«Bloomers», bikinis y minifaldas: historia estética de la rebeldía femenina.

«Bloomers», bikinis y minifaldas: historia estética de la rebeldía femenina.

La ilustradora Laura Castelló publica «Vestidas para la revolución: la liberación de la mujer a través de la moda», una antología que repasa cómo ellas, en sus distintas tribus urbanas y subculturas, han convertido la moda en un arma para desafiar las normas y romper estereotipos.

Javier Villuendas

La contracultura siempre ha ido a la moda. Pero a la suya propia, revolviéndose estéticamente contra la norma. Las mujeres, en particular, tienen su propia historia subversiva formal, en contra de la sociedad de la época, de los roles de género o para reafirmar su independencia, aspectos muy interrelacionados que alumbraron diversas prendas de ropa o tribus urbanas que ahora la ilustradora Laura Castelló ha repasado, desde el s.XVIII hasta nuestros días, en su libro «Vestidas para la revolución: la liberación de la mujer a través de la moda» (ed. Lunwerg). ¿Sabían que las primeras mujeres que usaron pantalón fueron ridiculizadas y humilladas por ello?

Los «bloomer» o bombachos fueron los primeros pantalones para mujeres, su nombre viene de la estadounidense Amelia Bloomer, sufragista, editora y defensora del uso femenino de esta ropa para moverse con más facilidad, porque, aunque ahora suene increíble, los tenían prohibidos. Esto ocurrió alrededor de 1850, pero aún en 1972, en Francia, se negó la entrada a la Asamblea Nacional a la socialista Denise Cacheux y la derechista Michèle Alliot-Marriet por llevar esa prenda. «Si es mi pantalón lo que os molesta, me lo quito ahora mismo», comentó entonces la que luego fuera ministra de Justicia con Sarkozy en un «beef» mítico que cambió la ordenanza y sentó precedente en las políticas anticuadas que legitimaban el discurso negacionista de aceptar que ellas pudieran vestirse como ellos. Por añadir un apunte ridículo, en 2010 el uso del pantalón por las mujeres dejó de ser considerado delito en París, tras retirarse una ordenanza municipal vigente desde el 1800 que limitaba el uso de dicha prenda. Con el bikini o la minifalda, el proceso fue similar. Primero el escándalo, luego la normalización.

Sin salir de Francia, pero 60 años antes de la llegada del pantalón «bloomer», un movimiento llamado «Les Incroyables et Merveilleuses» (Los increíbles y las maravillosas) también confrontó desde la apariencia. Solemos asociar lo contestatario históricamente al movimiento obrero sindical, pero, en este caso, se trataba de un grupo de jóvenes aristócratas y burgueses parisinos que estaban desencantados con los jacobinos en la Revolución Francesa y querían volver al Antiguo Régimen. Como las medidas que se iban aprobando no les beneficiaban, empezaron a vestirse de manera estrafalaria para protestar, al estilo de unos Beastie Boys de 1795, por «su derecho a divertirse, a hacer el tonto y a burlarse del pueblo llano y la democracia», cuenta Castelló.

Salvando las distancias con estos Cayetanos franceses, pero en esta línea liberal y colorida, Xacobe Pato Gigirey rememora, en su diario «Seré feliz mañana» (ed. Espasa), la emotiva historia de As Marías, dos mujeres compostelanas, Coralia y Maruxa, muy populares porque todos los días durante décadas realizaron el mismo paseo e iban vestidas y maquilladas de manera extravagante. «Las llamaban locas, solteronas y putas», escribe. Hermanas de militares anarquistas de la CNT, al estallar la Guerra Civil fueron muchas veces a su casa para buscarles y sacar información, pero las mujeres no soltaron prenda a pesar de ser maltratadas, rapadas, desnudadas… Todo esto en la «gris y recatada» Santiago, una ciudad pequeña y cuya sociedad biempensante marginó a la familia, dejando a la madre incluso sin encargos de costura. «Ante esta situación de miseria y aislamiento social, As Marías enloquecieron. Pero su locura fue revolucionaria: una vez que sus hermanos fueron encarcelados, se rebelaron paseando, deslumbrando con sus colores, escandalizando a esa ciudad oscura y llena de silencios. Piropeaban a los hombres y flirteaban con los estudiantes, los colores de sus ropas eran una forma de oponerse y desafiar a un orden establecido que les resultaba agresivo e incómodo», relata Pato Gigirey. Hoy se las homenajea con una escultura en el parque de la Alameda, justo donde terminaban sus paseos.

Un aspecto curioso de esta historia de la insubordinación femenina es observar cómo esta nace desde todos los estratos sociales. ¿Somos proclives a la rebeldía más allá de la clase? «Exacto, que levante la mano quien no haya querido, en algún momento puntual de su vida, rebelarse y hacer justo lo contrario de lo que sus padres le habían enseñado, lo que se considera «correcto» o lo que la sociedad espera de ti. La rebeldía es algo intrínseco de la juventud», responde Castelló, la autora-ilustradora del libro. ¿Cree que se agota con el tiempo o hay un gen disidente? «Al final la rebeldía es una forma de mirar la vida de una manera crítica, cuestionar las cosas y actuar contra lo que no te encaja o consideras correcto. Desde luego hay unas personas más rebeldes que otras pero todos tenemos esa capacidad de reacción durante toda la vida, solo hace falta voluntad y ganas».

Las «flappers»

Arañemos ahora la actualidad con las uñas de Rosalía. El «nail art» se convirtió en marca de la casa de la artista catalana, publicándose noticias sobre quién le hacía la manicura o incluso del día que se las cortó. Conmoción en la galaxia o no por ello, las uñas de la cantante engendraron debates acerca de su significado oculto, sobre si eran un complemento para reivindicar su feminidad o perseguía la satisfacción de la mirada del hombre, si trasladaba una declaración de intenciones de «no voy a trabajar con mis manos nunca más» o era una señal de salvajismo transgresor ante la deriva civilizada y oficinista del mundo. En su videoclip «Aute Cuture», hace un juego de palabras con «Haute Couture» (Alta Costura) para homenajear al barrio y al esfuerzo de llegar a lo más alto de desde abajo. Y sin perder belleza, con uñacas.

Exagerado jugo dialéctico para tan poca fruta (o no), algunos gestos de desobediencia ante la convención muchas veces sí conllevaron un componente liberador y pionero tan oxigenante como controvertido. Así, en «Vestidas para la revolución» se recuerda a varias «pandilleras» como las «flappers», que surgieron en los felices años veinte de pasado siglo, en tierras anglosajonas, y cuyo nombre hacía alusión al carácter alocado de estas mujeres andróginas, promiscuas y que bailaban jazz o charlestón de forma provocativa, «manteniendo, además, relaciones sexuales sin ataduras, lo que era bastante escandaloso para la época». Y bebían alcohol en público, fumaban cigarrillos con largas boquillas e incluso consumían cocaína (dicho esto, lo que más enervaba a sus detractores era su uso excesivo de maquillaje, propio de actrices y prostitutas). Corsé, ligueros, medias, cinturones caídos, escotes, sombreros, muchos collares… esas eran algunas de sus señas de identidad, con la novelista y bailarina Zelda Fitgerald como cabeza de cartel «flapper» en Estados Unidos.

Otra subcultura femenina influyente fueron las «garçonnes», la versión francesa y coétanea de las «flappers» aunque diferente en fondo y forma, «pues estas mujeres se travestían para reivindicar sus derechos e igualdad de género». El resumen de su ideología consistía en que no las asociaran con el «sexo débil», pues «si me ves como un hombre, me tienes que tratar como un hombre». Así, utilizaban esmoquin, trajes con pajarita, monóculos, bastones o perfumes masculinos además del corte estilo «bob cut» (peinado corto). Precursoras de la cultura lesbiana, solían ser cultas e intelectuales, y entre sus máximos exponentes encontramos a Marlene DietrichGreta Garbo Coco Chanel. Aquí en España recibieron la mofa habitual y se les llamó «mujeres chico», y el periódico «El Imparcial» consideró que «borraban los alicientes espirituales del deseo». Y rogaron: «No os cortéis el pelo a lo garçonne ni a lo Manolo».

Históricamente, ¿la mujer ha estado condicionada a «estar vestida para el hombre»? «La mujer siempre ha estado bajo su mirada y por tanto su imagen no iba a ser menos. Nosotras hemos tenido unos cánones muy concretos, desde ser joven y atractiva a no enseñar demasiado. Llevábamos corsés que nos dificultaban la respiración y nos causaban graves problemas de salud, o vestidos que pesaban toneladas. Tuvimos mucho tiempo prohibido por ley la utilización del pantalón, con todo lo que eso conlleva, como no poder hacer deporte o caminar con agilidad, y eso indica que se nos veían más como un elemento decorativo que otra cosa. No hablemos ya de que no se nos consideraba capaces de aguantar actividad física», opina Castelló. Las «garçonnes» dijeron basta. Y, de paso, se burlaron de los hombres al masculinizarse porque «solo se fijaban en los pechos y la falda, no en el interior».

Las pachucas, los stiliagui en Rusia, las swingjugend en Alemania, los zazou, las herero namibias, las rude girls, las modettes, hippiesrockersbeatniks, las sukeban japonesas o las riot grrrls fueron todas tribus urbanas femeninas o movimientos contraculturales con mujeres que a lo largo del siglo XX en todo el mundo «adquirieron la apariencia de una invasión bárbara», en palabras del historiador Theodore Roszak, por desviarse de los valores fundamentales de sus distintas sociedades. De España, aparecen ilustradas las Chicas Topolino y Las Sinsombrero, cuyo gesto en plena dictadura de Primo de Rivera de quitarse el ídem fue visto como una ofensa. Merece la pena recordar a estas mujeres de la generación del 27, pintoras, poetas o pensadoras de tonelaje intelectual que, a diferencia de sus homólogos masculinos, no tantos recuerdan. El nombre del «grupo» viene de un paseo de Maruja MalloMargarita MansoFerderico García Lorca Salvador Dalí en el que se quitaron el sombrero «porque decíamos que parecía que estábamos congestionando las ideas. Atravesando la Puerta del Sol, nos apedrearon y de todo». O como contó la poeta Concha Méndez: «Íbamos bien vestidas, pero sin sombrero. De haber llevado sombrero, hubiese sido en un globo de gas: el globo atadito a la muñeca con el sombrero puesto. En el momento de encontrarnos con alguien conocido, le quitaríamos al globo el sombrero para saludar. El sinsombrerismo despertaba murmullos en la ciudad».

¿Autoafirmación o autocosificación?

Sobre la complacencia de la mirada masculina, son las icónicas pin-ups americanas un ejemplo interesante al ser vistas como «un símbolo de la cosificación de la mujer» pero que también en sus inicios libraron la batalla de la desinhibición y la libertad sexual en un contexto de fuerte conservadurismo. Bettie Page fue una ilustre de este gremio «cuya evolución desde los años 50 hasta nuestros días hace que esta imagen se haya pervertido y cosificado hasta el extremo, convirtiéndolas en estereotipos simples y sexistas fuera de mucha reflexión», expone Castelló. ¿Dónde se dibuja la delgada línea entre autoafirmación y autocosificación? «Es un tema complejísimo y no sé si hay una respuesta correcta pero imagino que la cuestión es si exhibes tu cuerpo por que te apetece (ya sea para ti o para los demás). La cosa está en que tengas libertad, libertad real de hacer lo que quieras con tu imagen sin ser juzgada, sin sentirte cosificada o coaccionada por nadie. Por otro lado, está la hipersexualización de todo. Por descontado la imagen de la mujer pero también la del hombre cada vez más. El sexo es un reclamo publicitario y se ha explotado y devaluado hasta el ridículo. En ese sentido los cuerpos sirven para vender productos (perfumes, música, chocolate, etc.) pero también se convierten en objetos de consumo y deberíamos empezar a poder cambiar esto», considera la dibujante.

Las (pen)últimas tendencias estéticas revolucionarias que aborda esta antología ilustrada son el «Body Positive», definido como «movimiento feminista iniciado en 2017 y que critica a los medios, la moda, los productos de cosmética y a cualquiera que impulse el «Body Shaming» (avergonzarse del cuerpo)» recalcando la presión que reciben las mujeres sobre su cuerpo y apariencia. También llegaron los «Sin género», nueva corriente que pretende, en aras de la inclusión, eliminar lo masculino y lo femenino para librarnos de toda etiqueta «ofreciendo espacio a los que no se identifican con ningún género». Entre las celebridades que podrían adscribirse a esta ideología Castelló apunta a David BowiePrinceBimba BoséDavid Delfín Palomo Spain. Y no podemos dejar de comentar el «Taqwacore», término creado en Estados Unidos que engloba a los seguidores del punk islámico y a los que nadie podrá acusarles jamás de optar por el camino fácil… Los «taqwacores», cuyo nombre viene de la mezcla de Taqwa (miedo o temor a Dios) y core de «hardcore», viven la contradicción entre tradición y modernidad, donde conviven sexo, drogas, punk y religión, practicando el Islam de una manera más libre. En esta resbaladiza pendiente, esta tribu urbana logra cierta cúspide de incomprensión pues «no se sienten libres para expresar su lado musulmán por la creciente islamofobia derivada del 11-S y tampoco pueden ser ellos mismos en las comunidades musulmanas, sobre todo las más ortodoxas, puesto que consideran que la escena punk es blasfema».

Por último, las pasarelas de moda, la ropa de diseñadores exclusivos. A priori, no parecen anti-sistema, y, sin embargo, juegan con ese imaginario, por ejemplo contratando en 2016 a la entonces incipiente estrella del trap español Yung Beef para un desfile de Pigalle y Hood by Hair en la semana de la moda de París (cuando presentó su «Fashion mixtape» en Vodafone Yu dijo: «Me gusta todo eso de la moda y desfilar porque, como soy satánico, me siento en conexión con el Infierno»). De hecho, los cantantes de música urbana hacen alarde de lujo casi sin excepción, como Rosalía, el propio Yung Beef o C Tangana, y, sin embargo, a la vez son vistas como figuras rebeldes y presuntamente contraculturales. ¿Es esto compatible? «No soy una experta en trap pero entiendo que estos chavales que vienen de barrios muy humildes sueñan con llegar a lo más alto, y que marcas con tanto dinero quieran lucrarse de tu imagen pagándote mucho dinero puede ser muy atractivo. Por tanto, por definición, no sería algo contestatario pero, por otro lado, es la manera habitual de proceder del capitalismo. Cuando la contracultura es absorbida por el sistema deja de serlo para ser lo común y así funciona desde tiempos ancestrales, dejando paso a los nuevos movimientos que surgirán y que el capitalismo querrá incorporar para sacar rentabilidad. Es una rueda infinita».

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