El hombre, la gente y sus neuronas espejo

El hombre, la gente y sus neuronas espejo

En esas células del cerebro está el origen de la capacidad de empatía hacia el otro, la vida en sociedad y la cultura. Su descubrimiento entronca con el pensamiento sociológico de José Ortega y Gasset

La aparición del otro en toda vida individual es uno de los elementos constitutivos de la filosofía y la sociología de José Ortega y Gasset. “El otro hombre, como tal, es decir, no sólo su cuerpo y sus gestos, sino su yo y su vida me son normalmente tan realidades como mi propia vida”, señaló en 1949 en su famoso curso sobre El hombre y la gente, que ya adelantó en 1934 y posteriormente (véanse los Tomos IX y X de las nuevas Obras Completas). Sin ese otro, no se entiende el ser humano ni, menos aún su vida en sociedad, término éste último que el pensador señalaba que no habían definido los sociólogos, cuyo objeto de estudio es justamente ese, la sociedad. “El hombre”, decía, “aparece en la sociabilidad como el Otro, alternando con el Uno, como el reciprocante”. Y así se construye el mundo. Y en ese descubrirse, medirse, valorar al otro, interviene de forma muy activa, no pasiva, no la visión, sino la mirada, que es algo muy diferente, reflexión que también desarrolló en su día Jean-Paul Sartre. La “meditación del saludo” es un ejemplo de cómo pensar sobre usos que la sociedad ha desarrollado justamente para medir al Otro.

En un comienzo deshechado de una de las conferencias, y ahora recuperado, señalaba el pensador que esa capacidad de aparición del Otro en uno no es solo humana sino que también se aprecia en algunos animales. Aunque, cabe añadir, a ellos le falta capacidad motora y lenguaje, que han sido dos de los cambios genéticos más importantes para que el hombre desarrolle cultura y civilización.

En aquellos tiempos de Ortega y Gasset, la neurociencia, que aún está en la infancia pero que se desarrolló gracias a impulsos como los que entre nosotros le dio Santiago Ramón y Cajal, no había avanzado lo suficiente para explicar esa relación del hombre con el hombre, y eventualmente el surgimiento de la gente. Ese paso esencial ha sido el descubrimiento hace unos años de las llamadas neuronas espejo, y todo un sistema en torno a ellas, por parte del equipo de investigación de Giacomo Rizzolatti, del departamento de Neurociencia de la Universidad de Parma, y que en España ha profundizado especialmente Francisco J. Rubia, catedrático de la Complutense de Madrid, y su equipo.

Estas neuronas con una función especializada pueden servir para explicar la sociedad y la cultura humana. Sin estas neuronas, no habrían sido posibles. Vilayanur Ramachandran, uno de los pioneros de la neurociencia, en su último libro The tell-tale brain (Lo que el cerebro nos dice, Paidós), afirma sin ambages que estas neuronas “conformaron la civilización”.

Una neurona espejo se dispara, se activa, cuando un animal actúa y también cuando un animal observa que la misma acción la lleva a cabo otro animal. La neurona reproduce el comportamiento del otro, como si el propio observador estuviera actuando. Es decir que al principio fue tanto el verbo como la imitación.

“La cultura”, señala Ramachandran, “consiste en colecciones masivas de capacidades y conocimiento complejos que se transmiten de persona a persona a través de dos medios centrales: el lenguaje y la imitación”. La capacidad de imitar permite no solo reproducir, sino también aprender a una escala individual, y posteriormente colectiva. Es decir, que probablemente primero aprendimos a imitar. Y de ahí debió surgir la capacidad únicamente humana de adoptar el punto de vista del otro. La capacidad “de ver el mundo desde el punto de vista de otra persona es también esencial para construirse un modelo mental de los pensamientos complejos e intenciones de otras personas para predecir y manipular su conducta”, señala el neurocientífico. Ortega y Gasset llegó a la importancia de esta capacidad por otra vía, la de la observación y la reflexión filosófica y sociológica, y sus conclusiones se ven ahora avaladas por una base física cuya manera de funcionar se está desentrañando, aunque queda camino por recorrer. Pues una cosa ha sido descubrir estas neuronas, y otra, mucho más difícil, descifrar la verdadera naturaleza de esas conexiones.

En este recorrido en el conocimiento de la mente ni siquiera está claro si se llegará al final, si el ser humano llegará realmente a conocerse a sí mismo. Pero sobre este sistema parece también reposar la capacidad de la metáfora, sin la cual los humanos no seríamos lo que somos.

A Ramachandran le gusta llamarlas “neuronas Gandhi” o “neuronas de empatía” porque sirven para borrar la separación entre el yo y el Otro, algo muy propio de los enfoques orientales tradicionales. Claro que permiten no solo conocer al otro, sino también juzgar sus intenciones, para, si es necesario, defenderse frente a ellas. Empatía no implica simpatía.

Como hemos señalado que intuyó Ortega y Gasset, estas neuronas están también presentes en otros animales, como monos y pájaros que tienen un sentido social. Pero, como decimos, estos carecen de cultura porque les falta el lenguaje, entre otras cosas, además de la capacidad motora (incluída la mano que sí tienen los simios) mucho más desarrollada en el hombre, junto con la capacidad del pensamiento abstracto y transmisible.

En una polémica e influyente conferencia en 1959, Charles Percy Snow, más conocido como C.P. Snow, lanzó la tesis, que quedó asentada, de la ruptura de la comunicación muy presente en el Renacimiento y la Ilustración entre las ciencias y las humanidades. Snow tenía a la vez formación científica y capacidad literaria como novelista. Su demanda era que esta brecha se cerrara, que se avanzara más en los estudios multidisciplinares, y que unos y otros intercambiaran conocimientos. Se está comenzando a cerrar, aunque más de la mano de la ciencia que de las humanidades.

La neurociencia —esencial para entender el ser humano— puede servir para superar esta brecha que científicos como Ramachandran y muchos otros que hoy en día investigan y divulgan, contribuyen a colmar. En este contexto, el descubrimiento de las neuronas espejo supone, justamente, el de la relación entre el cerebro y la sociedad, entre un ser humano y otro, entre el hombre y la gente.

Algunos consideran que, tras la agrícola, industrial y la digital, la cuarta revolución será la neurocientífica cuyos descubrimientos preliminares ya están invadiendo numerosas disciplinas y creando otras nuevas, al colocar el prefijo “neuro” ante disciplinas tradicionales. Así, hoy se habla de neuroeconomía, neuromarketing, neurofilosofía, neuroética, neuroeducación, neuropolítica y un largo etcétera. Todas estas nuevas disciplinas pretenden aplicar los nuevos conocimientos de la neurociencia a sus materias, esperando que esta aportación sirva para darles un nuevo impulso y desarrollo. Hoy la política, la publicidad y muchas otras actividades humanas están imbuidas por los nuevos descubrimientos en este campo, lo que puede causar cierto temor a una mayor manipulación.

Estas células especializadas y su sistema surgieron en el “gran salto adelante genético” ocurrido entre 60 a 100 millares de años atrás. Y después de 6.000 millones de años de evolución, indica Ramachandran, la cultura finalmente despegó. Por primera vez empezamos a saber realmente por qué o gracias a qué.

En parte, la cultura nos ha liberado de la genética al reforzar la capacidad de aprender los unos de los otros. “Al hiperdesarrollar el sistema de neuronas espejo, la evolución, de hecho, convirtió la cultura en un nuevo genoma”, separado de la carga genética con la que nacemos, y con otros sistemas de transmisión. Puede que incluso la cultura permita que algunas de nuestras capacidades pensadas para unas funciones se desarrollen para otras no previstas, como pasa con esa actividad esencial, pero nada natural, que es la lectura. Claro que otros van más lejos y creen que gracias a la tecnología, incluída la manipulación genética, los seres humanos van a poder trascender su biología.

De momento hemos llegado a ese Homo sapiens, que el científico indio describe como “el mono que miró en su propia mente y vió el cosmos reflejado en ella”.

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