01 May Ser madre de un niño con discapacidad: la importancia de pedir ayuda.
Es de valientes mostrarse tal y como uno es. Que no pasa nada si alguna vez se nos escapa alguna lágrima. Y que el apoyo de otros, te ayuda mucho.
Elena Bel Ascanio
Hay quien piensa que mostrar tus sentimientos te hace más vulnerable, más débil. Como si fuera la grieta de una roca por la que entra el agua y la amenaza con partirla, con romperla. Tal vez esas personas tienen miedo a que esa apariencia de fuerte, de roca, se resquebraje a los ojos de los demás. A que esa apariencia de irrompible que quieren proyectar se venga abajo. Yo estoy convencida de que compartir tus sentimientos, tus pensamientos, tu sentir en un momento determinado, te hace más fuerte. Porque reconocer lo que te pasa te hace mostrarte a los demás sin caretas, sin más pretensiones que ser uno mismo, sin necesidad de intentar impresionar a nadie.
Durante una larga temporada, yo fui de esas personas que intentaba no compartir sus sentimientos, intentaba que no se me notase que quizá necesitaba ayuda. Pero cuánta razón tiene el dicho de que la cara es el reflejo del alma y a mí se me notaba. Mi cara, pero sobre todo mis ojos, reflejaban ese cansancio, esa preocupación, esos llantos a escondidas.
Acababa de nacer mi hijo pequeño. Un niño que a todo el mundo le parecía buenísimo porque muy pocas veces lloraba. Yo en cambio veía algo que no sabía explicar. Dicen que el instinto de madre no falla. Tal vez fue ese instinto el que se puso en guardia para que yo estuviera atenta a las señales.
Vinieron meses muy malos, de no saber. La incertidumbre muchas veces es peor. Meses en los que los médicos me decían que todo era aparentemente normal, todos los resultados eran normales, pero había algo que no cuadraba, que no seguía la evolución que estaba establecida.
En medio de todo esto, se celebra el acto de presentación de la Fundación AVA. Y ahí que nos fuimos toda la familia. Ese día marcó un antes y un después. Para mí su fundador, Álvaro Villanueva, y su mujer, Rocío, no eran desconocidos, eran padres de la clase de mi segunda hija, pero no teníamos más relación que esa.
Cuando terminó el acto de presentación me armé de valor y con mi pequeño en brazos fui a hablar con Álvaro. A darle primero la enhorabuena por un proyecto que me parecía, y me parece, fundamental y muy necesario, y a decirle que me sentía perdida. A contarle que me daba la sensación de ir en contra de casi todo el mundo por buscar la respuesta a lo que le podía pasar a mi hijo.
Recuerdo que acabé esa conversación con lágrimas en los ojos y un poco avergonzada por no haber podido controlar mis sentimientos, pero agradecida también porque me había escuchado alguien, me había entendido, sabía ver y entender ese miedo que yo tenía en ese momento. Ese miedo ante lo desconocido.
A partir de ahí me di cuenta de que es de valientes mostrarse tal y como uno es. Que no pasa nada si alguna vez se nos escapa alguna lágrima. Y que pedir ayuda hace que las cosas puedan mejorar.
La Fundación AVA empezó a ayudarme. Empezaron a guiarme con las terapias que mejor se adaptaban a la situación de mi hijo en cada momento. Pero también me escucharon y supieron entender esa preocupación que yo tenía.
En paralelo se estableció una gran amistad entre las dos familias, la nuestra y la de Álvaro y Rocío. Una amistad de esas de verdad. De las que ayudan sin necesidad de pedirlo. De las que siempre están, en los momentos buenos, pero también en los malos.
Si no hubiese tenido ese impulso de acercarme a Álvaro ese día, de mostrar mis sentimientos, de pedirle ayuda, quizá las cosas no hubiesen ido tan bien. Probablemente no hubiese descubierto a unos grandes amigos.
Gran verdad esa que dice que las alegrías compartidas son dobles y las tristezas compartidas son menos. Yo desde hace tiempo procuro llevarlo a cabo, y celebro todo lo que puedo y aunque, todavía, me cueste un poco, si necesito ayuda la pido, porque los amigos están, estamos, para ayudar.