25 Feb La pandemia ha descubierto la soledad que sufren millones de ancianos. La soledad puede aliviarse gracias a “personas y organizaciones de buena voluntad”.
“La vejez es muy dura”, nos dicen nuestros mayores a menudo. Aunque menos veces que las que sufren en silencio la soledad, la enfermedad, la estrechez económica o el riesgo de exclusión social: no quieren preocupar o, peor aún, no desean molestar “ni ser carga para nadie”.
El debate público se centra en la sostenibilidad de las pensiones, pero no se habla ni de la dura vida de los mayores (excepto cuando hay “descubrimientos noticiosos-escabrosos” en casas o residencias) ni de las soluciones a problemas profundamente humanos que, conforme evoluciona la sociedad, sufrirán una mayoría de personas que llegarán a la ancianidad. Como dice la experta Isabel Martínez, presidenta de la fundación HelpAge en España, “los que piensan hoy en los ancianos como en una carga, pasarán a serlo ellos mañana”.
Empatía. Ponerse en el lugar del otro. No es fácil. Si lo que hay que mirar es a un multimillonario anciano viviendo la vida loca en Montecarlo, rodeado de bellas mujeres en su inmenso yate y con la copa de champán en la mano, pues es fácil ponerse en su lugar: lo hemos visto en las películas. Sin embargo, la realidad es que no sabemos lo que pasa por la cabeza de las personas. Quizá el anciano billonario de Montecarlo, llora interiormente porque, tras media docena de matrimonios fallidos, la única hija de su primer y único amor no le habla hace décadas. Quizá, las penas, con champán, son menos penas: pero, si, además de estar interiormente solo porque su hija no le habla, el anciano es pobre de solemnidad y sufre soledad, tiene enfermedades…, pues ha de ser muchísimo más duro.
La estadística dice que hay un 99% de personas de clase media, media-baja y baja, versus 1% de personas pudientes. Ergo, si en España, con 47 millones de residentes, 10 millones son ancianos, hoy (datos del Instituto Nacional de Estadística, 2020) es deducible que, atendiendo a la distribución de la riqueza, la mayoría de los ancianos estén en la categoría del 99% y, habida cuenta que, cuando llega la jubilación, el descenso del nivel de vida es fuerte, también cabe pensar que la mayoría de nuestros mayores andan escasos de recursos. ¿Qué hay de todo? Sí. ¿Qué cada uno vive en su burbuja y el rico cree que todos son ricos y los pobres viven rodeados de pobres? También. Pero, de nuevo, la estadística del INE es tozuda: en el distrito más rico de Madrid viven 16.000 personas y, en el más pobre, 1,2 millones.
Había oído hablar de tiempos en que, a los “abuelos se les cuidaba en casa. Ahora, se les lleva a residencias o, como dicen los periódicos, se les abandona en la gasolinera”. Recientemente, debido a las visitas de sanitarios, policía, servicios de emergencia, etc a viviendas y residencias de ancianos, hemos conocido casos en toda España en que hablar de maltrato a los mayores es un eufemismo. La pandemia ha abierto las puertas de viviendas y residencias de ancianos donde, a través de los medios de comunicación, hemos conocido viles atrocidades. A muchas personas mayores he escuchado, en referencia al maltratador, decir: “pero, ¿qué pensará, que él no va a llegar a viejo? Ya le tocará a él”. Quienes lo decían no hablaban con odio o resentimiento, sino con pena. Por humanidad, por valores cristianos, por sentido común.
No todo es negativo. Mi madre suele decir: “siempre hay personas buenas”. El coronavirus, la pandemia, la enfermedad, los confinamientos, la soledad…, han puesto las cosas en su sitio y han dado a conocer quién se comporta bien y quién no. Hay una mayoría de buenos hijos e hijas, nietos y nietas que han cuidado de sus familiares desde muchos puntos de vista. Son héroes desconocidos para la opinión pública y la opinión publicada. Pero son millones de personas. Desgraciadamente, muchas veces tiende a resaltarse solo lo negativo, por ser sensacionalista y, como sabemos, “el sensacionalismo, vende”.
Además, hay millones de personas que, para hacer el bien, forman parte como voluntarios de entidades, cuyo “objeto social” es hacer el bien. Durante todo 2020, el Estudio Advice de Éxito Empresarial y de Responsabilidad Social Empresarial identificó a Cáritas (Iglesia Católica), Cruz Roja y Fundación La Caixa como las tres entidades que más compromiso demostraron/demuestran con la sociedad. La Caixa, además, es financiadora de las dos primeras, habida cuenta que ni Cáritas ni Cruz Roja -entidades sin ánimo de lucro- son inversores institucionales en Wall Street. Cáritas, a través de los miles de parroquias, presta un grandísimo servicio a la sociedad. Las tres, Cáritas, Cruz Roja y La Caixa, proveyeron de comida a millones de españoles con los “bancos de alimentos”, durante lo peor de la pandemia. Y, también, cientos de miles de voluntarios se pusieron a las órdenes de estas entidades para, de manera organizada, asistir enfermos, acompañar ancianos y aliviar el dolor físico y moral de tantas personas; de los más vulnerables, entre ellos, de manera destacada, nuestros mayores.
Prestar un servicio a los demás mediante el sistema organizado de una entidad tiene ventajas: hay objetivos, tareas, horarios…, por un lado y, por otro, el quiere ayudar, está acompañado de otras personas que desean hacer lo mismo y, de ahí, surge camaradería, solidaridad, amistad.
Fundación La Caixa, que dedica 540 millones de euros/año a programas sociales, mediante su Obra Social, se nutre de miles de voluntarios. Y junto a la financiación y los voluntarios, Fundación La Caixa tiene muchos programas de actuación, entre los más importantes, el dirigido a la atención a las personas mayores. Su programa de “Envejecimiento Activo” parte de la base que las personas mayores son contribuyentes activos y beneficiarios del desarrollo social y, por tanto, no se trata de cubrir sus necesidades sino de reconocer su participación en la sociedad y garantizar la satisfacción de sus inquietudes y su igualdad de derechos.
Los miles de voluntarios, desde la Obra Social «la Caixa», trabajan para acompañar a los mayores en su proceso vital teniendo en cuenta las diferentes dimensiones de la vida: la salud, la actividad física y mental, y los vínculos relacionales y afectivos; las condiciones individuales de cada uno: su grado de educación o su experiencia profesional, entre otros. Teniendo en cuenta todo esto, La Caixa organiza un programa de actividades que permita promover las relaciones sociales, la calidad de vida y la prevención de situaciones no deseadas: reducir la vulnerabilidad y el riesgo de exclusión.
En 1988, en Pamplona, el poeta Luis Rosales (Generación del 27) me contó que, estando una tórrida tarde de agosto en La Alhambra de Granada, con su amigo Federico García-Lorca, éste le dijo que, a veces, “el silencio es el ruido que más se escucha”. “Si a algo tenía miedo Federico era a la soledad”, me dijo Rosales, quien, emocionado, rompió a llorar (Lorca murió fusilado en la Guerra Civil española y él y Rosales pertenecían a bandos distintos). Me impresionó tanto aquello que, frente a la soledad, el programa de Fundación La Caixa, que más me impacta es “Siempre Acompañados” que, de la mano de Cruz Roja y otras entidades, impulsa las relaciones de apoyo y bienestar entre las personas mayores, “hacerlas sentir parte de una sociedad que se compromete con ellos”, leo en la memoria de La Caixa.
El Papa Francisco, recientemente, afirmó: “las personas mayores, a nivel social, no deben ser consideradas como un peso, sino como lo que realmente son, es decir, un recurso y una riqueza: ¡son la memoria de un pueblo!” Y, apelando a los jóvenes, les dijo: “Salid a la calle y buscad a los ancianos que viven solos. ¡La vejez no es una enfermedad, es un privilegio! La soledad puede ser una enfermedad, pero con caridad, cercanía y consuelo espiritual, podemos curarla”, afirmó el Papa con vehemencia.