Amistad y cooperación para una vejez autogestionada

Amistad y cooperación para una vejez autogestionada

Aurora vive en la primera residencia de mayores en régimen de cooperativa de España. La palabra ‘cohousing’ no existía en los años 70, cuando convenció a un grupo de amigos para crear un lugar en el que convivir al llegar a la tercera edad.

CLARA PAOLINI

A veces los castillos que construimos en el aire consiguen echar raíces en la tierra y la aparente normalidad esconde en su reverso historias extraordinarias. Pinturas con paisajes malagueños decoran la pared, un par de trofeos de mus relucen impolutos al sol y frente a las butacas en las que nos sentamos reposa un aparador que encaja a la perfección con la fisionomía del cuarto. Nos encontramos en un saloncito del Residencial Santa Clara con Aurora Moreno (Málaga, 1934), la artífice del primer cohousing senior de España. No es una residencia de ancianos, ni un geriátrico, ni mucho menos un asilo. Es su casa, pero también la de otras 104 personas mayores. Es, también, un “residencial de mayores en régimen de cooperativa o cohousing senior, como lo queráis llamar”.

“Mira, descuélgalo. Creo que por detrás está dedicado”, dice Aurora señalando uno de los cuadros. En el reverso aparece un nombre que no es el suyo, sino el de una amiga, copropietaria y residente. El aparador, sin embargo, estaba en el salón de su antigua casa, que vendió antes de mudarse aquí. En los espacios comunes, cada mueble y objeto pertenece a una persona diferente. Antes, ocupaban viviendas privadas que desde aquí, ahora parecen absurdas, obsoletas: ¿por qué íbamos a preferir vivir en la soledad de una casa propia pudiendo compartir otra mucho mejor en compañía de nuestros amigos?

Con sus “84 años cumpliditos”, Aurora conduce, lee las noticias desde su móvil, comparte charlas por Skype con aquellos que la consultan interesados en seguir sus pasos y dentro de poco hará un viaje de turismo a Noruega. Como no le gusta cocinar, se lleva un poco de tocino y la morcilla de la pringá del cocido malagueño que hoy sirven para comer. Lo tomará mañana para desayunar en su propio apartamento. Los fanáticos de los neologismos dirán que es una viejennial, pero ella se describe a sí misma como “una pobre maestra que ha tenido una ilusión a la que le ha puesto todo su empeño”. Esa ilusión fue y continúa siendo Santa Clara.

Cuando empezó a idear el espacio en el que nos encontramos, allá por los años setenta, nadie había oído hablar de la palabra cohousing y no tenía demasiado claro qué era una cooperativa a pesar del magnetismo que provocaba en ella la palabra: “Yo decía: cooperar, ayudar, trabajar con los demás. Esto es lo que me daba fuerza para influir en el pequeño grupo de amigos con el que iniciamos la idea”. En su cabeza, el plan aparecía con nitidez: “Compramos una finca, hacemos una cooperativa y nos vamos preparando para, en nuestra vejez, vivir unidos. Juntos, pero separados. O sea, hacer apartamentos que no sean habitaciones, sino que sean la prolongación de tu propia casa”.

“¿Era yo una emprendedora?”, se pregunta Aurora. “Puede que sí, pero no solo yo, sino los que me ayudaron”. Sus compañeros señalan que ella fue “la locomotora” que dio el primer impulso para poner en marcha la maquinaria, pero “un tren sin vagones, no es tren”, señala la anfitriona. Recuerda la confianza y el apoyo mutuo de aquel grupo de amigos sin el cual, nada de lo que ahora pisamos existiría. Entre ellas se encuentran Ani, a quien conoce desde la niñez e invita a su apartamento cada tarde para ver Pasapalabra, o Paquita, a la que el alzhéimer no ha conseguido robar la sonrisa ni el brillo de sus ojos azules.

El germen de un contagioso sueño

Aurora, Ani y Paquita forman parte de aquel grupo de cuatro matrimonios y cinco mujeres solteras que al llegar a la treintena pusieron en marcha un proyecto visionario. “Nos reuníamos a tomar unas copitas y veníamos por este entorno, que lo llaman los Montes de Málaga”, recuerda Aurora. Siendo niños, correteaban por el mismo paisaje que ahora ocupa el residencial y muchos alegraban con música los asilos de una España en blanco y negro. Querían un futuro diferente del de aquellos mayores que conocieron en la infancia: “Había algo que les faltaba que era el cariño, la amistad”. Lograr el sueño de construir una alternativa común parecía improbable y por eso, en 1991 bautizaron la cooperativa con el nombre de los ingredientes que parecían necesarios para el éxito de la receta: “Los Milagros”.

Como quien se hace un traje a medida, diseñaron para ellos un edificio entero. En el interior no hay habitaciones, sino apartamentos que cada cual decora y utiliza a su gusto, viviendo como le dé la real gana: “La diferencia es que tú estás en tu casa. En una residencia al uso no. Tú aquí tienes plena libertad para realizar lo que quieras dentro de una norma que se ha establecido de manera común, por medio de asamblea”. Para ser copropietario hay que superar los 50 años, tener autonomía y pagar unos 68.000 euros. Alrededor de 9.000 son a fondo perdido, pero con ellos se garantizan un fondo sanitario y los servicios que promueven lo más importante: calidad de vida. Es, como señala su creadora, una especie de “plan de pensiones” en cuya órbita se encuentran la amistad, la cooperación y el derecho a la vivienda.

El de Aurora es el apartamento 502, el más cercano a la recepción y no por casualidad, ya que quien fue la directora de la cooperativa durante 25 años sigue ejerciendo con mano de hierro el control de las acciones que se toman de forma asamblearia a través del Consejo Rector. Antes de presidir Santa Clara fue monja y profesora, y aunque se jubiló de su cargo en el residencial, su personalidad no entiende de retiros. Sigue insistiendo en nuevas propuestas con el objetivo de proteger el espíritu con el que nació el proyecto: ser una alternativa de vivienda para las personas mayores de clase media.

No son pocas las personas que encuentran dificultades para encontrar un lugar adecuado en el que pasar su jubilación: a casi nadie le gusta vivir entre desconocidos y muchas veces no pueden o no quieren vivir con sus familias. Aurora apunta hacia cierta “discordancia generacional” y uno siempre se siente más a gusto arropado por amigos con los que compartir intereses y visión de futuro. Los mayores “lo que quieren es estar en su propia casa, pero cuidados” y aquí, “estamos plenamente integrados y completamente satisfechos de donde vivimos”.

¿Cómo queremos vivir?

En 2050 las personas mayores de 65 años representarán más del 30% del total de la población de España. ¿No será hora de empezar a pensar en cómo queremos vivir la última etapa de nuestra vida? El ejemplo de Aurora demuestra que es posible instaurar modelos de convivencia alternativos y existen buenas razones para apostar por residencias en régimen de cooperativa: estas representan un modelo que beneficia a los propios mayores, quienes van a vivir mucho mejor acompañados; son beneficiosas para la sociedad porque crean empleo y, por último, son una herramienta para empoderar a los mayores, dueños de su futuro.

Según el premio Nobel Amartya Sen, el concepto de desarrollo tiene que ver fundamentalmente con ser dueño de tu propio destino. Aurora lo sabe, y tanto es así que la frase “autogestiona tu futuro” lleva su nombre en el registro de propiedad intelectual, aunque aclara sonriente que por supuesto no hay que pedirle permiso para utilizarla. Más bien al contrario, su meta es hacer contagiosa su filosofía: “Pensad en futuro, en lo que yo puedo hacer, en lo que yo puedo transmitir, en que yo puedo coger el testigo de algo que merece la pena. Yo te lo doy. Te doy mi testigo, os lo doy”. En nuestra mano está tomar el relevo y empezar a pensar en cómo, dónde y con quién vivir dentro de unos años. Es posible que en nuestro grupo de amigos hallemos la respuesta. También que, soñando en futuro juntos, consigamos que otros muchos castillos en el aire se materialicen».

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