03 Ago Cuando los campamentos son las únicas vacaciones de los niños.
Más de 28.000 menores de familias vulnerables encuentran en las actividades de CaixaProinfancia su única diversión para el verano.
Laura Peraita
Laila reconoce que con 13 años era una niña un poco rebelde. Se negaba a estudiar, «me distraía con todo, mi edad del pavo fue tremenda», confiesa. Sus padres, ambos en paro y con tres hijos más, decidieron que Laila fuera a unas clases de refuerzo del programa CaixaProinfancia. «Cada curso iba de octubre a junio y, después mis padres me obligaban a ir al campamento de verano de la Fundación «la Caixa». Al principio no quería ir, pero luego empecé a hacerme amigas y estaba deseando que llegara el siguiente campamento porque era donde de verdad nos divertíamos».
Esta joven, que hoy tiene 20 años, recuerda que «como en casa la economía no iba nada bien, aquellos campamentos suponían para ella unas verdaderas vacaciones. «Se organizaban salidas al parque de atracciones, excursiones, íbamos a la piscina, al cine… Yo, de otra manera, no hubiera podido hacer nada de eso porque mis padres no podían permitírselo».
Y es que, tal y como asegura el subdirector general de la Fundación »la Caixa», Marc Simón, estas actividades se convierten para muchos niños en sus únicas vacaciones de verano. Por ello, nos esforzamos en lograr que la experiencia sea enriquecedora y permita que desarrollen sus capacidades y su confianza, que puedan abrirse a nuevas posibilidades y conexiones, y así romper el círculo de la pobreza».
Beatriz Moya, directora de la Asociación Valdeperales, añade que el ocio educativo que ofrecen estos campamentos para familias vulnerables supone una importante herramienta para fomentar la igualdad y romper el círculo de la pobreza. «Asisten cada año niños de familias muy desfavorecidas. Les damos la oportunidad de que vengan a los campamentos porque es la única fórmula que tienen sus padres para conciliar cuando tienen un trabajo, que suele ser muy precario, y no pueden permitirse pagar un campamento similar. También vienen los hijos de progenitores que están en búsqueda de empleo y que viven en situaciones extremas, como vivir todos en una habitación de un piso. Nosotros ofrecemos a sus pequeños un espacio en el que disfrutar con sus iguales».
Este año está previsto que participen más de 28.000 niños y adolescentes en situación de vulnerabilidad, riesgo de pobreza o exclusión en alguno de las 320 entidades sociales vinculadas a este programa y repartidas por España. En realidad, estos campamentos de verano son el colofón de un trabajo que se extiende durante todo el año. «Nuestro foco está en las familias en riesgo de exclusión, no solo en sus hijos –prosigue Moya–. Durante todo el año trabajamos para que los chicos tengan clases de refuerzo escolar, atención psicoterapéutica, logopeda… y a los padres les apoyamos igualmente en cuestiones como la búsqueda de empleo, su integración en actividades sociales, de educación familiar, etc. Finalmente les ofrecemos los campamentos urbanos, que duran cuatro semanas y pueden ir los niños de 4 a 17 años y, posteriormente, una semana en concepto de pernocta para niños a partir de 8 años».
La directora de Valdeperales añade que cuando estos menores cumplen la mayoría de edad tienen la opción de volar. Sin embargo, muchos de ellos desean continuar vinculados y deciden ser voluntarios para ayudar a otros niños. «Para los padres de estos jóvenes supone un gran orgullo ver la implicación de sus hijos y su responsabilidad al sumarse a un proyecto que les permite ayudar a otros niños, en vez de desligarse y quedarse tumbados en un sofá mirando la pantalla de un móvil. Además, una mayoría decide continuar sus estudios y formarse en áreas como monitor de tiempo libre o hacer un grado de educación infantil».
Este es el caso de Laila, que con 17 años, al no poder seguir siendo usuaria, decidió ser voluntaria en los campamentos para atender a niños de tres a seis años. «Ahora, con 20 años, estoy estudiando Educación Infantil y me gustaría trabajar como educadora. Aquí llevo cuatro años con los niños y es como si estuviera haciendo prácticas. Estoy aprendiendo un montón a cuidarles, saber ponerles límites, normas, a que sepan relacionarse, respeten a los demás… Me encanta verles felices y disfrutar porque, de otra manera, no tendrían vacaciones. Cada vez me gusta más».
Esta joven reconoce que si no hubiera ido al programa CaixaProinfancia «mi vida ahora sería caótica, un desastre. Estoy muy orgullosa de haber participado porque me han puesto las pilas y me quitaron la tontería de la edad del pavo de no querer estudiar. Yo animo a todos los jóvenes a alejarse de las malas influencias y luchar por lo que desean porque las oportunidades llegan, pero hay que moverse un poco, no se pueden esperar a que vengan a nosotros tumbados mirando el móvil», concluye esta joven.