El mejor amigo de la mujer

El mejor amigo de la mujer

* Proyecto Pepos entrena perros para proteger a víctimas de violencia de género.
* Aparte de ofrecer seguridad, los canes son esenciales para integrar de nuevo a sus dueñas, gracias a su compañía y a terapias especiales.

FERNANDO TORRES – ALHAURÍN DE LA TORRE (MÁLAGA)

Proyecto Pepos Alhaurín de la Torre nació hace escasos días, pero su ambición le precede. Basados en una asociación similar en Madrid, Sebastián Rayo, Sebastián Sánchez, María F. Roa y María J. Navarro han creado una organización multidisciplinar para ayudar a mujeres que han sido víctimas de violencia machista a «reinsertarse en la sociedad». Asistencia jurídica, terapia, un gabinete psicológico y, la punta del iceberg, perros de protección -de ahí el acrónimo ‘pepos’-. La misión de los canes es «evitar una posible agresión», explican, pero también cumplen con una función terapéutica: «Son parte de la familia, y están entrenados para ayudar a las usuarias emocionalmente».

Esta asociación, que opera desde Alhaurín de la Torre en toda Andalucía, comenzó a buscar apoyo institucional hace tres años. Desde entonces tienen unos objetivos muy claros: «Cubrir las necesidades de las víctimas de violencia de género en materia de amparo, integración social, formación, superación del miedo y aumento de autoestima a través de perros-escolta». Aunque los perros son el lado más visible de la organización, «antes de ser entregados a sus usuarias hay un proceso de evaluación de cada caso». Proyecto Pepos recibe a las mujeres que necesitan soporte, y desde ese momento, todo el mecanismo se pone en marcha: «Estudiamos su entorno, la sentencia que dicta que hay riesgo de agresión y todo lo que afecta a la víctima», explica Sánchez. Desde ese momento, el departamento psicológico y el jurídico comienzan a trabajar, a través de terapia y asesoramiento.

Los perros entran en escena tras una rigurosa observación del equipo. «Realizamos una evaluación psicológica, determinamos si la mujer puede tener un perro de estas características o no», comentan. En el momento en el que hay una usuaria que necesita este servicio y que cumple con los requisitos para que así sea, «evaluamos su ambiente y su forma de ser, para encontrar un perro que se adapte a sus necesidades», apunta Rayo. Así nace una relación única y duradera, un vínculo que crea seguridad y empatía.

«El trabajo comienza en nuestro centro, donde viven los perros desde cachorros». La mujer acude a las instalaciones de RayoCan, y una vez hay buen entendimiento entre humano y animal, empiezan a conocerse hasta «que se van juntos a casa». Desde ese momento, arranca un periodo de ocho meses de entrenamiento en el centro, de la mano de profesionales especializados, que, sobre todo, educan a las usuarias «para saber cómo interactuar con los perros». «El uniforme del animal es muy importante: un bozal de golpeo, una correa que funciona como freno y el arnés que, cuando la usuaria lo agarra, sirve de acelerador». La misión, en caso de que el ‘pepo’ intervenga, «no es la de atacar, sino la de disuadir y dar tiempo a las autoridades a acudir al lugar de los hechos», matiza Rayo.

Para hacer que un perro trabaje en labores de protección, «canalizamos su instinto de protección de la manada, un sentimiento que enfocamos hacia la defensa de la usuaria, pero siempre bajo sus órdenes y control». Aun así, Rayo explica que, si un animal se ve obligado a intervenir, es necesario que acuda al centro para «un reciclaje emocional».

María F. Roa y María J. Navarro, encargadas del departamento jurídico de la asociación, añaden que el uso de estos animales de protección «es un medio más» que incorporan a los que ya existen «para insertar de nuevo a las mujeres víctimas de la violencia de género en la sociedad». «El perro, además, anima a las usuarias a salir a la calle», apuntan.

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