28 Jun La primera residencia pública del mundo para mayores LGTBIQ+ está en Madrid.
La Fundación 26 de diciembre es la responsable de un proyecto que supone mirar de cerca la historia del colectivo LGTBIQ+ para entender cuál es su realidad y por qué necesita tener una residencia especializada en Villaverde.
Alexia Columba Jerez
Federico Armenteros, creador y director de la Fundación 26 de Diciembre (F26D), fue uno de los muchos a los que le tocó vivir en la mayor represión: «Hace unos años el tema LGTBI era algo de lo que no se podía hablar, tenías la sensación de que no encajabas, que no pertenecías a ese mundo. Solo sabía que me llamaban maricón, y como no tenías a nadie a quien acudir pensaba que si me gustaban los chicos es que era chica, porque solo existía ese pensamiento binomial, chico y chica. A mí no me detuvieron, pero los que estuvieron recluidos desde 1954 hasta 1978 ¿qué recuerdo ha quedado de esas personas que fueron detenidas o llevadas a los centros de concentración por pervertidos?».
El director de F26D dice que hoy es difícil conseguir hablar con ellos de todo esto, y en las pocas ocasiones en que detallaron lo que les pasó en las cárceles de la dictadura, en lugar de ser una catarsis, quedaron en carne viva. Cuando se practica una discriminación institucionalizada y enmarcada por términos como maricón, degenerado, bollera, invertido… Lo que restaba en esa época era la vivencia de una sexualidad y una afectividad clandestinas.Pero el silencio puede ser un legado que revela sus secuelas y presupone de toda generación siguiente preguntarse por qué ese espacio vacío entre dos hitos. Una violencia cotidiana, pasada o presente, que sigue generando víctimas y que en el caso de los y las mayores LGTBI+, con la pandemia, han visto agravada su situación que además está marcada por una profunda soledad.
Esto nos devuelve el balance de todo un grupo de personas mayores que representan la memoria viva que completa la versión oficial. Y llegar a ellos, a veces, requiere de iniciativas concretas, como dice Armenteros: «Somos el brazo del Estado, llegamos a donde el Estado no puede llegar», y en el tránsito combaten la homofobia, la transfobia o la lesbofobia de toda una sociedad. Hasta ahora 800 personas se han relacionado con la Fundación y en Madrid hay unos 160.000 mayores del colectivo LGTBI+.
La idea de esta residencia, situada en Calle del Arroyo Bueno, 20-22, es visibilizar la diversidad, y el que sea especializada es importante porque Armenteros señala que las residencias parten de la heteronormatividad, las fotografías con las que se anuncian son parejas de ancianos mujer y hombre, siguen sujetas a un pensamiento binario. «También, puntualmente, hay homofobia entre los trabajadores de residencias que resultan restrictivos o maltratan al grupo LGTBI+. Por eso mucha gente, que ya está en geriátricos, está pidiendo el traslado a esta nueva residencia. Están esperando entrar personas de más de 70 años que se han quedado en la calle, lo que es muy normal en la mujer cuidadora y en el gay cuidador, porque para poder entrar en una residencia pública hay que ser pobre de necesidad y mayor de 65 años».
El nombre de la residencia Josete Massa responde a la primera persona que creyó en el proyecto. El contacto con él se inició con la trabajadora social de su centro de salud, porque según Armenteros la situación de la gente mayor la captan más los de salud que los de servicios sociales, ya que a buscar las pastillas uno va siempre, pero no siempre se hace uso de los servicios sociales.
Josete era un hombre que no permitía que nadie entrara en su casa, vivía aislado desde hacía 17 años, había pasado su juventud en un psiquiátrico después de que su madre lo denunciara por ser bisexual. Cuando la Fundación 26 de Diciembre se encargó de su caso tenía diagnosticado un cáncer de próstata y los médicos con el tiempo le dijeron que estaba en fase avanzada, no quería morir en un hospital y después de pelearlo la fundación consiguió que recibiera cuidados en su casa. Al final murió acompañado y dejó su patrimonio a la Fundación 26D. Josete fue uno de los que sufrió en silencio. Ponerle el nombre a la residencia es una forma de rescatar del anonimato a otros Josetes.
Se eligió Villaverde como lugar para la primera residencia pública del mundo para mayores LGTBI+ porque había un edificio del tamaño adecuado que evitaba la masificación. Iba a estar acabada para diciembre de 2020, pero Armenteros con el casco de obra en medio de pilares a la vista, paredes por enyesar y con el ruido de fondo de dos obreros, comenta resignado que la pandemia lo ha detenido todo. «No obstante, el proyecto sigue en marcha, contará con 62 plazas y la idea es deshacerse de los tópicos que rodean los geriátricos, habrá ventanales y espacios abiertos y luminosos con los que demostrar que no hay nada que ocultar».
En las plantas superiores se alojarán las personas mayores más dependientes, en la primera planta estarán los que tienen autonomía pasando por los que necesitan apoyo continuo y la última planta será para cuidados paliativos. Habrá cuatro murales que ocuparán las paredes de la residencia, y cada planta tendrá uno de los colores de la bandera LGTBI+. Estará todo domotizado lo que agilizará las actividades y favorecerá el seguimiento personalizado de cada residente. En el sótano se hará un tanatorio donde habrá un muro para colocar un relicario con las cenizas del fallecido y el primero será el de Josete Massa.
La residencia también será a su vez un centro de día con espacio para 15 personas de las que la Fundación 26D se encargará de llevar a sus casas, dado que una de sus actividades es la asistencia domiciliaria. Habrá terapeutas, psicólogos y remarca Armenteros que el papel del voluntariado tendrá un peso fundamental, porque se convertirán en parte de la rutina de los mayores para desarrollar un apego entre el voluntario y el o la mayor.
La pregunta cómo quieres que te cuiden vertebra las actividades de esta fundación, «no somos la Rottenmeyer no venimos a ordenar como un sargento a la persona mayor», comenta Armenteros. Se busca generar vínculos, en ese sentido destaca el caso de Viola, una mujer transexual que era conocida en los 90 por ser una habitual en Gran Vía. Tiene deterioro cognitivo y gangrena en las piernas y está actualmente en una residencia a la espera de que abran la de Villaverde. El caso de los transexuales es especialmente preocupante como revela el Informe del Imserso de 2019: «En el caso de personas trans, el riesgo de pobreza severa afecta a un 72% de las personas participantes en este estudio».
Al principio los vecinos temían que el proyecto consistiera en abrir una institución para drogodependientes, cuando se enteraron que era una residencia para mayores LGTBI+ no les generó mayor problema. Para la F26D el proyecto compensa a la comunidad desde el lado empresarial, social y laboral, se generarán cincuenta puestos de trabajo y se reactivará un edificio.
Fundación 26 de Diciembre
Recuperar los testimonios del grupo LGTBI+ es una de las labores de la Fundación 26 de Diciembre en la calle del Amparo 27 en Lavapiés. Puedes encontrar colgadas e iluminadas por una luz color ámbar las fotos de la juventud o de la niñez de los usuarios, y todo ello contribuye a esa idea de salón comedor en una casa de puertas abiertas. Porque si bien F26D trabaja con usuarios a partir de los 50, asesoran a cualquiera que lo necesite contactando con distintos recursos, el fin es no dejar a nadie con una sensación de desamparo, como remarca la trabajadora social Beatriz Rodríguez.
Para Armenteros, al trabajar con el grupo de gente mayor su diagnóstico es claro: «Su situación es muy dramática, somos una sociedad que vivimos a espaldas de los mayores. Practicamos un edadismo crónico. Y los mayores LGTBI+ no tienen un círculo sólido de gente a la que recurrir. Por eso hay personas con depresión, porque parece que te ha tocado vivir en una sociedad que ha estado siempre contra ti, y más aún de mayor. Te das cuenta de cómo te maltratan a nivel social y psicológico. Y con el Covid-19 se ha hecho más evidente, con gente que se ha quedado sin dinero o en la calle. Muchos de ellos han internalizado la homofobia de la que han sido víctimas, se creen sin derechos y por esa razón no los ejercen».
Aunque todo esto se intenta paliar desde la Fundación 26D, la trabajadora social Rodríguez, remarca que las alternativas tecnológicas funcionan en tanto en cuanto estás acompañando, pero no se puede comparar con la intervención en persona. Para Francisco Semper, responsable del área socioeducativa de la organización, de la pandemia han aprendido que la brecha digital sigue presente en el usuario de más edad, lo ven en las gestiones que ellos tienen que hacer a través de aplicaciones que nunca han usado antes, básicamente «trabajamos con un colectivo que necesita mucho el contacto».
Federico Armenteros hace hincapié en que es necesario hacer la campaña Por tus derechos, y recordarles al grupo LGTBI+ que son merecedores de tener esos derechos como el resto, y no pasa absolutamente nada, «Somos nosotros mismos, los que no somos capaces de entenderlo». Él se casó y tuvo una hija, pero siempre supo que algo no terminaba de funcionar en su vida y eso lo llevó a divorciarse. Ahora se ha casado con su pareja con la que lleva conviviendo 14 años, «teníamos una boda preparada para junio, pero la pandemia lo impidió. Nos casamos el 9 de octubre con una celebración de cuatro personas, cuando teníamos una lista de invitados de cuatrocientos. La celebración la hemos pospuesto, no obstante, es importante llevarla a cabo para vivir esos actos como una cotidianidad llena de alegría, pero las personas de más edad LGTBI siguen resistiéndose».
Las personas mayores LGTBI+ viven auténticas situaciones de pánico en plena pandemia, «la lectura subyacente en el caso de las lesbianas es que se da una triple discriminación: edadismo, machismo y lesbofobia que sigue viva y coleando en las residencias y los centros de mayores», detalla Rodríguez.
El problema recurrente, que señalan los expertos que trabajan en la fundación, es el de la no visibilizacion, el de la armarización: «Cuando la pareja con la que han podido estar treinta años muere, esa persona no es nada, no tiene derecho a pensión de viudedad y los familiares pueden echarla del hogar en el que vivía con su pareja». Pese a legalización del matrimonio, y a la consecución de derechos ganados, aún existen barreras internas ya no solo a nivel económico, sino también a nivel de duelo, ya que en muchas ocasiones no pueden estar presentes para poder despedirse de sus seres queridos o no son reconocidos como sus parejas en el entierro. El mensaje que reciben con gestos como esos es que no tienen derecho a verbalizar lo que quieren.
En todo ese proceso, Rodríguez afirma que los profesionales tienen que abrir el objetivo de miras, entender que existe la diversidad y que eso no es extraordinario si no que está en el día a día. «Si tienes una patología cardíaca necesita al especialista de cardiología, ocurre igual cuando se necesita la atención sobre una problemática específica que necesita recursos específicos. Se necesita seguir avanzando. Pese a que se habla del colectivo LGTBIQ+ habría que entrar en ver cuál es la realidad de cada una de las letras, no es lo mismo el transexual de 70 años, que la lesbiana, que la persona bisexual de 70 años».
La historia del LGTBI+ en España, ayer y hoy
Para entender dónde están hay que entender de dónde vienen, y eso supone retrotraernos a la Ley de vagos y maleantes y la Ley de Peligrosidad y Rehabilitación social, las consecuencias de romper la normativa vigente respondía a lo que ya enunciaba Foucault en `Disciplina y castigo´: «A la expiación que causa estragos en el cuerpo debe suceder un castigo que actúe en profundidad sobre el corazón, el pensamiento, la voluntad, las disposiciones, en otras palabras sobre el alma».
Mientras la Ley de 1954 modificó La ley de Vagos y Maleantes de 1933, y declaró sujetos a disciplinar a los homosexuales separándolos de otros sujetos socialmente peligrosos:
1. Internamiento en establecimientos especiales, separados de los demás.
2. Prohibición de residencia en determinado lugar y obligación de declarar el domicilio.
3. Sumisión a la vigilancia de los Delegados.
La Ley de 1970 Ley de Peligrosidad y Rehabilitación social iba un paso más allá «poniendo en funcionamiento centros dotados del personal necesario para garantizar la reforma y rehabilitación social del sujeto peligroso mediante diversas técnicas». Y el o la que sobrevivía a los centros de internamiento estaba condenado a una vigilancia constante que le impedía tener cualquier trabajo remunerado, por eso muchos de ellos y ellas viven hoy de pensiones no contributivas.
Federico Armenteros comenta: «La verdad es que no sé qué me hubiera pasado ni cómo sería hoy si hubiese terminado en una de esas cárceles».
La Fundación 26 de Diciembre se llama así por el día en que La ley de peligrosidad fue derogada, concretamente en 1978. Sin embargo, y esto es lo que reclaman la F26D o la Asociación de expresos sociales, la Ley de Peligrosidad ha sido derogada, pero no abolida. Víctor Ramos, responsable de comunicación de la F26D, recuerda «la esclavitud fue abolida no derogada, aquí se debería proceder igual».
La pregunta que se pone sobre la mesa es cómo se va a pedir la abolición si ni siquiera las generaciones más jóvenes del grupo LGTBI+ saben que esa ley existió. Armenteros señala: «Tenemos un caso, entre muchos, en el que la persona tiene pensamientos suicidas y que en el momento en que muera su madre sabemos que estará en peligro. Vivió en un tiempo en que salía a la calle y tenía que controlar sus movimientos, lo llevaban de la mano para que no se le notara posturalmente su orientación. Se ha pasado la vida intentando agradar a los demás y eso tiene consecuencias psicológicas, a lo que se une que en esta sociedad los problemas de salud mental siguen estando mal vistos. La ministra Carmen Calvo nos llamó para hablar sobre eso. La idea es conseguir acabar con esa Ley».
«Estamos construyendo historia»
Lo que le sorprende al director de F26D es que desde el colectivo LGTBI+ eso nunca se haya pedido. «Con la pandemia no ha habido una preocupación generalizada por los mayores LGTBI+». Se sigue repitiendo la idea del mayor que estorba, se vende el colectivo LGTBI+ como joven, guapo, consumidor y festivo. Ramos y Beatriz Rodríguez coinciden en decir que en la pandemia siempre aparecen en los medios el mayor tutelado, es decir siempre habla la hija, el nieto, pero no el mayor.
Para Federico Armenteros: «Han querido construir una imagen agradable, salimos en la prensa el Día del Orgullo, pero dónde están los mayores y los hechos polvo. En el colectivo no hay espacios de debate, nos faltan filósofos y filósofas, esto es responsabilidad de todos».
A ello se unen, remarca Armenteros, «los que ya fueron víctimas de una anterior pandemia, los supervivientes del VIH, que los expertos establecen que están en la mayor de las soledades, los que han luchado los que han sido conejillo de indias de los medicamentos, el estigma sigue en las residencias con la dificultad de poder entrar en ellas cuando eres mayor y tienes VIH. Arrastran el rechazo que les recuerda a los ochenta cuando se ponía un círculo rojo en su documentación. Si iban a un restaurante le daban platos desechables o los tiraban a la basura una vez hubiesen terminado de comer. Eran los apestados».
Sobre el aumento de posicionamientos extremistas Armenteros comenta que Vox les ha pedido ver sus cuentas, «nosotros no tenemos ningún problema de que vean la realidad de los que se quedan en la calle. Hay gente dentro del colectivo LGTBI+ que vota a Vox. Se trata de ayudarnos a convivir y a respetarnos, construyendo no destruyendo porque dialogar no se le puede negar a nadie. El grupo LGTBI+ siempre ha estado expuesto a las críticas y lo mismo pasa en los centros de la tercera edad, porque los mayores fueron educados en la homofobia institucional, de cuando los padres denunciaban a sus hijos y la homosexualidad se consideraba una enfermedad que debía ser `curada´». La OMS dejó de clasificar la homosexualidad como enfermedad en 1990.
Comprender esa dinámica es necesario para ir quitando todas las capas de odio que se fueron generando, de ahí la necesidad de una residencia para mayores LGTBI+ a la que irán personas de la justicia reparativa que tienen que hacer trabajos en favor de la comunidad, los condenados por delitos de homofobia ayudarán a los de cuidados paliativos. «Por qué ese odio, si son machistas, homófobas lo son por algo, por eso se trata de trabajar para crear un mundo más igualitario. Y eso parte de negociar, comunicarse, y no de esa idea de cómo no pienses como yo te voy a destrozar», remarca Armenteros.
La intención es hacer un mundo más inclusivo, pero hay que educar. «No somos automáticamente iguales», Armenteros reconoce que nadie los ha acompañado en el tránsito, desde la derogación de la Ley de Peligrosidad social en 1978 hasta el 2005 con la Ley de matrimonio igualitario ha habido un vacío enorme. Y con iniciativas como la residencia «estamos construyendo historia, básicamente estamos cambiando la historia para que entre el color».