El cuidado de los mayores.

El cuidado de los mayores.

La vejez merece otro amanecer… Soluciones para hacer más dulce el final.

J. Gómez Peña

Las personas que vivirán 130 años ya han nacido. Eso anuncia la ciencia. Lo que nadie sabe es cómo será el tramo final de esa larga vida. La pandemia nos ha abierto los ojos. Mientras el virus ponía el foco en los hospitales donde desembocaban los enfermos, el daño más profundo estaba río arriba, en las residencias de ancianos y en la soledad de muchos hogares. Hay un dato desgarrador: más del 70% de los fallecimientos se ha registrado en estos centros para mayores, que dependen de los servicios sociales y que, como el virus ha puesto sobre la mesa, tan desconectados están de la sanidad pública. La ciencia nos permitirá alargar la vejez y hacerla más saludable. Ahora es la política la que tiene que proteger a un grupo de población cada vez más numeroso y tan vulnerable a las enfermedades que, visto lo sucedido, está olvidado en los geriátricos o invisible en sus casas.

Virus, en latín, significa veneno. Además de matar, puede convertir las palabras en números, a las personas en estadísticas. Más de la mitad de los fallecidos en España por la pandemia de coronavirus estaba en residencias de ancianos. Durante estos meses de confinamiento, las televisiones han captado imágenes de residentes tras el cristal. Miradas perdidas que no miraban nada. Les dolía el virus y, sobre todo, la soledad. Se fueron sin la última caricia de sus hijos, como otra cifra en una larga lista de números. No. En una emotiva carta, un ciudadano más, José Antonio Toribio, se resistió a ese olvido: «Mi madre tenía nombre, Leo». Y en las páginas de EL CORREO, los hijos de Felisa, nacida hace 93 años en el Valle de Losa y viuda a los cuatro años de casarse, contaron su historia: «Mi primer recuerdo de ella es el dedo que me agarraba para dormir». El virus la aisló. «Su muerte ha llegado cuando sus hijos no han podido acompañarla en su enfermedad, ni en su fallecimiento, ni en su entierro. Nadie se merece esto». Todos los fallecidos, como Leo y Elisa, tenían nombre.

La pandemia asusta con una pregunta: ¿cómo será nuestra vejez? ¿Destinada a acabar en una mecedora sin más horizonte que la ventana de una residencia? José Augusto García Navarro se declara «optimista», y es presidente de la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología. «Tenemos nueve millones de habitantes mayores de 65 años. De estos, la gran mayoría están activos física, mental y socialmente. Y cada vez más tiempo. Mantenemos una buena actividad social y física, y la dieta mediterránea es la mejor para la longevidad. Dicen que en 2030 seremos ya el país más longevo del mundo».

«De media, un usuario de residencia tiene siete enfermedades crónicas y toma once medicamentos al día. son muy vulnerables. la solución pasa por unir el servicio social con el sanitario».

España dispone de unas 370.000 plazas en residencias de ancianos. A finales de mayo habían fallecido por el Covid-19 más de 19.000 usuarios, el 71% de la víctimas en todo el país. Escalofría el porcentaje. «La media de enfermedades crónicas de una persona de residencia es de siete. Con once fármacos diferentes al día. Eso es una barbaridad. Hay una carga enorme de enfermedades y medicinas en estos centros. Los residentes son gente muy vulnerable», avisa el geriatra. El futuro está, a su juicio, en la colaboración entre los servicios sociales y sanitarios, que en esta crisis han sido compartimentos estancos; en el aumento del número de hospitales intermedios con capacidad para atender a este sector creciente de la población; en el incremento del servicio de geriatría, que falta, por ejemplo, en las sanidades de Andalucía y Euskadi; en el desarrollo de los pisos tutelados; y en dotar de más medios médicos a las residencias. «Es nuestra obligación hacerlo. Por nuestros mayores ahora y por nosotros cuando lleguemos».

Rafael Bengoa asiente al escuchar esta afirmación. El antiguo consejero de Sanidad del Gobierno vasco ha sacado su propia radiografía de la situación vivida. El Covid-19, en su opinión, ha hecho visible algo que se había ignorado: una epidemia de soledad que no se veía y que ha tomado forma en residencias y servicios sociales. Con unos profesionales «infrapagados», a los que se les pide realizar una actividad muy complicada. Ese modelo social está «desconectado» de los servicios sanitarios. Y para buscar la causa toma el ejemplo vasco, que tan bien conoce. «Garaikoetxea (lehendakari de 1980 a 1985) quiso centralizar todo en el Gobierno vasco, pero las diputaciones se quedaron con los servicios sociales, de los que dependen tantos enfermos crónicos». Hace diez años, Bengoa trató, sin lograrlo, de unir el área social con la sanidad. Así, asegura, todos los residentes habrían estado conectados digitalmente con los servicios de salud. «Sabríamos si un señor se está descompensando en su diabetes. Con esa información, hubiéramos podido mandar enfermería y médicos a las residencias». Por ahí está la puerta para el futuro: «Hay que corregir eso ahora»

El modelo sanitario actual se centra en el tratamiento de ‘agudos’. «Si tienes un infarto o una apendicitis, te atienden muy bien». Pero es «pasivo» con las enfermedades crónicas. Espera a que empeores. El 90% de la mortalidad en España es por enfermedades crónicas. La revolución tecnológica pueder ser un aliado. «Los que ahora tienen 50 años con enfermedades crónicas pueden durar 40 años más. ¿Esperamos a que se pongan peor o actuamos antes? Eso es lo que estamos haciendo en Irlanda, en Escocia… Hay que dar ese paso aquí», reclama.

De Escocia es el escritor Carl Honoré, autor del libro ‘Elogio de la experiencia’, que se fija mucho en las palabras. ‘Viejo’ es, como ‘virus’, un término tóxico. Se nota en expresiones como ‘olvidos típicos de la edad’, ‘está muy bien para los años que tiene’ o ‘crema anti envejecimiento’. O ese dardo que dice: ‘Todavía está para trabajar’. Todavía. Mark Zuckerberg, creador de Facebook, defiende abiertamente que «los jóvenes son más inteligentes». Crece la corriente del ‘edadismo’, una especie de racismo contra los mayores. Muchas empresas procuran que sus ofertas laborales no lleguen a ese sector. Es curioso el ‘edadismo’, como recalca Honoré: «Un racista blanco nunca será negro, pero un ‘edadista’ joven sí será mayor». Hay fecha de caducidad para todos.

La crisis del Covid-19 obliga a replantear el modelo de atención a las personas mayores. En algunas comunidades autónomas se cerró el traslado de los residentes a los hospitales. «Como si les estuviéramos negando el derecho a la atención sanitaria universal. Se interpretó que iban a estar mejor en las residencias que en hospitales centrados en el coronavirus. Pero no tienen servicios médicos suficientes para este tipo de atención», constata García Navarro. Reparte culpas: «Ha sido un cúmulo de decisiones tardías. Nos dimos cuenta tarde de que el coronavirus llegaba a las residencias. Como consecuencia, llegaron tarde los EPIs y los test de diagnóstico, y vimos tarde que las residencias no tenían capacidad para atender a estos enfermos. Para cuando abrimos los ojos, el coronavirus estaba ya infectando a muchos usuarios, que han fallecido». Sin la mano de consuelo de su familia. Sal sobre ese dolor, que dolerá siempre.

La reconversión de los geriátricos está sobre la mesa. «Los modelos del sur de Europa son muy residenciales, con edificios de muchas plazas que parece que pueden funcionar mejor que las pequeñas residencias. Pero eso no está tan claro», duda el presidente de los geriatras. En España, el porcentaje de centros de menos de 25 plazas se sitúa en el 21%. Son chalets o casas de campo. «No se pueden sectorizar. Si entra el patógeno no tienes espacio para separar a los enfermos del resto. Lo único que puedes hacer es aislarlos en sus habitaciones». Pero tampoco las residencias con más de 200 plazas, las que sí pueden distanciar a los contagiados, han corrido mejor suerte. «No tenemos una regla de oro».

«El ‘edadismo’ contra los mayores es una forma de discriminación distinta. un racista blanco nunca será negro, ni un machista se convertirá en mujer, pero todos envejeceremos».

Entonces se mira a otros países. A Suecia. Las residencias son pequeños núcleos de convivencia, de entre ocho y veinte personas, que tienen habitaciones individuales, amplias, de unos 30 metros cuadrados (en España, 22 para dos personas). Y espacios comunes (comedor, gimnasio) de 70 o 80 metros. ¿Ha permitido eso el control del virus? «No. En Suecia, más de un tercio de los fallecidos son de residencias. Probablemente, no sea culpa del diseño arquitectónico, sino porque también han llegado tarde los equipos de protección y las pruebas». El mismo patrón mortal que en España.

No es sencillo abordar una epidemia en un centro de mayores, donde el contacto físico con los cuidadores es intenso. «El 50% de los usuarios tienen demencia, algunos con trastornos de comportamiento muy severos. Necesitan ayuda para levantarse, vestirse, comer, desplazarse… Si el residente contagia al trabajador, este se lleva el virus a su casa». Por eso, hay que establecer ya el mapa de las residencias en España. Son de tres tipos. Uno: las que se pueden sectorizar con facilidad y disponen de servicio médico y de enfermería las 24 horas del día. Dos: las que pueden aislar a una persona en una habitación y disponen de atención médica unas horas. Y tres: las que no se pueden sectorizar y no tienen ni médico ni enfermeros. «Si tienes estos datos, puedes trasladar al enfermo a una residencia de ‘tipo 1’ o a un hospital. En las otras solo puede haber residentes que hayan dado negativo». Es un plan de guerra contra epidemias.

«Creo que esto se va a hacer. Alguna de las residencias de ‘tipo 1’ se convertirán en centros sociosanitarios más medicalizados, con capacidad para dar respuesta a estos enfermos. Tenemos que garantizarles que la instalación sea su casa, que tengan visitas, pero a la vez hay que facilitarles la atención médica eficaz. No se trata de transformar las residencias en hospitales. Yo no quiero morirme en un hospital, pero sí quiero una buena atención médica, rápida y eficaz», defiende, junto a la potenciación de los servicios domiciliarios, que dependen de las instituciones públicas. «Ahora se basan en personas que van a tu casa, te ayudan con la limpieza, a ducharte, a hacer la comida… Pero con una media de 2,5 horas semanales. Qué pasa cuando necesitas más atención, pues que acabas yendo a una residencia». García Navarro cree también en los pisos tutelados. «Hay alguien que vigila las 24 horas del día. Te ayudan a hacer la limpieza, la compra. Con control de médicos y enfermeros. El usuario tiene un vida muy independiente. Este servicio se ha puesto muy poco en práctica en España. Se ha ido directamente a las grandes residencias», lamenta.

«En la evolución humana, contar con abuelos y abuelas supuso el tremendo beneficio de poder apoyarnos en quien dedicaba tiempo a reducir la mortalidad infantil».

En ese nuevo andamiaje de atención a los mayores, García Navarro pone el foco en los hospitales «de atención intermedia». Son centros que están entre las residencias de mayores y los hospitales de agudos, los tradicionales. «Cuando un mayor necesita una rehabilitación después de una fractura de cadera, o tras un ictus, es mejor que vaya a estos centros de apoyo. Tienen médicos las 24 horas, farmacia, radiología… No hay UCI, ni unidad de coronarias, pero sí pueden tratar el 80 o el 90% de las patologías de los mayores. Estos hospitales son una de las grandes medidas a adoptar aquí». Hay algunos, pero pocos. «Permiten que un enfermo esté veinte días en rehabilitación o tratándose de una neumonía. En un hopital tradicional, la estancia media es de cinco días. En ese tiempo no se recupera una persona mayor. Y tampoco puedes enviarlo a una residencia donde no hay un terapeuta sufiencientes horas al día».

Comparte visión con Rafael Bengoa, que dirigió Osakidetza entre 2009 y 2012 en el Ejecutivo del socialista Patxi López. Se tomó la decisión de que el hospital de Santiago, en Vitoria, fuera uno de esos centros para enfermos crónicos. Pero luego, y apunta al PNV, no se ejecutó la medida, «y por eso no tenemos ningún centro de ese tipo en Euskadi».

Para redefinir el futuro hace falta dinero. Tras la pandemia, viene la crisis ecónomica. La esperanza de vida en los países más desarrollados supera los 80 años. La demografía juega a favor de los mayores, que cada vez forman un grupo más numeroso. Dice el científico Juan Carlos Izpisúa que las personas que vivirán más de 130 años ya han nacido, que nos olvidaremos de cumplir años y nos centraremos en cumplir sueños. Suena bien.

¿Lo podremos costear? El sistema actual de residencias está organizado en muchos casos como un negocio que nutre a fondos de inversión y grandes constructoras. De nuevo, los nombres convertidos en cifras. «Eso va a seguir así algún tiempo. No es fácil cambiarlo. La financiación de la mayoría de las residencias es pública, mientras que la gestión de servicios corre a cargo de empresas privadas. Se da en toda Europa. Si quieres recuperar la propiedad de los edificios, que son privados, para introducirlos en el sistema público, pues tienes un problema añadido a la crisis. Lo más lógico sería hacer un control de calidad estricto», propone García Navarro. La vejez de hoy y la de mañana lo merecen.

Como recuerda la antropóloga María Martinón-Torres, nuestra especie ha alcanzado una longevidad sin precedentes en el mundo animal debido a una paradoja. «Lo ha conseguido a expensas de aumentar los periodos en los que no somos fértiles». La infancia y la vejez. Y eso ha sido «crucial en el éxito reproductivo». «Contar con los abuelos y abuelas -explica- supuso el tremendo beneficio de poder apoyarnos en quien dedicaba tiempo efectivo a reducir la mortalidad infanto-juvenil». De ahí que se haga esta pregunta: «¿Quién depende de quién?». Los mayores son, como define, la memoria viva de una especie que no necesita empezar y aprender de nuevo, cada vez, porque encuentra en sus padres «el tesoro de la experiencia».

Los abuelos criaron a los hijos y luego les ayudaron con los nietos. «Evolutivamente, la dependencia de los otros no ha sido una falla de nuestra especie, sino una baza bien jugada por la naturaleza». La pandemia ha masacrado a los mayores, condenados tantas veces a un final triste y solitario. Martinón-Torres le hace un guiño a la gran novela de Gabriel García Márquez y dice que la historia del ‘Homo sapiens’ puede y debe titularse ‘Cien años sin soledad’.

https://www.elcorreo.com/especial/un-mundo-distinto/cuidado-mayores-20200605182059-nt.html