«Sentí vértigo… y miedo, pero a mis 29 años no me arrepiento de dejar un buen trabajo para cuidar a mi madre».

«Sentí vértigo… y miedo, pero a mis 29 años no me arrepiento de dejar un buen trabajo para cuidar a mi madre».

Javier Fernández confiesa que tenía un contrato indefinido en una empresa de telecomunicaciones, «pero atender a mi madre enferma de Alzheimer, aunque es duro, me alimenta el alma».

Laura Peraita

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«¿Estás seguro?», ¿te lo has pensado bien?», «¿de verdad vas a dejar un buen trabajo como el que tienes?»… Estas fueron algunas de las preguntas que Javier Fernández, de 29 años, tuvo que escuchar en su entorno cuando anunció su firme decisión: «Dejo mi contrato indefinido en una empresa de telecomunicaciones por atender a mi madre enferma de Alzheimer en sus últimos años de vida». Y, hoy, un año después, no se arrepiente de su decisión.

Al menos así lo confiesa a ABC. «Es verdad que cuando decidí dejar mi piso y mi empleo para cuidar de mi madre, lo primero que sentí fue vértigo. Después, miedo. Pero tenía ante mí la oportunidad de hacer que sus últimos años fueran maravillosos. Es la mejor decisión que he tomado en mucho tiempo».

Su madre tiene Alzheimer precoz y con sesenta y cinco años ya es considerada dependiente de tercer grado. Fue profesora de educación Infantil y siempre tuvo una sonrisa en la cara y nunca una mala palabra para nadie. «Lo mínimo que se merece es que la gente a la que quiere esté junto a ella y le ayude a sobrellevar la enfermedad de la mejor manera posible, con armonía y diciéndole al Alzheimer cara a cara: no te la vas a llevar tan fácilmente», asegura.

Explica que la decisión no la tomó de manera impulsiva, sino que fue meditada. Javier llevaba tiempo que iba los fines de semana a ver a sus padres y comer con ellos. «De una semana a otra me fui percatando de su progresivo y rápido deterioro y me di cuenta de que mi padre no podía encargarse solo de atender a mi madre. Mi presencia de un par de horas los fines de semana para nada eran suficientes. Por eso, y en lugar de dejar su cuidado en manos de terceras personas, dejé todo para trasladarme a vivir con mis padres y dedicarme en cuerpo y alma».

Actualmente, el día a día de Javier está lleno de rutinas con el objetivo de que su madre se sienta segura, no se desubique y tenga menor confusión para que esté tranquila. «Su aseo personal me lo tomo como una fiesta, me da igual tardar veinte minutos que dos horas. El solo hecho de que se siga peinando o lavando los dientes es una pequeña victoria para los dos y no estoy dispuesto a ceder al alzheimer con facilidad».

A pesar de que Javier no se arrepiente de su decisión reconoce que cuidar a su madre es duro. «Hace años me imaginaba que cuidar a las personas mayores era una labor muy sencilla porque no se tenía que madrugar, ya que suelen dormir mucho, y están casi todo el día sentados en un sofá o con poca actividad. Hoy sé muy bien que el escenario es muy distinto. Hay que estar pendientes de ellos las 24 horas y despertarse cada dos por tres por la noche para comprobar que no se ha levantado y se pueda caer, o para atender sus constantes peticiones. Cuanto mayor nivel de dependencia, más complicado es».

Hemos aprendido un nuevo lenguaje

Pero aún así, «cuidar de mi madre me alimenta el alma porque yo no solo la cuido, la doy felicidad. Verla reir es lo mejor del mundo para mí en estos momentos. Ella apenas dice un par de palabras en su estado actual, pero no importa. Hemos aprendido un nuevo lenguaje, el emocional: nos miramos, le doy o me da un beso, una caricia, nos lanzamos sonrisas… Al fin y al cabo, la vida son instantes de felicidad y me esfuerzo por darle los máximos posibles. Saber que se siente bien es muy gratificante. Eso no me lo podría dar ni mi contrato indefinido en una buena empresa, ni vivir solo en mi casa, ni nada parecido».

No oculta que es consciente de que «el alzheimer, con mayor o menor velocidad, acabará ganando la batalla. Quiero disfrutar cada momento que podamos tener juntos en el presente, sin pensar en lo que fue ni en lo que llegará a ser. Así, el Alzheimer tiene menor cabida en nuestro pequeño mundo, le quitamos la atención que tanto reclama».

Javier metido en su labor, reconoce, no obstante, que falta mucha información sobre la labor de cuidados hacia los mayores y lo que él ha aprendido se lo ha tenido que ir buscando por su cuenta. «No es normal, puesto que todos, de una forma u otra, nos tendremos que ocupar de nuestros mayores antes o después y, en una sociedad tan envejecida, esta información es muy necesaria».

«La labor del cuidador no se remunera y, aunque es importantísima, no se valora adecuadamente ni por la Administración, la Sociedad ni, muchas veces, por los otros miembros de la familia»

El testimonio de Javier Fernández García forma parte de las 200 historias que integran el libro Supercuidadores (Ed. LoQueNoExiste), que se ha presentado en la feria DiverOSénior de Madrid junto a un informe sobre la situación de los cuidadores en España. Según Aurelio López-Barajas de la Puerta, CEO de Supercuidadores y coordinador editorial de la obra en la actualidad existen muchas carencias con respecto al cuidado de los mayores, tal y como apuntaba Javier Fernández.

«Para cuidar bien hace falta actitud con “c” y aptitud con “p”, siendo imprescindibles ambos valores en el cuidador —matiza López-Barajas de la Puerta—. Para tener ambos valores hay que formarse, siendo la única garantía para poder ofrecer a las personas mayores o dependientes los servicios y cuidados que necesitan o puedan necesitar. El buen cuidador debe de saber anticiparse a las necesidades de las personas a las que cuida, para fomentar su autonomía y ofrecerle la mejor atención para mejorar su calidad de vida».

Añade, además, que no está valorada suficientemente la labor de los cuidadores familiares no profesionales debido a que «todo aquello que no se remunera es difícil que se valore y se reconozca. Su labor no se remunera y, aunque es importantísima, no se valora adecuadamente ni por la Administración, la Sociedad ni, muchas veces, por los otros miembros de la familia. Creo que todos deberíamos de reconocer, en mucha mayor medida, la excelente labor que realizan tanto los cuidadores familiares como los profesionales. Pienso que como sociedad, no podemos asegurar que las personas se curen o vivan permanentemente, pero lo que sí podemos y debemos asegurar es que mientras que alguien viva se le cuide con profesionalidad y dignidad.

En esta labor, el objetivo que pretende el libro Supercuidadores es reflejar la situación en la que han vivido o viven estas doscientas cuidadoras y cuidadores con relación a las personas cuidadas, en aras a que sus experiencias y ejemplos resulten motivantes para millones de personas que se encuentran en situación similar, y nadie sienta que se encuentra solo. «Espero que el libro sea una luz de esperanza y paz para muchas personas, a la vez de que cree conciencia de que todos debemos de cuidar como nos gustaría que nos cuidasen», concluye Aurelio López-Barajas de la Puerta.