07 Mar Matrimonio de prueba: la forma de saber si su relación funciona que triunfa entre los ‘millennials’
En países como México o Alemania se ha intentado legalizar esta práctica.
MARTA SADER
¿No cree que sería una buena idea dar algún otro paso previo antes de firmar un contrato vitalicio y sin condiciones? En la serie de televisión Satisfaction, una pareja casada busca alcanzar la felicidad marital llevando a cabo decisiones «poco convencionales». Para promocionarla, la cadena USA lanzó una encuesta a 1.000 estadounidenses con edades comprendidas entre los 18 y los 49 años, gracias a la cual descubrió que prácticamente la mitad creía que habría que pasar antes por un «matrimonio beta» y el 32% consideraba que el matrimonio debía ser como los contratos de vivienda: por cinco, siete o 10 años, tras los cuales debería renegociarse.
Pero ¿en qué consiste un matrimonio beta? En la encuesta, se definía como un modelo de contrato de pareja que implica dos años de prueba, tras los cuales la unión puede ser tanto formalizada como disuelta sin necesidad de ningún tipo de burocracia.
La idea ya ha intentado llevarse a la práctica en países como México, donde el Partido de la Revolución Democrática (PRD) defendió en el Parlamento en 2011 que el contrato de matrimonio estableciera también la duración de la unión, que abarcaría un período no menor a dos años. ¿El objetivo? «Evitar cargas de trabajo por juicios de divorcio, ya que las partes pondrán un término de tiempo para poder saber si su matrimonio funciona, y en caso contrario, es voluntad de las partes renovar o disolver el vínculo», según su argumentación. No obstante, la ley no prosperó.
Tampoco salió adelante en Alemania, donde en 2007 la Unión Social Cristiana propuso un período de prueba de siete años, tras los cuales los cónyuges reevaluarían la unión; a menos que la extendieran en el tiempo, la misma se disolvería automáticamente. «El matrimonio no está ahí para ofrecer seguridad, sino que debería ser una muestra de amor», defendía Gabriele Pauli, principal valedora de la reforma.
Sin embargo, en el mundo occidental, en el que la tasa de matrimonios baja cada vez más —en España, por ejemplo, ha disminuido un 56% desde 1965—, ¿qué sentido tiene siquiera casarse? ¿Por qué no vivir, simplemente, en concubinato, como hacen en países como Suecia o Noruega? Allí no existe ningún tipo de tabú con respecto a la convivencia en pareja sin papeles de por medio, y de hecho, la gran mayoría de los bebés nacen fuera del matrimonio.
La ‘monogamia en serie’, el entorno perfecto
El quid de la cuestión es que estos enlaces de prueba podrían suponer ventajas inesperadas incluso en nuestro entorno de monogamia en serie, en el que se tienen varias relaciones monógamas seguidas sin esperar que ninguna de ellas dure «hasta que la muerte nos separe».
De hecho, al 40% de los encuestados en el estudio de Satisfaction le gustaría evitar esa expresión en los votos matrimoniales, mientras que el 45% considera que tener varias relaciones largas es mucho más realista que tener una sola. E incluso un 56% está de acuerdo en que se podría considerar que un matrimonio tiene éxito aunque no dure para siempre.
No obstante, parece que el objetivo último sigue siendo encontrar a nuestro príncipe, o princesa, azul, aunque en el camino tengamos que besar a varias ranas. Hang the Dj —episodio de la cuarta temporada de la serie distópica de Netflix Black Mirror— explora esta realidad, mostrándonos un sistema tecnológico que une a diferentes sujetos basándose en algoritmos. Las parejas que surgen tienen un tiempo determinado para estar juntos, durante el cual se registra su afinidad. Así, finalmente, el sistema «aprende» lo suficiente sobre cada persona como para asignarle una pareja final, con la que tendrá un 99,8% de afinidad.
Tal y como sucede en el capítulo, también los matrimonios de prueba buscan, a través del establecimiento de una duración determinada, encontrar al amante definitivo con las mayores garantías posibles. De hecho, en el sondeo del canal USA, un 73% de los encuestados afirmó que las parejas deberían llevar a cabo algún tipo de «paso extra» antes de casarse, como realizar una terapia de pareja antes de comprometerse (en lugar de utilizarla como último recurso antes de divorciarse). También apoyaban renovar los votos al término de cada década juntos.
Parece, pues, que los adultos de hoy en día no tienen «miedo al compromiso», un tópico que recae con especial fuerza sobre los millennial —sobre todo a partir del auge de apps como Tinder o Grindr—, sino que buscan otro tipo de pacto: «No creo que los matrimonios de prueba estén exentos de compromiso. Se trata de poder renegociar las condiciones, de poder revisar los límites de la relación con cierta asiduidad», matiza la psicóloga —y millennial— Jara Pérez.
«En realidad, ya damos por hecho que los matrimonios no son para toda la vida. Hoy en día, hay tantos tipos de relaciones como parejas; hemos ido abandonando el modelo rígido de matrimonio para dar paso a un nuevo tipo de vínculos afectivo sexuales en los que cabe todo aquello que los miembros consideren conveniente», añade: «En ese sentido, los matrimonios de prueba sí son un signo de nuestra generación, y de la evolución de las formas de vinculación».
Ventajas del matrimonio de prueba
Las ventajas de este tipo de unión, según Vicki Larson —autora de El nuevo sí quiero: redefiniendo el matrimonio para escépticos, realistas y rebeldes—, son muchas. Para empezar, se acabaría con varios estigmas: «Todavía hay mucha vergüenza y muchos juicios de valor alrededor de quienes buscan otras formas de unión, como los matrimonios abiertos, o incluso de quienes se divorcian. Si todo el mundo tuviera que personalizar su contrato marital basándose en sus valores y objetivos, ese estigma, esa vergüenza y esos juicios desaparecerían», afirma.
También sería el fin del miedo y de la rutina que, a veces, presiden las relaciones: «Muchas parejas se mantienen juntas a pesar de ser infelices porque tienen miedo al divorcio y a sus costes, tanto emocionales como financieros, o porque quieren seguir teniendo contacto con sus hijos», señala Larson y se pregunta: «En ocasiones, incluso, sólo por inercia. ¿No sería más romántico saber que los miembros de la relación renuevan su contrato marital porque realmente quieren seguir estando juntos?».
“Tal y como funcionan los matrimonios hoy en día, los cónyuges pueden pasar años, quizá décadas, descuidándose o incluso haciéndose daño, dando su relación por sentada sin que nadie les pida explicaciones. ¿Cuánto tiempo estaría una pareja sin tener sexo –una queja muy común en matrimonios largos- si tuviesen un plan matrimonial que revisar y en el que ponerse de acuerdo cada pocos años? Con un convenio renovable, sería difícil ignorar las cosas durante demasiado tiempo, porque siempre habría una fecha que requeriría de una acción: renovar o no”, argumenta Larson.
El mero hecho de que haya una fecha de caducidad para la relación haría, según la autora, que las parejas tuvieran que plantearse los posibles escenarios de ruptura cuando están en buenos términos, en lugar de cuando se están tirando los trastos a la cabeza. Así, se hablaría con antelación, e incluso se firmaría por adelantado, la forma en la que se dividirían los bienes de la pareja en caso de no querer extender el contrato, “de una manera mucho más cariñosa y justa que la que tiene lugar cuando los cónyuges se enfrentan a una ruptura inesperada”, según la escritora. Con ello, en sus palabras, “se eliminarían tanto los gastos como la acritud del divorcio”.
Todo ello, finalmente, supondría un alivio para nuestra salud emocional, e incluso parece que acabaría teniendo más sentido que cohabitar sin más. “Yo le veo sentido, porque genera un cambio, y en las formas de vincularnos, está claro que hacen falta muchas transformaciones. Plantearnos el tipo de relación que queremos y no adoptar un modelo establecido siempre es positivo para ir abandonando patrones de relación obsoletos y poco saludables”, afirma Pérez.
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