Acuérdate de mí

Acuérdate de mí

Funes el memorioso, el personaje de Borges, lo recordaba todo. Nuestro cerebro sin embargo no guarda en detalle los hechos vividos.

FACUNDO MANES

El olvido es quizás el aspecto más prominente de la memoria. Podemos contar toda nuestra infancia y adolescencia (aun siendo estas etapas en las cuales vivimos aspectos críticos de nuestras vidas) en no más de unas horas. Aunque durante ese tiempo hayamos aprendido a hablar, a caminar, a experimentar el calor de nuestros padres, el amor, la tristeza y la amistad, lo olvidamos casi todo.

De hecho, para los seres humanos, poder olvidar es tan importante como poder recordar. Si nuestro sistema nervioso no hubiese desarrollado mecanismos para evitar formar ciertas memorias irrelevantes y para intentar olvidar algunas otras, sería difícil no sucumbir en un estilo de vida como el de Funes el memorioso, el célebre personaje de Jorge Luis Borges que vivía con la tragedia de recordarlo todo. Así, nuestro cerebro no guarda en detalle todos los hechos individuales vividos, sino que muchos de ellos los colapsa en conceptos más generales. En el célebre cuento de Borges, lo que se pone en cuestión no es tanto lo que el pobre Ireneo era capaz de recordar, sino, más bien, lo que era incapaz de olvidar. O mejor, su imposibilidad de transformar los vastos recuerdos en pensamiento (“Pensar”, dice el narrador, “es olvidar diferencias, es generalizar, abstraer”). Ireneo Funes no podía pasar por alto lo irrelevante, ni establecer asociaciones, ni construir ideas generales de las cosas.

Algunos olvidos son motivados, establecidos por sistemas inhibitorios en el cerebro para suprimir memorias. En un estudio de la Universidad de Stanford se observó a través de neuroimágenes que cuando se pedía a los participantes que activamente suprimieran ciertas memorias, había una gran activación de la corteza prefrontal (la parte más anterior de nuestro cerebro) y una menor activación del hipocampo. Investigaciones recientes sugieren que cuando controlamos el recuerdo de memorias no deseadas, utilizamos los mismos mecanismos y estructuras cerebrales involucradas en la inhibición de los movimientos (por ejemplo, ver que está por caer un cuchillo filoso y no tomarlo para no cortarnos la mano). “Otros olvidos son producidos por nuestro cerebro por cuenta propia sin que le pidamos nada; el cerebro se encarga de tornar inaccesible la evocación de ciertas memorias”, dice el investigador argentino Iván Izquierdo, autor de El arte de olvidar.

¿Cuándo es el olvido normal y cuándo no? En el consultorio neurológico es muy común escuchar a pacientes adultos que preguntan si un episodio de olvido que les ocurrió en los últimos días es normal o, más bien, se trata de uno de los primeros síntomas de una enfermedad mental que tarde o temprano perjudicará drástica y fatalmente la memoria.

Un factor esencial que debemos tener en cuenta para determinar si una pérdida de memoria es normal es la frecuencia de los olvidos. Puede ser normal olvidarse alguna vez de un turno médico que solicitamos semanas atrás, pero no olvidarse varios días de buscar a nuestro hijo en la escuela. Es importante tener en cuenta también que los problemas de memoria suelen ir acompañados de dificultades para orientarse en el tiempo o en el espacio.

Seguramente, a todos nos ha pasado alguna vez no saber si es miércoles o jueves, o si es 16 o 17 de marzo, lo cual no es inquietante. Lo que se consideraría preocupante es olvidar el mes o el año en que estamos. Asimismo, resulta normal equivocar el camino cuando estamos yendo por primera vez a visitar un lugar desconocido, sin embargo sería inquietante desorientarse en el barrio en el cual hemos vivido desde la infancia.

En aquellas personas que no presentan un proceso de desmemoria patológico, los olvidos suelen abarcar detalles irrelevantes o de poca importancia. Esto significa, por ejemplo, que tales personas no pueden recordar el nombre de un actor o de un suceso específico dentro de la trama de la película, pero sí pueden recordar que fueron al cine y con quién. También es normal que las personas mayores necesiten más tiempo para recordar ciertos eventos o sucesos pero, si se les diera el tiempo necesario y no se les presionara por una respuesta, seguramente podrían recordar los mismos.

Asimismo, cuando los problemas de memoria no son serios, los pacientes suelen ser conscientes de los mismos. Por el contrario, cuando el paciente no reconoce o niega sus dificultades de memoria, mientras que la familia las nota y las considera significativas, estamos frente a una probable señal de que los trastornos de memoria son más serios.

¿Cuál podríamos establecer como la medida justa que trazaría la frontera entre lo que debe considerarse normal o no en el olvido? Como en muchos órdenes de la vida, cada uno resulta ser la medida de sí mismo. Esto quiere decir que la evidencia más importante de control o alarma a tener en cuenta para medir el grado de normalidad del olvido resulta de la regularidad o de una clara disminución de la memoria presente, comparada a cómo era unos meses o años atrás.

Pero si, como dijimos, el olvido es normal y olvidamos casi todo, ¿qué es lo que recordamos? Múltiples experimentos han demostrado que las memorias asociadas a una carga emocional intensa logran una mejor consolidación. Es decir, recordamos mejor lo que nos emociona.

De cualquier manera, aquello que recordamos no es tampoco un fiel reflejo de lo vivido. Las memorias están todo el tiempo en construcción y se modifican cada vez que las evocamos. Nuestros cerebros constantemente nos traicionan al transformar la memoria. El recuerdo que surge al experimentar algo es inestable durante algunas horas hasta que se fija por la síntesis de proteínas que estabilizan las conexiones sinápticas entre neuronas. La memoria se activará gracias a la estabilización de las conexiones que se producirá la próxima vez que el estímulo recorra esas vías cerebrales. Al tener un recuerdo almacenado en el cerebro y exponerlo a un estímulo que se relaciona con aquel evento, se reactivará el recuerdo y será inestable otra vez durante un tiempo; luego se volverá a guardar y se fijará en un proceso llamado reconsolidación de la memoria.

Cada vez que recordamos algo, permitimos la incorporación de nueva información. Y cuando lo almacenamos como una nueva memoria, contiene información adicional al evento tal como sucedió. Es por eso que aquello que nosotros recordamos no es el acontecimiento como fue en realidad, sino la forma en la cual fue recordado la última vez que lo trajimos a la memoria. Es como un documento Word que, al abrirlo y trabajarlo, podemos incorporar y sacarle cosas y, cuando lo volvemos a guardar, queda grabada la nueva versión hasta su próximo uso. Es así como supo escribirlo Gabriel García Márquez: “La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla.”

Facundo Manes, neurólogo y neurocientífico, es rector de la Universidad Favaloro (Buenos Aires).

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