29 Jun Educación especial: Cuando se teme más el cierre del colegio que a la pandemia.
María tiene parálisis cerebral y gracias que estudió en la escuela de la Fundación Bobath puede comunicarse. Los padres advierten a Celaá de que sus hijos requieren especialistas que no tienen los colegios ordinario.
Elena Genillo
Cuando nació su tercera hija, Covadonga Albert y Alfonso Elosegui se mudaron a Mirasierra. No tenía tanto que ver el hecho de que la casa no contara con el espacio que requería María, sino la cercanía a la Fundación Bobath. La pequeña de la familia nació con parálisis cerebral y cuando sus padres visitaron este centro especializado en daño cerebral, supieron que sería el definitivo. Por fin se terminaría el continuo trasiego por diferentes especialistas. Allí los tendría a todos reunidos: fisioterapeutas, logopedas, psicólogos…
A los dos años , María comenzó en la escuela de educación especial de la fundación Bobath y ahora, con 22, ha pasado a su centro de día. En Bobath ha aprendido a leer y a escribir, gracias a lo que, a día de hoy, puede comunicarse. Lo hace a través de Tobi, un «software» diseñado para detectar el movimiento de las pupilas. Con un parpadeo se puede seleccionar el pictograma o la palabra requerida. En el caso de María, funciona distinto, porque ella puede controlar los movimientos de un «joystick». Así que el mismo que utiliza para dirigir su silla de ruedas eléctrica le sirve para seleccionar letra a letra en el teclado de la tablet. En los días de confinamiento aprovechó para escribir la memoria del curso, que tuvo un final apresurado.
El coronavirus obligó a cerrar todos los colegios, independientemente de su tipología. Pero las consecuencias no han sido iguales para todos los alumnos. «No venir a la escuela ha sido muy lesivo para ellos», advierte Luisa Fúnez, presidenta de la Fundación Bobath, que tiene escolarizados a 92 niños con parálisis cerebral y atiende a 42 jóvenes en el centro de día. «Si no se mueven, si no se relacionan, se deterioran globalmente, la mente, la comunicación, las relaciones humanas, los cuerpos… vuelven aquí como palos», apostilla.
En Fase 2 se permitió la apertura del centro, aunque solo para tratamientos de rehabilitación. La familia del pequeño Alejandro Duarte , aunque sabe que su hijo forma parte de los grupos de alto riesgo con el coronavirus, no lo dudó ni un instante y ya ha retomado sus sesiones con el fisioterapeuta José Torija. Pero no todas las familias se han atrevido a acudir. «Algunos nos han dicho que hasta septiembre no vuelven porque tienen miedo. Pero eso es muy malo para los chavales», avisa Fúñez. Cuando se decretó el Estado de Alarma, el equipo multidisciplinar de la fundación (fisios, profesores, psicólogos, logopedas, terapeutas ocupacionales…) diseñó un programa a toda prisa dirigido a los padres con el objetivo de que no se produjera una involución en estos niños.
«Es un trabajo muy difícil y muy duro», advierte la directora, y , aunque «las familias están muy preparadas porque se les cita mucho en el centro para que vean lo que hacemos y cómo lo hacemos, no cuentan con las mismas estrategias». Las consecuencias más visibles del confinamiento en sus alumnos han sido las físicas, «sobre todo para los mayores, los padres no pueden mover con soltura a un chaval de 14 años y 50 kilos de peso», así que ha habido que lamentar escaras, heridas e, incluso, alguna rotura.
Cerrar en un plazo de 10 años
Luisa espera que la situación cambie para septiembre y que el curso escolar pueda reactivarse con normalidad. Aunque su miedo no es tanto el coronavirus si no el futuro de su escuela. La Ministra de Educación, Isabel Celáa, quiere aprobar un nuevo proyecto de ley para integrar en el plazo de 10 años a todos los alumnos de educación especial en colegios ordinarios. «con los recursos necesarios para poder atenderlos en las mejores condiciones», según establece la disposición adicional cuarta de la Ley Orgánica para la reforma de la LOE, lo que implicaría la desaparición de los 447 escuelas de educación especial.
«Considero muy importante la integración, claro que sí. Cuando nosotros vemos que un niños progresa y alcanza cierto nivel, proponemos su traslado a una escuela ordinaria, ¿pero sabes cuántas veces nos ha pasado eso en los casi 40 años que llevamos abiertos? Un total de ocho, aquí sacar a un niño leyendo es una fiesta», responde Luisa Fúñez . «La ministra tiene que aceptar que deben existir escuelas como la nuestra, nuestros alumnos están muy graves, necesitan todo tipo de especialistas, no son chicos de escuela», apostilla.
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