04 May El COVID-19 complica la vida a la mujer rural.
La irrupción del coronavirus ha multiplicado la labor diaria de las mujeres en los pueblos al ser el 90% de ellas agricultoras o ganaderas, pero también madres o responsables del cuidado de sus mayores quienes con el estado de alerta permanecen en el hogar.
M.M
La mujer rural pide ayuda y sobre todo una mayor atención institucional hacia el mundo agrario, tras ver cómo con el coronavirus su ya difícil situación habitual en la España rural se ha complicado aún más.
«Puesto que a la labor agroganadera que ya realizamos gran parte de nosotras se suma el cuidado de los hijos o de las muchas personas mayores que siguen viviendo en los pueblos y que a menudo están a nuestro cargo», explica desde Aura Fademur Burgos, su presidenta Julia Quintana.
Miembros de la familia que habitualmente se encuentran en los colegios o institutos -en el caso de los primeros-, y en el de los segundos en residencias o en sus propios domicilios en caso de hallarse en buen estado de salud, a los que el actual estado de alerta -decretado por el Gobierno estatal desde el 14 de marzo- mantiene en casa. «Y son de nuevo las mujeres las que se ocupan de su cuidado en la mayoría de los casos», recuerda Quintana.
Quintana habla así desde la cercanía de una situación familiar que le ha llevado desde que en febrero el coronavirus comenzara a entrar en nuestro país, a prestar mayor atención a sus padres Fidel y Julia, de 95 y 93 años de edad respectivamente, dos de los miles de octogenarios que viven en la provincia burgalesa.
«En concreto en Cilleruelo de Abajo, donde esta semana celebraron su 70 aniversario de boda en el que a pesar de todo, no les faltaron las llamadas y los vídeos de felicitación de sus biznietos, con la promesa de una celebración por todo lo alto cuando nos dejen salir a todos».
Momento de total incertidumbre coincidente para el mundo rural, con una de las etapas más importantes de su labor como es el comienzo de los preparativos de cara a una cercana primavera en pleno desarrollo productivo. Inevitables labores a las que obliga la actividad agraria y ganadera de la que vive el 95% de los más de 100.000 habitantes con que cuenta sólo el mundo rural burgalés, «en el que además el 90% de las mujeres debemos compaginarla con el cuidado del hogar y la familia», cifra, «a la par que comenzábamos a vigilar a nuestros mayores tras ver que en Italia y China había quedado demostrado que eran el sector poblacional más afectado por esta nueva enfermedad»
Y es que las complicaciones son muchas al hablar de la mujer rural, tal y como mostraron recientes encuestas realizadas a más de un millar de mujeres rurales de Castilla y León, cuyos resultados reflejan que la mitad de ellas supera los 55 años de edad a la vez que el 50% de las que trabajan en el campo son madres y se ocupan de sus hogares, en los que conviven en el 84% de los casos entre 2 y 4 miembros, de los que alguno es una persona mayor.
De ahí que Quintana abogue por una mayor atención institucional, al reunirse en la figura de la mujer rural el perfil de persona dedicada a una actividad básica y primordial como es la agraria, a menudo empresaria responsable de explotaciones e incluso pymes, madre de familia y cuidadora de personas mayores, argumenta. A lo que se suma en este momento el de cuidadora de uno de los colectivos más vulnerables ante el peligro del coronavirus, las personas mayores, que las convierte a su vez en personas en riesgo al no contar con equipos de protección ante este virus.
Explica cómo de nuevo, «tenemos que buscarnos la vida si queremos seguir adelante», lo que en su caso se ha traducido en la elaboración de mascarillas tras haber realizado un curso semanas atrás ofrecido por Cruz Roja de Lerma, donde les enseñaron a realizarlas.
«Lo que me ha llevado a hacer en casa unas cuantas con las que he surtido a mi familia y cercanos, y que yo uso cuando tengo que ir al campo, porque yo sigo realizando estas labores ya que el ciclo primaveral continúa, y con o sin coronavirus hay que vigilar y preparar los campos».
Tareas no tan exhaustivas como hubieran querido por falta de tiempo y también en otros casos por falta de personal, «pues si bien algunas podemos trabajar solas, otras cuentan con trabajadores que ahora no pueden ayudarles por estar prohibido ir en grupo a trabajar».
De ahí que pida más apoyo a la hora de dar facilitar que el ciudadano pueda encontrar los productos que elaboran en las grandes superficies al igual que en los comercios de cercanía. Y sobre todo más medios de prevención para quienes como ella realizan la doble labor de continuar con el trabajo agrario -de cuyo fruto se abastece toda la sociedad-, como de cuidado de personas mayores, ya que asumimos un doble riesgo de contagio, lamenta.
Y algo más de permisividad por parte del Gobierno Central ante la complicada situación de los habitantes del mundo rural, donde a la más que evidente falta de servicios y medios -de los que sí se dispone en ciudades o los pueblos grandes-, se suma ahora un confinamiento obligatorio en pueblos donde ya antes de la pandemia apenas había gente.
«Lo que haría relativamente fácil poder salir al huerto particular o a la puerta de casa sin cruzarse con nadie», explica.
Encierro especialmente duro para quienes como Fidel y Julia no lo entienden para espacios abiertos y casi deshabitados como son estos pueblos, tan diferentes en tantas cosas a la ciudad, lo que a su vez los hace únicos.