08 Jun Quién mató el fin de semana: ¿por qué un sábado resulta tan agotador como un lunes?
Cargar el tiempo de ocio de trabajo, compras y tareas genera infelicidad, avisa una periodista canadiense que llama a recuperar el descanso dominical desde su libro The Weekend Effect.
BEGOÑA GÓMEZ URZAIZ
La escritora canadiense Katrina Onsted tuvo la sensación de que estaba haciendo algo mal con su vida cuando su hijo, que entonces tenía 11 años, le preguntó un domingo por la noche: “¿Esto ha sido un fin de semana?, ¿en serio?”. De hecho, lo hizo varias veces. “Los fines de semana se habían convertido en algo indistinguible de los cinco días anteriores, repletos de actividades con los niños, trabajo, tareas de casa y compras. Nadie en mi familia de cuatro personas llegaba al domingo descansado o rejuvenecido”, cuenta.
Así que decidieron tomar medidas y salvar sus propios fines de semana. Cuando ella necesita trabajar (es periodista freelance), se pone una alarma en el despertador con unas horas fijas. Intentan hacer la compra y la limpieza durante la semana “o, mejor, decidimos que vivir en una casa perfecta es imposible y vivimos en medio del desastre”. Incluso, inspirados en el mandato judío de permanecer alejado de la tecnología y cualquier tipo de esfuerzo desde que cae el sol del viernes hasta el ocaso del sábado, han adoptado una especie de Shabat agnóstico y apagan los aparatos electrónicos. “Desde que empezamos con este proyecto, intento dar un paso atrás, hacer menos y cultivar espacios vacíos en los fines de semana, hacer hueco para el ocio activo, jugar, socializar, salir a la naturaleza…cosas que dan significado y que no sean solo descompresión del stress de la semana. Eso implica estar alerta, tratar tu ocio con el mismo nivel de compromiso con el que tratas tu trabajo”, dice, y, por un momento su plan suena casi igual de complicado que los fines de semana hiperplaneados de los que huía. Onsted ha plasmado su experiencia en el libro The Weekend Effect, en el que investiga el caso como si se tratase de un suceso sangriento: quién mató el fin de semana. La respuesta puede ser “nosotros” o “el capitalismo”, según se mire.
Cuando le contamos que en gran parte de España, los comercios todavía permanecen cerrados los domingos, pero que varias comunidades se plantean seguir el ejemplo de Madrid y liberalizar horarios, contesta: “¡No lo hagáis, no abráis las tiendas los domingos! Comprar en domingo altera completamente la experiencia del fin de semana. Orienta a la gente hacia el consumo y colapsa los dos días, robando tiempo que podríamos pasar en conexiones cara a cara o con ocio activo. Seas religioso o no, el principio del Shabbat [o del descanso dominical], dedicar un día a la semana algo que no sea producción y consumo es vital nuestra salud mental y física. Comprar te hace sentir más solo y además ni siquiera genera beneficios comerciales. Hungría prohibió las compras en domingo en 2015 y apenas ha habido impacto económico”.
Con la implantación progresiva de la llamada “gig economy”, el sistema por el cual cada vez más trabajadores se ganan la vida encargo a encargo, sin la seguridad de una nómina, resulta más difícil delimitar los lindes de la jornada laboral. Por eso, la autora cree que salvar el fin de semana, una conquista obrera del siglo XX, requiere legislación, como la normativa francesa que prohíble los e-mails de trabajo después de cierta hora –algo que resulta más difícil de implementar para un autónomo–. “No es casualidad, asegura Onstad, que esto suceda cuando los sindicatos han perdido fuerza y los trabajadores se han quedado sin muchas de las protecciones que protegían el tiempo libre. En tiempos económicos frágiles, nadie quiere parecer poco comprometido con su empleo. La industria tiene que darse cuenta de que los trabajadores quemados producen peor”.
Sin embargo, la misión para rescatar el fin de semana requiere también de un esfuerzo personal que pasa por dejar de glorificar el estado de hiperocupación. Dejar, por ejemplo de postear en las redes pantallazos de la cantidad de e-mails que tenemos sin responder al volver de unas vacaciones o de presumir de lo poco que dormimos. A la autora le sorprende que esto suceda también en un país mediterráneo: “Pensaba que esta clase de humblebrag era una cosa más estadounidense, que formaba parte de esa ética del trabajo tan marcada en el Nuevo Mundo”. Y reflexiona sobre la paradoja que hace que ahora estar muy ocupado sea un símbolo de estatus, mientras que antes se aspiraba a formar parte de la “clases ociosa” y se la admiraba por eso, por tener enormes cantidades de tiempo libre. “Ahora no nos sentimos cómodos con el tiempo libre, sólo hay que fijarse en cómo los políticos y los medios vilifican a los desempleados. Estar muy cansado y saturado son problemas de las clases altas, y ¿quién no quiere identificarse con la clase alta? Además, se crea un ciclo de oferta y demanda. Si parezco muy ocupado, significa que el mercado me quiere”.
Como antídoto, Onstad propone recuperar la idea del hobby, algo como hacer puzles de mil piezas, construir maquetas de barcos o tejer, una actividad que requiera años de aprendizaje. Y nada de querer sacarle provecho en Etsy. “¿Por qué tenemos que volver cada uno de nuestros pasatiempos en un beneficio?”, se lamenta, pensando en una amiga que hacía pendientes de cuentas por afición hasta que empezó a venderlos en la web de artesanía y ahora vive esclava de los envíos y la producción. “Es parte de la comodificacion del tiempo, parece que cada segundo tiene que ser utilitario, pero hay mucho valor en el hecho de perder el tiempo. Ahí es cuando tenemos nuestras mejores ideas y descubrimos quienes somos al margen del trabajo”. Lo dicho: a holgazanear creativamente.
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