Por qué ha cambiado (para mal) la alimentación de los españoles

Por qué ha cambiado (para mal) la alimentación de los españoles

* La incorporación de la mujer al trabajo ha propiciado que la nutrición quedase relegada a un segundo lugar.
* Junto con el estrés y al ritmo de vida actuales, el resultado es un consumo excesivo de productos procesados y rápidos de preparar, pero lleno

JESSICA NIETO – MADRID

De media, cada persona come y bebe unas 90.000 veces a lo largo de su vida. Sin embargo, en los últimos 50 años, España ha sufrido importantes cambios políticos, económicos y socioculturales que han modificado los hábitos de consumo de sus ciudadanos. ¿Corre peligro de desaparecer nuestra famosa dieta mediterránea?

Según el informe Alimentación y Sociedad de la España del siglo XXI de la Fundación Mapfre, la gran mayoría de los españoles realiza diariamente las tres comidas principales, sin existir diferencias entre días de trabajo o festivos. Sin embargo, las comidas secundarias, como media mañana y merienda, las realiza la mitad de la población. Y sólo el 27% hace las cinco comidas al día recomendadas por los expertos. Por grupos, los estudiantes son los que menos desayunan, pero los que más meriendan (cifra que baja conforme va aumentando la edad de los mismos).

De acuerdo a los resultados del Barómetro Social Observados, surgido de la colaboración entre EL MUNDO, EXPANSIÓN y Sigma Dos, el 14,7% de los encuestados reconoce que su alimentación es poco o nada saludable; dato que sube hasta el 33,3% entre los jóvenes de 18 y 29 años. Es decir, hay una relación clara entre el aumento de la edad y el interés por la salud y la dieta. Asimismo, el 87,4% cree que el ritmo de vida y las obligaciones diarias influyen mucho o bastante en la calidad de lo que se come y, por tanto, es una de las causas del empeoramiento de la alimentación. La cifra es especialmente alta entre las personas de 30 a 44 años (92,9%).

Puede decirse que la incorporación de la mujer al mundo laboral es el detonante del cambio de hábitos. «En las familias trabaja todo el mundo y la mujer, aunque sigue teniendo una gran responsabilidad, ya no se encarga en exclusiva de comprar y llevar a casa la dieta mediterránea», dice el doctor Javier Aranceta, presidente del Comité Científico de la Sociedad Española de Nutrición Comunitaria (SENC). Como consecuencia, se ha reducido el tiempo para comprar y cocinar. Se utiliza el fin de semana para planificar el menú familiar, por lo que se prefiere ir a una gran superficie, donde están todos los productos organizados en torno al mismo espacio, en detrimento de los mercados tradicionales de barrio. Así, «el producto fresco pierde terreno en favor de los procesados», explica Óscar Picazo, dietista, nutricionista y responsable de Proyectos de Promoción de la Salud en Fundación Mapfre.

«Se busca lo fácil, sencillo, rápido y que tenga un buen sabor, lo que contribuye a abusar de ingredientes como grasas y azúcares presentes en los precocinados», añade Aranceta. «Esto ha provocado una falta de valorización de la alimentación como fuente de salud», prosigue. Es decir, han dejado de reconocerse sus demostrados efectos positivos en la prevención de enfermedades cardiovasculares, el cáncer y la diabetes. Principalmente, entre los menores de 30 años, que «tienen un modelo de alimentación más globalizado, con mayor consumo de grasas y menos frutas y verduras», afirma Aranceta.

Por su parte, Alfredo Martínez, catedrático de Nutrición de la Universidad de Navarra (UNAV), explica que «la población tiene la sensación de que antes se comía mejor. En términos de higiene y salubridad, los alimentos son ahora más seguros. Sin embargo, la gran oferta a la que está sometida el consumidor está cambiando sus rutinas».

Y continúa: «No se puede decir que los niños y adolescentes estén mal educados en relación con la nutrición, sino que el ritmo de vida está creando prácticas poco saludables». El también investigador del Centro de Investigación Biomédica en Red y Fisiopatología de la Obesidad y Nutrición (Ciberobn) considera que, hoy, la elección de un alimento u otro se rige por dos factores: «El precio y su facilidad de preparación». El experto no reniega de los procesados, «el problema es cuando su ingesta se convierte en un hábito», señala.

En este sentido, el chef Mario Sandoval, Premio Nacional de Gastronomía en 2013, apunta: «Los españoles aman su dieta y conocen sus beneficios. Quienes nos dedicamos a la gastronomía debemos trabajar en un doble sentido: dar la mejor comida y aplicar la investigación necesaria para hacerla cada vez más saludable».

Cuestión de clase

Un problema que afecta en mayor medida a aquellas zonas deprimidas económicamente. «Las clases altas tienen más conocimientos y sensibilidad para distinguir entre lo que está bien y mal, nutricionalmente hablando», retoma Aranceta. «Sin embargo, es paradójico que el estrés de las ciudades lleve a sus habitantes a comer peor que la población de los núcleos rurales», opina Gregorio Varela, catedrático de Nutrición y Bromatología de la Universidad CEU San Pablo y presidente de la Federación Española de Nutrición (FEN).

El cambio de hábitos también ha afectado al aspecto lúdico de la alimentación. «La dieta mediterránea es una actividad social; se realiza en familia o con amigos», dice Varela. En la actualidad, estos momentos de placer gastronómico han quedado relegados a los fines de semana. «A menudo se come en soledad. La nutrición social se considera un premio reservado a las ocasiones especiales», apunta Martínez. Entre semana, comemos mirando la televisión, el móvil o el ordenador del trabajo. En este sentido, según un estudio de la Escuela de Psicología Experimental de la Universidad de Bristol (Reino Unido), comer delante de una pantalla hace aumentar la sensación de apetito a lo largo del día. «Además, se ingieren más productos procesados y se mastica menos», continúa el catedrático de la UNAV.

Vida sedentaria

La actividad física también se ha reducido. Los niños han cambiado el escondite por las tablets y los adultos van a trabajar en coche, en vez de hacerlo caminando o en transporte público. La cultura del sedentarismo ha llegado también hasta el hogar. Los edificios tienen ascensores, la mayoría de las cocinas cuenta con un lavavajillas que friega los platos sucios y el mando a distancia permite cambiar de canal sin levantarse del sofá. Actividades que, en su conjunto, permiten quemar entre 600 y 800 calorías diarias.

Todo esto ha contribuido al aumento de la obesidad entre la población. «El consumidor es consciente de que la obesidad no es solo un problema estético», prosigue Martínez. «Pero, no sabe adaptarse a la cantidad de alimento que tiene que ingerir», explica. La tasa de obesidad se ha duplicado en España en las dos últimas décadas y es de las más altas de Europa entre los adolescentes. De seguir así, para el año 2030, 27 millones de adultos españoles -el 80% de hombres y el 55% de mujeres- presentará sobrepeso.

La solución se encuentra en las personas mayores. «Una buena medida para educar en una correcta nutrición es preguntar a nuestros padres y abuelos cómo se come», opina Varela. Además, optar por comprar productos frescos y de temporada, en tiendas de proximidad, ayudará a retomar la senda de un estilo de vida saludable y beneficiará económicamente el bolsillo.

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