortaron su gasto en dependencia en 2011 respecto al año anterior, aprovechando un aumento de la financiación por parte del Gobierno central. En diciembre de 2021, había un total de 1.415.578 personas reconocidas oficialmente como dependientes, de las que 193.436 no recibían todavía prestación alguna, a pesar de tener derecho a ella. Las diferencias de gestión entre las distintas comunidades arrojan unas listas de espera muy heterogéneas, con Cataluña a la cabeza (un 31,77 % de los dependientes reconocidos), seguida de Canarias (27,87 %) y La Rioja (27,33 %), mientras que Castilla y León apenas registra un 1,49 %, de acuerdo a Europa Press (todas ellas figuran entre las que recortaron su aportación el pasado ejercicio fiscal). El excesivo tiempo de espera a la hora de tramitar las solicitudes de prestación es, de acuerdo con los especialistas consultados, una de las carencias del sistema, junto con la falta de información y unos trámites burocráticos excesivamente complejos.
Retos y desafíos de la dependencia
“El Sistema para la Autonomía y Atención a la Dependencia (SAAD) es un sistema de enorme calado, y su proceso de implementación y optimización nunca será definitivo”, señala Juan Sitges, director de la Fundación Caser, que a su vez identifica tres grandes carencias a la hora de mejorar su eficacia: “En primer lugar, la disparidad entre comunidades autónomas respecto a la gestión de la demanda, especialmente respecto a los tiempos de resolución; un desarrollo desigual de servicios y prestaciones entre las autonomías y las dificultades asociadas a la financiación”. Una tramitación que puede llegar a superar los dos años de espera y que afecta negativamente a la calidad de vida de los dependientes y sus familias. Acceder a estos servicios es además aún más difícil si se vive en un entorno rural, ya que la migración del campo a la ciudad y los problemas asociados con la España vaciada complican el acceso a las ayudas relacionadas con la dependencia.
Mejorar la atención a las personas en situación de dependencia pasa necesariamente por reforzar la coordinación con (y entre) las autonomías, “ya que existen evidencias de que las comunidades autónomas no cooperan ni comparten técnicas, información ni resultados, lo que pone en una compleja tesitura el desarrollo y sostenibilidad del sistema. Es necesario integrar y tener una visión de conjunto”, afirma Sitges. “El foco debe ponerse en la calidad y en la satisfacción, en las mejores prácticas y en los errores. Y es importante priorizar y ser realistas ante la compleja situación económica y social que nos ha tocado vivir”. Para ello, insiste, se debe incrementar el nivel de transparencia de la información; aumentar la coordinación sociosanitaria (y avanzar hacia un sistema centrado en el usuario); homogeneizar el catálogo de servicios y prestaciones, así como la normativa; y buscar sistemas de financiación sostenibles a largo plazo.
“Desde la fundación, hemos detectado lo que llamamos “población desconectada”, que es un amplo grupo de personas con necesidades de apoyo para mantener su autonomía personal pero que no han solicitado ayudas de dependencia, fundamentalmente por desconocimiento, por la falta de apoyos y por la complejidad del propio sistema”, añade Sitges. La Fundación Caser tiene, además, un teléfono gratuito de información en materia de dependencia y discapacidad, el 900 102 180.
Perfiles profesionales más demandados
Hablar de dependencia es hablar de un abanico enormemente amplio de situaciones y necesidades que hacen necesarias intervenciones muy diferentes, desde la teleasistencia a la ayuda a domicilio, los centros de día y de noche y la atención residencial. “El déficit de profesionales relacionados con la dependencia es muy grande; sobre todo de médicos y, muy especialmente, de enfermeras, unas carencias que se han puesto de manifiesto en los últimos meses”, recuerda Sitges. Pero también, apunta, gerocultores, psicólogos, trabajadores sociales o fisioterapeutas. Más allá de los grados y/o másteres universitarios centrados en el campo de la dependencia, para trabajar como cuidador o gerocultor es necesario estar en posesión de un título oficial acreditativo, como los de técnico en Atención Sociosanitaria, Cuidados Auxiliares de Enfermería o Atención a Personas en Situación de Dependencia, además de los certificados de profesionalidad en atención sociosanitaria a personas dependientes en el domicilio o en instituciones sociales.
En cualquier caso, los especialistas demandados en el área de la dependencia son muy numerosos, y dependen de las necesidades que tenga cada persona. En la asistencia a domicilio, por ejemplo, juegan un papel fundamental los cuidadores, que se ocupan de tres perfiles principales: “Por un lado, las personas que necesitan un acompañamiento y ayuda esporádica, varias horas al día, para llevar a cabo sus tareas diarias, desde la higiene personal, la ayuda al vestirse, la movilidad o el control de la medicación; luego, están aquellos que han pasado por un proceso hospitalario y necesitan apoyo en su recuperación; y finalmente los casos de enfermedades degenerativas, donde la familia busca un apoyo continuado y un profesional del cuidado que mayoritariamente termina viviendo en el mismo domicilio”, explica Roberto Valdés, cofundador y consejero delegado de Cuideo.
Otro de los servicios que suelen prestarse a domicilio es el de la fisioterapia, ya que muchas personas no pueden desplazarse semanalmente a una clínica. Unos especialistas cuya labor se centra en “mejorar la calidad de vida de estos pacientes mediante la práctica de ejercicios de movilidad, coordinación y equilibrio”, ilustra Ágata Krupa, directora de la Clínica FEM en Valencia y especialista en uroginecología. Se trata de personas que suelen tener dolores crónicos, debilidad muscular y una movilidad reducida debido a enfermedades como la osteoporosis, la artritis, la artrosis o la deshidratación de las articulaciones. “En la fisioterapia uroginecológica, por ejemplo, podemos destacar los tratamientos que mejoran los síntomas de incontinencia urinaria y/o fecal, dolor pélvico crónico o prolapsos genitales, tan habituales en personas mayores”.
Más allá de médicos, enfermeras y auxiliares de enfermería, las residencias de mayores contratan para su equipo clínico a especialistas de otras áreas que tienen una demanda también elevada, como es el caso de psicólogos o, sobre todo, terapeutas ocupacionales, “un perfil clave para organizar y realizar las actividades de los centros y para la estimulación integral de las personas mayores”, cuenta José Ramón Díaz, fundador de Gransliving, un buscador de residencias de la tercera edad. La labor del psicólogo, por su parte, se centra en ayudar al paciente a sobrellevar el aislamiento social, el abandono o el sentimiento de soledad que muchos sufren al reducirse su círculo social (y que se ha visto acentuado debido a la pandemia) y otros cambios provocados por la vejez.
Pero Díaz destaca una carencia por encima de todas: la del logopeda. “No puede ser que la mayoría de los centros de ancianos tengan personas con disfagia (dificultades para tragar y alimentarse, una patología que afecta a entre el 40 y el 78 % de los mayores institucionalizados) y no cuenten con un logopeda, que es uno de los principales especialistas para su tratamiento. Muchas veces se subcontrata, pero eso lo suelen hacer las familias con dinero para pagar un logopeda externo”. Y termina haciendo una reflexión: “Es importante ver más allá de las limitaciones físicas de una persona mayor, porque muchas veces la mayor carencia la llevan en su interior. Cuando eres mayor, arrastras muchas cosas de tu vida adulta, tanto físicas como psicológicas. Y si los fantasmas salen a esa edad, es necesario contar con apoyo para llevar una calidad de vida digna”.