09 Sep Un futuro laboral para las personas sin hogar gracias a Instagram.
‘Un mismo equipo’, una cuenta con más de 16.000 seguidores en la red social, conecta a empresarios y perfiles en situación de calle.
Idoia Ugarte
Detrás de Un mismo equipo, una cuenta de Instagram que tiene más de 16.000 seguidores y que se creó hace apenas tres meses, están Gonzalo Perales, Pablo García y Miguel Jiménez, que acaban de entrar en la treintena. Estos chicos se iban pateando las calles de Madrid para descubrir la historia que hay detrás de cada persona sin hogar, con el objetivo de ayudarles a escapar de su vulnerabilidad. A través de la red social, decidieron publicar los perfiles con una fotografía, acompañada de una descripción de su experiencia laboral para conectarlos con empresarios. Una especie de escaparate de talento, formado en su mayoría por hombres de más de 50 años, que no solo abarca la capital, sino que engloba a otras comunidades autónomas. Ya han conseguido contratar a unos 10 sin techo y la rueda sigue girando, con más casos de éxito a la vista.
“Si les das un buen uso, las redes sociales pueden ser muy potentes”, cuenta Perales. Hace cuatro años pasó una leucemia y su relato se viralizó. La gente comenzó a seguirle en las plataformas y usó su poder de convocatoria para dar voz a las personas sin hogar que conocía. Comprobó que en cuestión de días alguien se ofrecía a contratarlas, así que montó una asociación junto a Pablo García y Miguel Jiménez, gracias a que una amiga en común les presentó porque sus personalidades encajaban perfectamente. “El mismo día que abrí el perfil en Instagram lanzamos la página web, contratando a un señor que también estaba en la calle y que tenía de amigo en Linkedin”, aclara Perales.
Ahora mismo están en una fase de crecimiento y de asentamiento empresarial, en la línea de convertirse en una start up social que dispone de un gran abanico de profesionales, como carpinteros, camareros, directores de comunicación o chefs. “Hay perfiles que no tienen traje, ni apartamento, ni transporte. Necesitan recargas de teléfono y una compra hasta que tengan el primer sueldo. Lo que estamos haciendo es ponderar lo que cuesta sacar a una persona de una situación tan frágil como esta y la idea es que a partir de este otoño vayamos hablando con diversas empresas para que aparte de contratar nos puedan donar dinero o material durante la transición”, explica Perales.
Una de las personas que celebra su vuelta al mercado laboral es Iván, que reconoce que la adicción al alcohol, acentuada durante el confinamiento, le condujo a un peligroso bucle. Perdió su empleo y su apartamento y se vio por primera vez en la calle. Prefiere dar un nombre falso porque cree que mataría a su madre del disgusto si se enterase de su realidad: duerme en un banco en el barrio de Salamanca desde hace siete meses. Tuvo suerte porque dio a parar con un grupo tranquilo.
“Era el más joven. Si no hubiera sido por ellos me hubiese muerto seguro, pero es complicado tener una conversación normal y razonar las cosas con los que llevan mucho tiempo en la calle, y no quería terminar así. El primer mes perdí 30 kilos porque comía solo dos chocolatinas al día. No sabía de asociaciones, no tenía amigos, lo había perdido todo”, confiesa Iván, un informático de 39 años, amable e inteligente, que disfruta de su rol de programador. Ha tenido que aprender a sobrevivir pidiendo o buscando libros en contenedores que después vendía.
Con la llegada del verano se cortó el pelo, se afeitó y no se encontró tan fastidiado. Su cabeza empezó a decirle que había que remontar. Es entonces cuando conoció a los chicos de Un mismo equipo. “No ayudan a todo el mundo, sino a los que ven que tienen algo ahí dentro. Me dieron un móvil para que pudiera hacer entrevistas y me ha costado conseguir empleo porque en informática un año sin trabajar se nota. Me incorporo el lunes que viene y estoy muy contento. Solo me falta una habitación, que está complicado. A ver si lo consigo antes de empezar”, declara Iván, lleno de energía.
Cada semana estos chicos reciben unos 20 emails. Algunos de ellos son fotografías de carteles de establecimientos que buscan personal. Aunque Perales y García indican que la mejor forma de echarles una mano es que esas personas que les contactan se acerquen al empresario que ha colocado la oferta para hablarle del proyecto, y sea él quien les llame. “Eso nos facilita mucho el trabajo. El empresario también recibe algo positivo, que es una publicidad muy blanca porque el día que contratan a esa persona publicamos el caso de éxito a nuestros 16.000 seguidores orgánicos. Si mencionamos a ese bar pues quizás la gente va a tomarse un café para darle las gracias”, declaran ambos.
Otro logro ha sido el de R.C, que acaba de encontrar un empleo como tapicero de motos de gran cilindrada en Cantabria. Un oficio que asegura está en decadencia y es poco valorado, pero muy laborioso. Da sus iniciales porque no quiere que su hija de 17 años sepa que lleva año y medio pidiendo de lunes a domingo en las puertas de un mercado en el madrileño barrio de Argüelles. Viven en un piso de una habitación que le dejó su padre, fallecido por covid: “Soy la quinta generación de tapiceros. Mi abuelo eran 11 hermanos y 9 eran guarniceros, los que hacen artículos para los caballos. A principios de la pandemia me desahuciaron de un taller en el que llevaba 10 años y tuve que malvender mis máquinas porque no tenía sitio para meterlas”.
Había días que volvía con tres o cuatro euros a casa, los buenos con algún billete. “He perdido 10 kilos de los nervios y la tensión. Los cuatro primeros meses no pegaba ojo, ya no por mí, sino por mi hija. No se lo deseo a nadie. A veces yo no comía por ella. Pedí el Ingreso Mínimo Vital y me lo denegaron por estar cobrando cada tres meses 168 euros por orfandad de la niña”, expone. R.C. En este momento está eufórico, deseando comenzar una nueva vida a las orillas del Cantábrico.
Las personas sin hogar son invisibles para el Servicio Público de Empleo Estatal (SEPE). Es lo que piensan los chicos de Un mismo equipo, que por fin disponen de un número de cuenta para recibir las donaciones que sufraguen los primeros gastos de aquellos que abandonan la crudeza de las calles. “Se está demostrando que si nos ayudamos entre nosotros esto funciona. La gente es muy generosa”, concluyen.