29 Jun Mensaje a adolescentes: la nueva normalidad no equivale a desfase.
Los expertos prevén un incremento de consumo de alcohol en jóvenes tras el confinamiento, propiciada por el contexto de relajación colectiva en el que nos encontramos.
Cristina Bisbal Delgado
Con toda España en la nueva normalidad, salvo algunas regiones que por el resurgir de brotes han debido retroceder a fases anteriores, las salidas a la calle de la mayoría de la población se han generalizado. También las de los adolescentes que, tras tres meses de encierro se han reencontrado con sus amigos. Aunque no tienen muchas opciones de ocio —tampoco en la era poscovid— más allá de centros comerciales, paseos y algún rato de deporte en pistas municipales, disfrutan con el simple hecho de estar en compañía de sus iguales. Pero precisamente esa falta de opciones a menudo les obliga a buscar alternativas. Sin duda, el botellón es una de ellas. Y, por desgracia, una de las más frecuentes. Más aún en este momento en el que sienten una enorme libertad tras haberse encontrado atrapados durante el confinamiento.
Así lo ve la Asociación DUAL (entidad sin ánimo de lucro dedicada al colectivo de personas afectadas por patologías duales como el trastorno mental y la adicción a sustancias), que lanzó hace unos días la campaña, Entre fase y fase, No desfases, financiada por la Delegación del Gobierno para el Plan Nacional sobre Drogas del Ministerio de Sanidad, Consumo y Bienestar Social. En ella se intenta prevenir el riesgo de que los adolescentes se excedan o inicien en el consumo de alcohol coincidiendo con las fases de desescalada. Raúl Izquierdo, psicólogo y director técnico de Asociación DUAL cree que podría producirse una especie de “reacción compensatoria en un contexto de relajación colectiva por la angustia sostenida durante los últimos meses”. En efecto, Izquierdo lo entiende como un fenómeno global: “El desfase está siendo generalizado: la gente salió en tromba a la calle, ocupaba las playas en la Fase 1, cuando aún no se podían utilizar, o desbordaban las terrazas de los bares”. Como siempre, hablamos de dar ejemplo y de moverse por imitación. “La conducta y las actitudes de los adolescentes coinciden con la del resto de la población: esa inercia pendular consistente en la necesidad de experimentar un fenómeno de liberación después una etapa de represión”, comenta Izquierdo.
A esto se añade el hecho de que no habrá fiestas en los pueblos ni en los distritos: “Así que hay que recuperar el tiempo perdido y el que nos quieren hacer perder. Y en este caldo de cultivo, un menor de 13 o 14 años es tremendamente permeable a la propuesta de sus amigos”. Recordemos que son sus grandes referentes en esa etapa de su vida. Y que, según la encuesta ESTUDES esa es precisamente la edad de estreno en el consumo de alcohol. Izquierdo: “Los adolescentes se encuentran en un momento de cambio y enorme inestabilidad, lo que hace que se muestren altamente sugestionables y que sustituyan la idealización de sus padres por la de sus amigos, que pasan a convertirse en una influencia, a menudo, determinante”.
Todas esas circunstancias se suman al hecho de que durante la pandemia, probablemente, ha sido el sector de población en el que menos se ha pensado. “En una situación de urgencia sostenida que ha obligado a las autoridades a responder sin demasiado tiempo para planificar, se han dirigido a grupos clásicos de edad: ancianos, niños y adultos. Y ahí se han quedado, sin querer, en tierra de nadie”. Ellos que precisamente no se sienten ni niños ni adultos. Es lo que Izquierdo llama, a modo de broma, “un lapsus freudiano colectivo”.
Esta asociación entiende los adolescentes debían haberse beneficiado de las primeras salidas de los menores hasta trece años para, posteriormente, “asimilarles a los horarios de la franja de los adultos. Eso hubiera sido un acierto por cuanto implica en reconocimiento de su ambigua condición evolutiva. Pero es que para hacer eso hay que pensar mucho en los adolescentes”. Parece evidente que la situación no ha sido propicia para tenerles en cuenta, lo que ha tenido como consecuencia que hayan sufrido más ansiedad que los ciudadanos de otras edades.
“A menudo, decimos con humor que los adolescentes sufren el síndrome de no me aguanto ni yo. Si lo matizamos un poco significa que metabolizan peor las emociones negativas, sufren cambios bruscos en su estado de ánimo, a menudo se muestran suspicaces, y de pronto se ven inmersos en conflictos con otros”, afirma el psicólogo de Dual. Es cierto que en la mayoría de las ocasiones esos conflictos les llevan a enfrentarse a sus padres, pero también consigo mismos sin tener claros los motivos. Pues bien, toda esa material inflamable hay que meterlo en un confinamiento restrictivo y sin poder quemar mediante el deporte. La bomba a punto de explotar está asegurada.
Tratar de evitar que se sientan atraídos por los populares botellones no es tarea fácil para los padres, pero Izquierdo sugiere dos medidas fundamentales. Por un lado, ofrecerles una alternativa mejor: “La más potente es el deporte, por cuanto resulta incompatible con el uso del alcohol y otras drogas. Pero por ahora tampoco se puede hacer deporte en equipo…” Por otro lado, “hablar, hablar y hablar. Comunicarnos con honestidad y lealtad, de forma auténtica. Incorporando a nuestro hijo al debate y la reflexión, apelando a la mutua colaboración necesaria para afrontar dificultades en general y una en concreto: en este momento la amenaza colectiva de mayor magnitud nunca vivida antes por nosotros”.
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